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Los nativos americanos al llegar los europeos estaban
divididos en un sinnúmero de grupos de origen único para algunos estudiosos
(inmigración mongoloide a través del estrecho de Behring), diverso para otros
(incluyendo aportes polinesios, chinos y hasta escandinavos). Estos grupos no
guardaban la menor coherencia cultural entre sí.
La ubicación relativa del nivel de civilización de los pueblos aborígenes,
tanto al tiempo del contacto con Occidente, como en su evolución ulterior, ha
sido objeto de los más enconados debates entre los detractores del sometimiento
de los indios en las subsiguientes comunidades coloniales, enfrentados con los
justificadores de la supremacía y los privilegios arduamente conquistados y
celosamente defendidos por los europeos.
La visión realista de dicho nivel fue enmascarada desde un comienzo de las
relaciones interraciales por los poderosos intereses derivados de la dominación
e, inversamente, por los escrúpulos de conciencia que esa situación,
frecuentemente despiadada, provocaba en sus mismos beneficiarios. Entre los
dominados aparecerían escasos argumentos doctrinarios para oponerse a la
servidumbre en que vivían, más allá de las frecuentes rebeliones tumultuosas
alrededor de reivindicaciones nostálgicas o rechazos simples de los abusos de
que eran objeto. Así como los europeos quedaron dueños absolutos de los campos
de batalla gracias a su superior armamento, organización y motivación,
también partiría de ellos posteriormente moldear la imagen histórica de los
dominados, denigrándola o exaltándola.
Las colonias de España más ricas se establecieron sobre los contados
verdaderos imperios aborígenes, densamente poblados, en los que habían
existido formas de civilización relativamente avanzadas. En otros casos, los
más, sólo encontraron tribus muy primitivas, pero siempre sus habitantes
tuvieron que ser transformados para seguir viviendo bajo el control de nuevas
castas dominadoras extranjeras. Éstas estaban constituidas por los
descendientes de los conquistadores, o sea, los españoles criollos, reforzados
por un flujo permanente de funcionarios civiles, militares y religiosos
peninsulares, encargados de mantener vínculos con la Corona y el Papado, los
referentes últimos de la ley.
Además, continuarían llegando inmigrantes desde el Viejo Mundo, tentados por
la esperanza de América que se concretaba en múltiples posibilidades de
enriquecimiento muy superiores a cuanto pudiera ofrecer el Viejo Mundo..
Entre los cronistas y los pensadores españoles criollos surgiría pronto la
doble actitud hacia los indios que perdura hasta nuestros días. Por un lado,
insistirían permanentemente en la inferioridad del indio conquistado, lo que
ayudaría a justificar moralmente la situación de servidumbre en que se lo
mantenía. Son innumerables las referencias de capitanes, funcionarios,
empresarios y hasta de religiosos sobre la apatía, la pereza, la mendacidad, la
deslealtad y otros defectos del aborigen, que llegarían hasta la negación de
su condición humana y de la existencia de alma en ellos, como formas de
convalidar su reducción a la esclavitud más severa. Observaciones de este tipo
no son exclusivas de América, sino que se repiten en todas las situaciones
coloniales del mundo (Fanon, F-2; Dirks, D-50). Cualquier análisis
desapasionado revela en dichos juicios una intencionalidad ideológica movida
por los intereses de las cúpulas de colonos europeos que dependían
fundamentalmente del trabajo servil de los colonizados para sostenerse y medrar.
Confirman esta realidad las lamentaciones de los administradores criollos cuando
por cualquier razón quedaban sin indios por la huida de éstos a lugares
remotos, por rebeliones, por epidemias u otras causas. Estas opiniones fueron
ardientemente esgrimidas para oponerse a la vigencia de las Leyes de Burgos, a
las Nuevas Leyes de Indias, en 1544, y cada vez que se intentó morigerar la
servidumbre de los morenos.
Paralelamente a esta denigración permanente e intencionada del indio, surgirá
un movimiento intelectual importante y opuesto de quienes se dedicarían a
subrayar sus virtudes, y, al hacerlo, cayeron a su vez en exageraciones y
utopismos. A la posición proaborigen contribuiría en forma muy importante la
prédica de los sacerdotes que se oponían a la servidumbre y que participaron
ardorosamente en la polémica que culminaría en Valladolid (Hanke, H-16;
Sepúlveda, S-36). Los Montesinos, los De las Casas y otros muchos denunciarían
el abuso del aborigen en que se fundaba la economía de las colonias ibéricas,
buscando afanosamente el apoyo de la corona para sustraer el trabajo servil del
control de los encomenderos criollos intentando, como alternativa,
transformarlos en súbditos capaces de contribuir con sus tributos a las arcas
reales (Martínez Peláez, M-31).
