LA NEOCULTURA MESTIZA - PIGMENTOCRACIA Y CASTAS

La raíz ibérica

La raíz aborigen

La raíz africana

La raíz cosmopolita

"... Por circunstancias históricas que nadie ignora, lo indio le viene al mestizo americano por vía materna... La madre india crea varones que llevan consigo el gaje de su raza. No hemos pulsado todavía la voz válida de lo indio... pero algún día podrá hablar"... (Canal Feijóo, C-9)

"De cualquier ángulo que se mire el destino de los nativos de América, sólo se ven males irremediables: Si ellos se conservan salvajes son empujados por la marcha del progreso; si tratan de hacerse civilizados, el contacto con gente civilizada los sume en la opresión y en la miseria. Si continúan vagando en el yermo, perecen; si intentan asentarse, perecen igual. No pueden ilustrarse si no es con la ayuda del europeo, y el contacto con los europeos los corrompe y los rechaza de retorno a la barbarie. Mientras se los deja en sus soledades, se rehúsan a cambiar sus costumbres, y no les queda tiempo para cambiarlas cuando por fin son obligados a desearlo."
(Tocqueville, T-8)


      Los nativos americanos al llegar los europeos estaban divididos en un sinnúmero de grupos de origen único para algunos estudiosos (inmigración mongoloide a través del estrecho de Behring), diverso para otros (incluyendo aportes polinesios, chinos y hasta escandinavos). Estos grupos no guardaban la menor coherencia cultural entre sí.
      La ubicación relativa del nivel de civilización de los pueblos aborígenes, tanto al tiempo del contacto con Occidente, como en su evolución ulterior, ha sido objeto de los más enconados debates entre los detractores del sometimiento de los indios en las subsiguientes comunidades coloniales, enfrentados con los justificadores de la supremacía y los privilegios arduamente conquistados y celosamente defendidos por los europeos.
      La visión realista de dicho nivel fue enmascarada desde un comienzo de las relaciones interraciales por los poderosos intereses derivados de la dominación e, inversamente, por los escrúpulos de conciencia que esa situación, frecuentemente despiadada, provocaba en sus mismos beneficiarios. Entre los dominados aparecerían escasos argumentos doctrinarios para oponerse a la servidumbre en que vivían, más allá de las frecuentes rebeliones tumultuosas alrededor de reivindicaciones nostálgicas o rechazos simples de los abusos de que eran objeto. Así como los europeos quedaron dueños absolutos de los campos de batalla gracias a su superior armamento, organización y motivación, también partiría de ellos posteriormente moldear la imagen histórica de los dominados, denigrándola o exaltándola.
      Las colonias de España más ricas se establecieron sobre los contados verdaderos imperios aborígenes, densamente poblados, en los que habían existido formas de civilización relativamente avanzadas. En otros casos, los más, sólo encontraron tribus muy primitivas, pero siempre sus habitantes tuvieron que ser transformados para seguir viviendo bajo el control de nuevas castas dominadoras extranjeras. Éstas estaban constituidas por los descendientes de los conquistadores, o sea, los españoles criollos, reforzados por un flujo permanente de funcionarios civiles, militares y religiosos peninsulares, encargados de mantener vínculos con la Corona y el Papado, los referentes últimos de la ley.
      Además, continuarían llegando inmigrantes desde el Viejo Mundo, tentados por la esperanza de América que se concretaba en múltiples posibilidades de enriquecimiento muy superiores a cuanto pudiera ofrecer el Viejo Mundo..
      Entre los cronistas y los pensadores españoles criollos surgiría pronto la doble actitud hacia los indios que perdura hasta nuestros días. Por un lado, insistirían permanentemente en la inferioridad del indio conquistado, lo que ayudaría a justificar moralmente la situación de servidumbre en que se lo mantenía. Son innumerables las referencias de capitanes, funcionarios, empresarios y hasta de religiosos sobre la apatía, la pereza, la mendacidad, la deslealtad y otros defectos del aborigen, que llegarían hasta la negación de su condición humana y de la existencia de alma en ellos, como formas de convalidar su reducción a la esclavitud más severa. Observaciones de este tipo no son exclusivas de América, sino que se repiten en todas las situaciones coloniales del mundo (Fanon, F-2; Dirks, D-50). Cualquier análisis desapasionado revela en dichos juicios una intencionalidad ideológica movida por los intereses de las cúpulas de colonos europeos que dependían fundamentalmente del trabajo servil de los colonizados para sostenerse y medrar. Confirman esta realidad las lamentaciones de los administradores criollos cuando por cualquier razón quedaban sin indios por la huida de éstos a lugares remotos, por rebeliones, por epidemias u otras causas. Estas opiniones fueron ardientemente esgrimidas para oponerse a la vigencia de las Leyes de Burgos, a las Nuevas Leyes de Indias, en 1544, y cada vez que se intentó morigerar la servidumbre de los morenos.
      Paralelamente a esta denigración permanente e intencionada del indio, surgirá un movimiento intelectual importante y opuesto de quienes se dedicarían a subrayar sus virtudes, y, al hacerlo, cayeron a su vez en exageraciones y utopismos. A la posición proaborigen contribuiría en forma muy importante la prédica de los sacerdotes que se oponían a la servidumbre y que participaron ardorosamente en la polémica que culminaría en Valladolid (Hanke, H-16; Sepúlveda, S-36). Los Montesinos, los De las Casas y otros muchos denunciarían el abuso del aborigen en que se fundaba la economía de las colonias ibéricas, buscando afanosamente el apoyo de la corona para sustraer el trabajo servil del control de los encomenderos criollos intentando, como alternativa, transformarlos en súbditos capaces de contribuir con sus tributos a las arcas reales (Martínez Peláez, M-31).
      Dicha prédica indigenista socavaría el poder de los españoles criollos, usufructuarios principales de la servidumbre de los nativos, y agriaría sus relaciones con los españoles europeos, como uno de los primeros precedentes de las guerras civiles independentistas del siglo XIX. Se unirían a ella, por rara paradoja, las frecuentes declaraciones de los españoles criollos esforzándose por subrayar la importancia y los méritos de la gesta de sus antepasados conquistadores. Para ello, convenía describir a los imperios y tribus aborígenes y sus ejércitos como fuerzas poderosas cuya derrota había requerido gran coraje y esfuerzo. Era una justificacion de sus privilegios presentes sobre el heroísmo y sacrificios de sus padres, ayer, al servicio de un rey con quien surgían fuertes diferencias sobre el manejo de las riquezas de América y, en primer lugar, del trabajo de los indios. Al hacerlo, involuntariamente presentaban una imagen altamente favorable de comunidades indígenas anteriores a la conquista y esto sería aprovechado ampliamente por los aborigenistas posteriores.
      A modo de ejemplo, entre los muchos que existen, citemos a Fuentes y Guzmán quien dice en su Recordación Florida de Guatemala (F-38, p. 431):