Dicha prédica indigenista socavaría el poder de los españoles criollos,
usufructuarios principales de la servidumbre de los nativos, y agriaría sus
relaciones con los españoles europeos, como uno de los primeros precedentes de
las guerras civiles independentistas del siglo XIX. Se unirían a ella, por rara
paradoja, las frecuentes declaraciones de los españoles criollos esforzándose
por subrayar la importancia y los méritos de la gesta de sus antepasados
conquistadores. Para ello, convenía describir a los imperios y tribus
aborígenes y sus ejércitos como fuerzas poderosas cuya derrota había
requerido gran coraje y esfuerzo. Era una justificacion de sus privilegios
presentes sobre el heroísmo y sacrificios de sus padres, ayer, al servicio de
un rey con quien surgían fuertes diferencias sobre el manejo de las riquezas de
América y, en primer lugar, del trabajo de los indios. Al hacerlo,
involuntariamente presentaban una imagen altamente favorable de comunidades
indígenas anteriores a la conquista y esto sería aprovechado ampliamente por
los aborigenistas posteriores.
A modo de ejemplo, entre los muchos que existen, citemos a Fuentes y Guzmán
quien dice en su Recordación Florida de Guatemala (F-38, p. 431):
"...cuando los españoles conquistaron estos países
y reinos tan dilatados, eran los indios de ellos muy belicosos, dotados de gran
don de gobierno, ingeniosos y entre ellos, como antes hemos propuesto, hubo
artífices de mampostería, canteros, plateros de masonería, orífices,
entalladores e historiadores con otras habilidades de que estaban adornados. Y
ahora son cobardes, rústicos y sin talento, sin gobierno, desaliñados, sin
arte y llenos de malicia, para que se conozca que todas las cosas se mudan,
pués aún las más firmes del mundo cuando están sujetas a una continua
variedad y muda."
Esta definición destaca selectivamente los aspectos
favorables del indio anterior a la conquista, dejando de lado las idolatrías
que profesaban, los sacrificios humanos, el canibalismo y otros rasgos negativos
muy destacados en otros escritos españoles contemporáneos redactados con otra
intencionalidad.
Asimismo, el enajenamiento del indio posterior es atribuido por Fuentes y
Guzmán, quien puede ser clasificado como un elocuente exponente del ideario
hispano criollo, a una suerte de fatalidad que muda todas las cosas, ignorando
deliberadamente la opresión y el terror colonial impuesto por la casta blanca
criolla como causante de una transformación tan notable.
A lo largo de nuestro trabajo se diferenciarán claramente las condiciones
étnico-culturales prístinas de cada una de las raíces descriptas, de los
rasgos debidos a las complejas interacciones producidas por el contacto dentro
de las comunidades híbridas. En uno como en otro caso se intentará levantar
los velos maniqueos presentes en la documentación de la época, trasmitidos en
muchas interpretaciones posteriores.
Al dispersarse los grupos humanos por el continente americano habían alcanzado
en el siglo XV de nuestra era una gama muy diversa de evolución, con una
multitud de rasgos culturales diferentes y un complejísimo mosaico
lingüístico.
Unos pocos imperios monumentales de los Andes y de México, aunque no habían
superado limitaciones elementales como las idolatrías fetichistas, los
sacrificios humanos acompañados por antropofagia ritual, ignorantes del uso
práctico de la rueda, del lenguaje escrito(1), del dinero y de la metalurgia del
bronce y del hierro, eran dueños de una elaborada estructura social, una buena
producción agrícola de regadío y un arte considerable, en el que descollaban
la arquitectura y la talla megalítica.
La explicación del relativo atraso de las culturas precolombinas en América ha
sido vinculada a la demora en la transición del nivel arcaico de cazadores-recolectores
al más adelantado de la domesticación, fundamentalmente porque en el
continente americano la evolución natural había ofrecido al hombre solamente
cuatro especies animales domesticables (perro pila, llama, cobayo y pavo)
sumadas a poco más de una docena de especies vegetales susceptibles de cultivo
(maíz, papa, zapallo, pimiento, tomate, yuca, poroto, maní, algodón
[barbadense], palta, quinua, girasol, pepino, ananá, papaya y ágave). En
Eurasia, por el contrario, el hombre había contado con una base genética de,
por lo menos, dieciséis animales que se prestaron a la domesticación (perro,
equino, vacuno, ovino, suino, caprino, asnal, camello y dromedario, jack,
bubalinos, conejo, gato, gallináceas, pato, ganso y reno), además de un
número mayor de vegetales (trigo, cebada, centeno, avena, arroz, olivo,
higuera, vid, una diversidad de legumbres y hortalizas, numerosos frutales
cítricos, de pepita y de carozo, café, té, lino, cáñamo, sisal, etc.).
Esto haría que el tránsito a la era agrícola se instalara en Eurasia, 12.000
años antes de Cristo, sin que perdurara ningún grupo cazador-recolector al
iniciarse la era cristiana. En América, por el contrario (y también en el
África y en Oceanía) unas pocas culturas ingresarían a la domesticación
recién unos 2.500 años a.C. y al llegar los conquistadores en los siglos XV y
XVI aún la mayoría de la población se mantenía en niveles de caza-recolección
sumamente primitivos (Diamond, D-43). A esto se debe también que la agricultura
de regadío y de secano que practicaban solamente los grupos más adelantados de
los Andes, de México y sus entornos pudiera compararse grosso modo con los
cultivos existentes en las civilizaciones antiguas del Egipto, la Mesopotamia,
la India y la China, de 5.000 años atrás, aunque éstas tenían ya importantes
ventajas en metalurgia y otras técnicas. Sólo los mayas, antes del eclipse de
su civilización, habían logrado desarrollar una protoescritura inferior a los
jeroglíficos y a la graffa cuneiforme de 6.000 años atrás en el Viejo Mundo.
Los grupos aborígenes en general vivían en lo que Paz denomina la soledad
histórica. Les era dificil concebir a los europeos como otros hombres, les era
más fácil interpretarlos como dioses o semidioses dotados de ayudas
demoníacas que explicaban su superioridad militar y política arrolladora.
Tomando como ejemplo las etnias que poblaban las vastas llanuras al oriente de
los Andes, en el actual territorio argentino, eran en su totalidad sumamente
primitivas. Las pampas y las sabanas chaqueñas estaban ocupadas en forma muy
difusa por grupos pámpidos (acromegaloides, longilíneos, atléticos),
incluyendo a los querandíes, timbúes, manoanes, guinandes y otros grupos de
las costas de la Baja Cuenca del Plata, similares a los huarpes y pehuenches de
la cordillera neuquina y mendocina, y a los distintos grupos tehuelches
(patagones) que se extendían hacia las estepas patagónicas. Sólo más tarde
irrumpirían en las pampas desde Chile los grupos ándidos (brevilíneos, de
facie achatada), mapuches y huilliches hablando araucano (mapudungu o sung-u).
Hacia el norte, la transición de las estepas pampeanas hacia la sabana
chaqueña, iría acompañada de un viraje hacia etnias guaycurúes, incluyendo a
abipones, mataco-mataguayos, chorotes, tobas, pilagás, mocovíes y de otros
nombres diversos, que se integrarían hacia el oriente con los grupos tupís y
guaraníes del Paraguay y el Brasil, empezando por los chiriguanos y los chanés
en lo que se convertiría después en la gran área de las misiones jesuíticas.
El centro y norte de la actual Argentina, predominantemente de topografla
fragosa, estarían ocupados por parcialidades montañesas que acusaban aportes
culturales quechuas y aymaras del imperio incaico. Éstos eran desde los
comechingones y camiares pobladores de las sierras puntano-cordobesas hasta,
más al norte, los diversos subgrupos diaguitas, quilmes, acalianes, juríes,
omaguacas, etc. (Mandrini, M-12). Parcialidades de similar o mayor primitivismo
existían en toda América desde Tierra del Fuego a los esquimales del Círculo
Ártico. Todas estas comunidades indígenas convivían como cazadores-recolectores
nómades o con una agricultura y artesanías que se hacían más refinadas al
acercarse al Tahuantinsuyu y al Valle de México, pero conservando instituciones
tribales y religiosas primitivas. Particularmente en lo relativo a ley y
justicia, la inexistencia de escritura había impedido toda codificación más
allá de la consuetudinaria, informal, transmitida oralmente. Resultaba notoria
la debilidad de cualquier sentido de respeto al ser humano como tal y se
aplicaban métodos primitivos para dirimir los litigios, tanto en las tribus
dispersas, como en los poderosos imperios.