"...cuando los españoles conquistaron estos países y reinos tan dilatados, eran los indios de ellos muy belicosos, dotados de gran don de gobierno, ingeniosos y entre ellos, como antes hemos propuesto, hubo artífices de mampostería, canteros, plateros de masonería, orífices, entalladores e historiadores con otras habilidades de que estaban adornados. Y ahora son cobardes, rústicos y sin talento, sin gobierno, desaliñados, sin arte y llenos de malicia, para que se conozca que todas las cosas se mudan, pués aún las más firmes del mundo cuando están sujetas a una continua variedad y muda."

      Esta definición destaca selectivamente los aspectos favorables del indio anterior a la conquista, dejando de lado las idolatrías que profesaban, los sacrificios humanos, el canibalismo y otros rasgos negativos muy destacados en otros escritos españoles contemporáneos redactados con otra intencionalidad.
      Asimismo, el enajenamiento del indio posterior es atribuido por Fuentes y Guzmán, quien puede ser clasificado como un elocuente exponente del ideario hispano criollo, a una suerte de fatalidad que muda todas las cosas, ignorando deliberadamente la opresión y el terror colonial impuesto por la casta blanca criolla como causante de una transformación tan notable.
      A lo largo de nuestro trabajo se diferenciarán claramente las condiciones étnico-culturales prístinas de cada una de las raíces descriptas, de los rasgos debidos a las complejas interacciones producidas por el contacto dentro de las comunidades híbridas. En uno como en otro caso se intentará levantar los velos maniqueos presentes en la documentación de la época, trasmitidos en muchas interpretaciones posteriores.
      Al dispersarse los grupos humanos por el continente americano habían alcanzado en el siglo XV de nuestra era una gama muy diversa de evolución, con una multitud de rasgos culturales diferentes y un complejísimo mosaico lingüístico.
      Unos pocos imperios monumentales de los Andes y de México, aunque no habían superado limitaciones elementales como las idolatrías fetichistas, los sacrificios humanos acompañados por antropofagia ritual, ignorantes del uso práctico de la rueda, del lenguaje escrito(1), del dinero y de la metalurgia del bronce y del hierro, eran dueños de una elaborada estructura social, una buena producción agrícola de regadío y un arte considerable, en el que descollaban la arquitectura y la talla megalítica.
      La explicación del relativo atraso de las culturas precolombinas en América ha sido vinculada a la demora en la transición del nivel arcaico de cazadores-recolectores al más adelantado de la domesticación, fundamentalmente porque en el continente americano la evolución natural había ofrecido al hombre solamente cuatro especies animales domesticables (perro pila, llama, cobayo y pavo) sumadas a poco más de una docena de especies vegetales susceptibles de cultivo (maíz, papa, zapallo, pimiento, tomate, yuca, poroto, maní, algodón [barbadense], palta, quinua, girasol, pepino, ananá, papaya y ágave). En Eurasia, por el contrario, el hombre había contado con una base genética de, por lo menos, dieciséis animales que se prestaron a la domesticación (perro, equino, vacuno, ovino, suino, caprino, asnal, camello y dromedario, jack, bubalinos, conejo, gato, gallináceas, pato, ganso y reno), además de un número mayor de vegetales (trigo, cebada, centeno, avena, arroz, olivo, higuera, vid, una diversidad de legumbres y hortalizas, numerosos frutales cítricos, de pepita y de carozo, café, té, lino, cáñamo, sisal, etc.).
      Esto haría que el tránsito a la era agrícola se instalara en Eurasia, 12.000 años antes de Cristo, sin que perdurara ningún grupo cazador-recolector al iniciarse la era cristiana. En América, por el contrario (y también en el África y en Oceanía) unas pocas culturas ingresarían a la domesticación recién unos 2.500 años a.C. y al llegar los conquistadores en los siglos XV y XVI aún la mayoría de la población se mantenía en niveles de caza-recolección sumamente primitivos (Diamond, D-43). A esto se debe también que la agricultura de regadío y de secano que practicaban solamente los grupos más adelantados de los Andes, de México y sus entornos pudiera compararse grosso modo con los cultivos existentes en las civilizaciones antiguas del Egipto, la Mesopotamia, la India y la China, de 5.000 años atrás, aunque éstas tenían ya importantes ventajas en metalurgia y otras técnicas. Sólo los mayas, antes del eclipse de su civilización, habían logrado desarrollar una protoescritura inferior a los jeroglíficos y a la graffa cuneiforme de 6.000 años atrás en el Viejo Mundo.
      Los grupos aborígenes en general vivían en lo que Paz denomina la soledad histórica. Les era dificil concebir a los europeos como otros hombres, les era más fácil interpretarlos como dioses o semidioses dotados de ayudas demoníacas que explicaban su superioridad militar y política arrolladora.
      Tomando como ejemplo las etnias que poblaban las vastas llanuras al oriente de los Andes, en el actual territorio argentino, eran en su totalidad sumamente primitivas. Las pampas y las sabanas chaqueñas estaban ocupadas en forma muy difusa por grupos pámpidos (acromegaloides, longilíneos, atléticos), incluyendo a los querandíes, timbúes, manoanes, guinandes y otros grupos de las costas de la Baja Cuenca del Plata, similares a los huarpes y pehuenches de la cordillera neuquina y mendocina, y a los distintos grupos tehuelches (patagones) que se extendían hacia las estepas patagónicas. Sólo más tarde irrumpirían en las pampas desde Chile los grupos ándidos (brevilíneos, de facie achatada), mapuches y huilliches hablando araucano (mapudungu o sung-u).
      Hacia el norte, la transición de las estepas pampeanas hacia la sabana chaqueña, iría acompañada de un viraje hacia etnias guaycurúes, incluyendo a abipones, mataco-mataguayos, chorotes, tobas, pilagás, mocovíes y de otros nombres diversos, que se integrarían hacia el oriente con los grupos tupís y guaraníes del Paraguay y el Brasil, empezando por los chiriguanos y los chanés en lo que se convertiría después en la gran área de las misiones jesuíticas.
      El centro y norte de la actual Argentina, predominantemente de topografla fragosa, estarían ocupados por parcialidades montañesas que acusaban aportes culturales quechuas y aymaras del imperio incaico. Éstos eran desde los comechingones y camiares pobladores de las sierras puntano-cordobesas hasta, más al norte, los diversos subgrupos diaguitas, quilmes, acalianes, juríes, omaguacas, etc. (Mandrini, M-12). Parcialidades de similar o mayor primitivismo existían en toda América desde Tierra del Fuego a los esquimales del Círculo Ártico. Todas estas comunidades indígenas convivían como cazadores-recolectores nómades o con una agricultura y artesanías que se hacían más refinadas al acercarse al Tahuantinsuyu y al Valle de México, pero conservando instituciones tribales y religiosas primitivas. Particularmente en lo relativo a ley y justicia, la inexistencia de escritura había impedido toda codificación más allá de la consuetudinaria, informal, transmitida oralmente. Resultaba notoria la debilidad de cualquier sentido de respeto al ser humano como tal y se aplicaban métodos primitivos para dirimir los litigios, tanto en las tribus dispersas, como en los poderosos imperios.
      Como aparente paradoja, les resultaría mucho más fácil a los europeos sojuzgar y organizar nuevas formas de producción utilizando la servidumbre de los indios en las que habían sido estructuras imperiales fuertemente estratificadas socialmente, en las cuales el reemplazo de la dirigencia heriocrática o aristocrático-sacerdotal vencida por los nuevos jefes blancos, lograría rápida sumisión y sería común reorganizar formas tradicionales de trabajo como la mita, el yanaconazgo, el pongaje, etc.
      Observación similar se registraría mundialmente:

"... Las sociedades que han alcanzado cierto grado de desarrollo son estables, son populosas, se hallan vinculadas a las tierras de cultivo, y finalmente también presentan contradiccciones internas y rivalidades externas que disminuyen su capacidad ofensiva. Otras sociedades más atrasadas, todavía nómadas o seminómadas dé organización comunal, no presentan esas características, y es imposible por ello conquistarlas(...) (eran) pueblos pequeños, que podían levantar sus cabañas y desaparecer, no suceptibles (..) de ser explotados... Es interesante notar que los esclavos africanos (..) eran todos procedentes de pueblos agrarios (..) y nunca se pudo esclavizar a los negros verdaderamente primitivos." (M-31)

      Por esto, en las comunidades tribales se haría mucho más difícil lograr la cooperación de los indígenas en las formas de trabajo servil que se pretendía imponerles, ya que en ellas la misma noción del esfuerzo más allá de las funciones y celebraciones domésticas, la cacería o la guerra, era exótica. Salvo excepciones, las encomiendas de indios de estas características culturales primitivas, frenéticamente buscadas en los comienzos de los contactos, a pesar de ser sometidas a todas las formas de inducción y coerción, fracasarían o tendrían que limitarse a sistemas de aprovechamiento laboral muy laxos. Los indios de las llanuras serían frecuentemente tildados de intractables y rebeldes a toda policía y se los acusaría de huir de la servidumbre en las encomiendas, chacras y obrajes blancos, hacia las tribus rebeldes que se mantenían en lugares inaccesibles, aunque para ello debieran cortar todos sus vínculos familiares.
      El choque cultural que significaría, tanto para los blancos como para los indios el contacto puede ejemplificarse transcribiendo la opinión del jesuita Pierre Frangois Xavier de Charlevoix, en su Histoire du Paraguay, de 1756. Tras conocer el Canadá, Japón y Santo Domingo, dejaría las impresiones de sus primeros contactos con los indios nómades de las estepas y los bosques del Paraguay y el Río de la Plata, diciendo:

"Lo que en general puede afirmarse de ellos, es que todos tienen el color aceitunado, aunque en grado desigual; que de ordinario su estatura es inferior a la mediana, pero no es raro encontrar quienes exceden de la media, que la mayoría tienen las piernas y coyunturas bastante abultadas, la cara redondeada y algo aplastada; que casi en todas partes los hombres y los niños van totalmente desnudos, principalmente en los países cálidos; y las mujeres no van cubiertas sino en cuanto lo reclama el menos severo pudor; que cada nación tiene diversos medios de adornarse o mejor desfigurarse, muchas veces de una manera que les da un aspecto horroroso, si bien hay quienes se fabrican gorros y otros aderezos, con las mejores plumas de las aves; que casi todos son de natural estúpido, feroz, inconstante, pérfido, antropófago, extrañamente voraces, entregados a la borrachera, incapaces de previsión ni cautela aún para las necesidades de la vida; perezosos e indolentes en grado tan notable que cede a toda ponderación; y que, si se exceptúan algunos a quienes el apetito del robo o la pasión de la venganza contra sus enemigos han hecho más furiosos que valientes; casi todos son cobardes; y los mismos que han conservado su libertad no la deben sino a las guaridas inaccesibles en que se han refugiado."