Como aparente paradoja, les resultaría mucho más fácil a los europeos
sojuzgar y organizar nuevas formas de producción utilizando la servidumbre de
los indios en las que habían sido estructuras imperiales fuertemente
estratificadas socialmente, en las cuales el reemplazo de la dirigencia
heriocrática o aristocrático-sacerdotal vencida por los nuevos jefes blancos,
lograría rápida sumisión y sería común reorganizar formas tradicionales de
trabajo como la mita, el yanaconazgo, el pongaje, etc.
Observación similar se registraría mundialmente:
"... Las sociedades que han alcanzado cierto grado de
desarrollo son estables, son populosas, se hallan vinculadas a las tierras de
cultivo, y finalmente también presentan contradiccciones internas y rivalidades
externas que disminuyen su capacidad ofensiva. Otras sociedades más atrasadas,
todavía nómadas o seminómadas dé organización comunal, no presentan esas
características, y es imposible por ello conquistarlas(...) (eran) pueblos
pequeños, que podían levantar sus cabañas y desaparecer, no suceptibles (..)
de ser explotados... Es interesante notar que los esclavos africanos (..) eran
todos procedentes de pueblos agrarios (..) y nunca se pudo esclavizar a los
negros verdaderamente primitivos." (M-31)
Por esto, en las comunidades tribales se haría mucho más
difícil lograr la cooperación de los indígenas en las formas de trabajo
servil que se pretendía imponerles, ya que en ellas la misma noción del
esfuerzo más allá de las funciones y celebraciones domésticas, la cacería o
la guerra, era exótica. Salvo excepciones, las encomiendas de indios de estas
características culturales primitivas, frenéticamente buscadas en los
comienzos de los contactos, a pesar de ser sometidas a todas las formas de
inducción y coerción, fracasarían o tendrían que limitarse a sistemas de
aprovechamiento laboral muy laxos. Los indios de las llanuras serían
frecuentemente tildados de intractables y rebeldes a toda policía y se los
acusaría de huir de la servidumbre en las encomiendas, chacras y obrajes
blancos, hacia las tribus rebeldes que se mantenían en lugares inaccesibles,
aunque para ello debieran cortar todos sus vínculos familiares.
El choque cultural que significaría, tanto para los blancos como para los
indios el contacto puede ejemplificarse transcribiendo la opinión del jesuita
Pierre Frangois Xavier de Charlevoix, en su Histoire du Paraguay, de 1756. Tras
conocer el Canadá, Japón y Santo Domingo, dejaría las impresiones de sus
primeros contactos con los indios nómades de las estepas y los bosques del
Paraguay y el Río de la Plata, diciendo:
"Lo que en general puede afirmarse de ellos, es que
todos tienen el color aceitunado, aunque en grado desigual; que de ordinario su
estatura es inferior a la mediana, pero no es raro encontrar quienes exceden de
la media, que la mayoría tienen las piernas y coyunturas bastante abultadas, la
cara redondeada y algo aplastada; que casi en todas partes los hombres y los
niños van totalmente desnudos, principalmente en los países cálidos; y las
mujeres no van cubiertas sino en cuanto lo reclama el menos severo pudor; que
cada nación tiene diversos medios de adornarse o mejor desfigurarse, muchas
veces de una manera que les da un aspecto horroroso, si bien hay quienes se
fabrican gorros y otros aderezos, con las mejores plumas de las aves; que casi
todos son de natural estúpido, feroz, inconstante, pérfido, antropófago,
extrañamente voraces, entregados a la borrachera, incapaces de previsión ni cautela aún para las necesidades de la vida; perezosos e indolentes en grado
tan notable que cede a toda ponderación; y que, si se exceptúan algunos a
quienes el apetito del robo o la pasión de la venganza contra sus enemigos han
hecho más furiosos que valientes; casi todos son cobardes; y los mismos que han
conservado su libertad no la deben sino a las guaridas inaccesibles en que se
han refugiado."
Aunque esta descripción peque por excesivamente amarga
refleja la reacción que producía el encuentro en muchos blancos y la
simétrica opuesta era previsible en los indios. Ejemplos comparables se han
registrado en los encuentros de expedicionarios europeos con etnias primitivas
de los bosques del Amazonas, del Matto Grosso, de los grandes lagos, los bosques
y las llanuras de Norteamérica, y en otras comunidades de nivel similar.