      Aunque esta descripción peque por excesivamente amarga refleja la reacción que producía el encuentro en muchos blancos y la simétrica opuesta era previsible en los indios. Ejemplos comparables se han registrado en los encuentros de expedicionarios europeos con etnias primitivas de los bosques del Amazonas, del Matto Grosso, de los grandes lagos, los bosques y las llanuras de Norteamérica, y en otras comunidades de nivel similar.
      La imposibilidad de encomendarlos para el trabajo y la rebeldía de algunos de estos grupos los llevaría al exterminio militar inmediato o a prolongadas guerras de recursos con periódicos ataques y contrataques de unos y otros hasta que los tribeños quedaban tan debilitados por la pérdida de sus mejores territorios, la continua mestización, las bajas en combate y los efectos de las epidemias, que tenían que aceptar calladamente la incorporación a los estratos inferiores de las nuevas comunidades criollas.
      En países como Guatemala, Bolivia, México, Perú y Ecuador, la población biológicamente o culturalmente india continúa representando un porcentaje elevado del total, aunque en grados notables de aculturación con la población criolla blanca y mestiza (ver cuadros 1, 2, 3 y 4 del inc. 5.4.).
      En el territorio que sería la Argentina la presencia de escasa población aborigen pronto, además, diezmada por las epidemias, obligaría a los colonos europeos y a los hijos ya mestizos que los acompañaron en la ocupación a tomar una función mucho más activa en la producción que en otros lugares del imperio, donde el trabajo era íntegramente delegado en los siervos morenos. Aunque la servidumbre de los indios también existió, como asimismo la importación de esclavos, la amplitud del recurso tierras, el clima templado, y la baja densidad demográfica permitieron asentarse paulatinamente sobre recursos naturales relativamente generosos a un número considerable de trabajadores blancos pobres y mancebos de la tierra, progresivamente blanqueados, motores de una colonización mucho más democrática (Levene)(2).
      De todas maneras, la senda de la mestización restaría como la más ancha para la perduración de las etnias aborígenes, una senda que les estuvo limitada en las colonias no ibéricas de todo el mundo y, en América, en las neoculturas sajonas de la América del Norte(3). En las poblaciones hispano-criollas, ya fuera para la cohabitación espontánea, o como presas de guerra en malocas y contramalocas, las mujeres de todas las razas persistieron como botín codiciado, no sólo por su aprovechamiento sexual, sino porque recaían sobre ellas una buena parte de las tareas despreciadas por los varones, tanto en blancos, como entre indios o en las comunidades híbridas.
      La influencia de las madres es siempre importante sobre la cultura filial. Tendremos que volver sobre el tema a lo largo de nuestra discusión.
      La imposibilidad tanto en blancos como en indios de aceptar al otro como otro, ha sido señalado como el drama más patético de la conquista, culpable de las infinitas incomprensiones, agresiones y crímenes que jalonaron el encuentro de dos grupos de culturas incapaces de comprensión y tolerancia (Todorov, T-9).
      En los capítulos subsiguientes describiremos la influencia de los aborigenismos sobre las culturas criollas de hoy, teniendo en cuenta la presencia de ideas, sentimientos y creencias trasmitidas directamente desde ese acervo y las acciones y reacciones que produjo en los indios el contacto con los occidentales.

Notas al pie

(1) Desde los trabajos antropológicos pioneros de Lewis Morgan (La Sociedad Primitiva) y de Edward B. Tylor (La Cultura Primitiva), se coloca a la aparición del lenguaje escrito como frontera entre barbarie y civilización (Mancussi, M. J. y Faccio, C. A.).

(2) En las expediciones comandadas por Juan de Garay, que dieron lugar a los asentamientos de Santa Fe y de Buenos Aires, las cuatro quintas partes de los colonos que recibirían tierras ya eran españoles sólo por parte de padre y de madre guaraní, además de venir escoltados por varios cientos de siervos indígenas con los que persistiría la miscegenación, como base para la que por blanqueamiento pasaría a ser la población blanca, pero las cacerías de indios fracasarían en las tentativas de reclutar mano de obra dócil.

(3) La cohabitación de los colonizadores ingleses, franceses y holandeses con las mujeres aborígenes fue muy difundida en los primeros tiempos, cuando escaseaban las mujeres blancas y el abuso sexual de los amos blancos sobre siervas y esclavas sería un rasgo permanente. Sin embargo, en estas colonias la llegada de un número considerable de familias y mujeres europeas y la acción pastoral protestante llevaron pronto a imponer rígidos tabúes contra la miscegenación, con lo cual la población mestiza quedó reducida a porcentajes insignificantes. Pueden citarse como excepciones las cruzas de francés con india en el Canadá que dieron métis, coureur des bois, las minorías de holandeses calvinistas dando mulatos griquas con las mujeres hotentotes de Sudáfrica, y la descendencia híbrida de británicos con mujeres maoríes y polinesias que fue frecuente en Nueva Zelandia y otras islas del Pacífico.