La imposibilidad de encomendarlos para el trabajo y la rebeldía de algunos de
estos grupos los llevaría al exterminio militar inmediato o a prolongadas
guerras de recursos con periódicos ataques y contrataques de unos y otros hasta
que los tribeños quedaban tan debilitados por la pérdida de sus mejores
territorios, la continua mestización, las bajas en combate y los efectos de las
epidemias, que tenían que aceptar calladamente la incorporación a los estratos
inferiores de las nuevas comunidades criollas.
En países como Guatemala, Bolivia, México, Perú y Ecuador, la población
biológicamente o culturalmente india continúa representando un porcentaje
elevado del total, aunque en grados notables de aculturación con la población
criolla blanca y mestiza (ver cuadros 1, 2, 3 y 4 del inc. 5.4.).
En el territorio que sería la Argentina la presencia de escasa población
aborigen pronto, además, diezmada por las epidemias, obligaría a los colonos
europeos y a los hijos ya mestizos que los acompañaron en la ocupación a tomar
una función mucho más activa en la producción que en otros lugares del
imperio, donde el trabajo era íntegramente delegado en los siervos morenos.
Aunque la servidumbre de los indios también existió, como asimismo la
importación de esclavos, la amplitud del recurso tierras, el clima templado, y
la baja densidad demográfica permitieron asentarse paulatinamente sobre
recursos naturales relativamente generosos a un número considerable de
trabajadores blancos pobres y mancebos de la tierra, progresivamente
blanqueados, motores de una colonización mucho más democrática (Levene)(2).
De todas maneras, la senda de la mestización restaría como la más ancha para
la perduración de las etnias aborígenes, una senda que les estuvo limitada en
las colonias no ibéricas de todo el mundo y, en América, en las neoculturas
sajonas de la América del Norte(3). En las poblaciones hispano-criollas, ya
fuera para la cohabitación espontánea, o como presas de guerra en malocas y
contramalocas, las mujeres de todas las razas persistieron como botín
codiciado, no sólo por su aprovechamiento sexual, sino porque recaían sobre
ellas una buena parte de las tareas despreciadas por los varones, tanto en
blancos, como entre indios o en las comunidades híbridas.
La influencia de las madres es siempre importante sobre la cultura filial.
Tendremos que volver sobre el tema a lo largo de nuestra discusión.
La imposibilidad tanto en blancos como en indios de aceptar al otro como otro,
ha sido señalado como el drama más patético de la conquista, culpable de las
infinitas incomprensiones, agresiones y crímenes que jalonaron el encuentro de
dos grupos de culturas incapaces de comprensión y tolerancia (Todorov, T-9).
En los capítulos subsiguientes describiremos la influencia de los aborigenismos
sobre las culturas criollas de hoy, teniendo en cuenta la presencia de ideas,
sentimientos y creencias trasmitidas directamente desde ese acervo y las
acciones y reacciones que produjo en los indios el contacto con los
occidentales.
Notas al pie
(1) Desde los trabajos antropológicos pioneros de Lewis
Morgan (La Sociedad Primitiva) y de Edward B. Tylor (La Cultura Primitiva), se
coloca a la aparición del lenguaje escrito como frontera entre barbarie y
civilización (Mancussi, M. J. y Faccio, C. A.).
(2) En las expediciones comandadas por Juan de Garay, que dieron lugar a los
asentamientos de Santa Fe y de Buenos Aires, las cuatro quintas partes de los
colonos que recibirían tierras ya eran españoles sólo por parte de padre y de
madre guaraní, además de venir escoltados por varios cientos de siervos
indígenas con los que persistiría la miscegenación, como base para la que por
blanqueamiento pasaría a ser la población blanca, pero las cacerías de indios
fracasarían en las tentativas de reclutar mano de obra dócil.
(3) La cohabitación de los colonizadores ingleses, franceses y holandeses con las
mujeres aborígenes fue muy difundida en los primeros tiempos, cuando escaseaban
las mujeres blancas y el abuso sexual de los amos blancos sobre siervas y
esclavas sería un rasgo permanente. Sin embargo, en estas colonias la llegada
de un número considerable de familias y mujeres europeas y la acción pastoral
protestante llevaron pronto a imponer rígidos tabúes contra la miscegenación,
con lo cual la población mestiza quedó reducida a porcentajes insignificantes.
Pueden citarse como excepciones las cruzas de francés con india en el Canadá
que dieron métis, coureur des bois, las minorías de holandeses
calvinistas dando mulatos griquas con las mujeres hotentotes de Sudáfrica, y la
descendencia híbrida de británicos con mujeres maoríes y polinesias que fue
frecuente en Nueva Zelandia y otras islas del Pacífico.
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