Los países del mundo, cualquiera sean sus rasgos
culturales, pueden clasificarse según el parámetro del tecnotropismo impreso
en su capital social y en sus instituciones. Las Naciones Unidas y otros
organismos internacionales publican tablas actualizadas. El ingreso promedio por
habitante es la unidad de medida sancionada por la práctica, aunque existen
mediciones complementarias refinadas con el agregado de otras variables.
Este ordenamiento relativo de las culturas
fundamentalmente según su nivel tecnológico responde a la realidad de la
civilización moderna y no pretende excluir asimetrías entre los diversos
componentes del hombre. No es del caso discutir el nivel de espiritualidad de
determinadas comunidades tibetanas o la sabiduría profunda de algún texto del
Islam, ni despreciar obras artísticas notables producidas en el África
central, sino privilegiar en la comparación lo que se ha constituido en el deus
ex machina de la civilización. Presenta un drama en el que actúan grupos
humanos de aptitudes potenciales similares, pero efectivas muy dispares,
manifestadas por intermedio de habilidades políticas, diplomáticas, militares,
productivas o comerciales muy diversas, lo que ha creado desde los tiempos más
remotos supremacías y dependencias más o menos duraderas de unos países y
pueblos sobre otros (Diamond, D-43).
La actitud soberbia del dominador en los siglos pasados
venía en buena parte fundada sobre el vigor físico y el espíritu combativo de
los hombres, pero desde los comienzos comenzaron a influir las ventajas
tecnológicas que les resultaron fundamentales para pasearse victoriosos por los
campos de batalla e imponer su ley a los vencidos. Los trogloditas luchaban
entre sí a muerte por la posesión de un territorio de caza, por algunas evas
cavernícolas o por un depósito de bayas y raíces atesoradas. El conflicto se
dirimía por las alianzas de grupos para reunir la horda más numerosa y con
mayor espíritu guerrero, pero también por la incorporación de lanzadores,
arcos y flechas o cachiporras de bordes más filosos, por alguno de los
contendores.
La historia se repitió a través de los siglos con
mejores armas, navíos y organización militar. La falange macedonia, la legión
romana, la caballería ligera de los mongoles y tártaros se sucedieron por
siglos en la dominación sobre otros pueblos, hasta ser desplazados por la
caballería pesada feudal armada y acorazada de acero, que dejaría paso, a su
vez, primero, a los arqueros británicos del long bow y, luego, al poder de
fuego de la arcabucería y artillería modernas, para terminar con los cohetes
láser dirigidos y la actual amenaza de las armas nucleares, químicas y
bacteriológicas de potencial letal azorador.
Así se sucedieron en la historia pueblos ricos, libres
y poderosos, y otros sometidos de muchas maneras a la voluntad de los
anteriores. En el mundo moderno la función del nivel científico y tecnológico
adquiere una relevancia mayor que en las épocas anteriores, ya sea que la
ventaja adquirida por dicho medio se ejercite con presiones políticas o
militares, o simplemente por su superioridad industrial, comercial y puramente
tecnocientífica en la concurrencia internacional. La escala de las naciones se
degrana así, cada vez más claramente, desde las de tecnotropismo más
avanzado, hasta los más demorados en este carácter. Los más adelantados,
gracias a su dinamismo mantienen hegemonía en áreas claves de muchas
producciones, de las finanzas, y alojan las matrices del fenómeno relativamente
nuevo de las empresas multinacionales que son en definitiva, solamente un nuevo
paso de avance de las instituciones en el mundo industrial-financiero de fines
del siglo Veinte.
La mayoría de los países muy adelantados de nuestro
tiempo ha manifestado su poderío en períodos de fuerte expansión
imperialista. Recientemente, han preferido retirarse de sus imperios coloniales
devolviéndoles su independencia, pero de hecho mantienen supremacía como
países centrales capaces de producción y comercio altamente competitivos.
Aun cuando muchos de estos países se han desangrado
entre sí en pugnas interimperiales llevadas a la guerra abierta, siempre han
resurgido de sus cenizas. Tal ocurrió con Alemania, Japón e Italia, arrasadas
durante la Segunda Guerra Mundial, que en pocos lustros recuperaron producción,
formas de vida y manifestaciones culturales y espirituales de avanzada. Es un
claro indicio de que la parte más trascendente del capital social está ubicado
en la mente del hombre. El puñado de sobrevivientes, entre las ruinas, no
retornó a una sociedad cavernícola, sino que encaró una reconstrucción
admirable.
Los países y las regiones más adelantados y ricos
reciben últimamente una nutrida corriente de inmigración, lícita y
clandestina, desde los territorios pobres, en busca de afiliarse al bienestar y
posibilidades materiales y espirituales que allí encuentran.
Interesa subrayar que el nivel tecnotrópico y la
ubicación de cada país o pueblo en el mundo dependiendo de su aptitud
psicológica e institucional para aprovechar los adelantos en el conocimiento y
su aplicación tecnológica no deben identificarse con un único tipo de
cultura. Si bien es una realidad incontrastable que los pueblos de Occidente
fueron los iniciadores del movimiento científico tecnológico mundial; es innegable que dicho movimiento pudo prosperar gracias a un sustráctum
intelectual pretecnotrópico muy evolucionado (Renacimiento, Iluminismo,
Reforma, Individualismo, Puritanismo, etcétera); si hay que admitir que la
delantera posibilitada por estos hechos dio al Occidente un predominio mundial
sin oponentes visibles hasta comienzos del Siglo XX; hay signos de que el modelo
de civilización planetaria occidentalizada tiene pocas posibilidades de
concretarse en la extensión que anticipaban hasta hace poco sus mentores. No
solamente se van haciendo palpables los inconvenientes y defectos que acompañan
al modelo, tal vez por el mismo hecho de avanzar con tanta rapidez en terrenos
totalmente nuevos, sino también porque ha habido tiempo para el endurecimiento
de múltiples identidades sofocadas inicialmente por la occidentahzación. Vemos
así hoy aparecer núcleos que han sabido trascender desde una situación
dependiente hacia otra de elevado tecnotropismo en comunidades no-cristianas, no-angloparlantes,
desprovistas de libertad personal y cultural, y sin regímenes políticos
republicanos, característicos del occidentalismo. Éstas son capaces de medirse
contra las potencias occidentales y adquirir una soberbia cultural considerable
abonada por sus recientes éxitos, como es el caso de varios tigres del
Asia-Pacífico,
éxitos a los que regresarán muy probablemente, superadas las crisis
financieras que hoy los sacuden.
El rechazo del modelo civilizatorio occidental se
percibe asimismo en pueblos que, aunque retrasados en su tecnotropismo y dotados
de instituciones poco efectivas para acelerar su avance relativo, insisten en
reafirmar sus rasgos culturales propios y proponen objetivos humanos y
políticos diferentes a los que presiden el modelo occidental.
Queda claro entonces que la propuesta de acumulación
de capital social y la erección de instituciones eficaces para un mundo en el
que el conocimiento es factor esencial, debe entenderse como un sendero
universal que cada pueblo debe recorrer según las posibilidades que le permiten
sus limitantes informales y formales, manejados por la acción edificante de sus
propios líderes y estructuras culturales, políticas y religiosas (Huntington,
H-48; Posse, P-41). Cada tipo de civilización con sus caracteres inherentes
puede marchar más o menos rápido en el camino señalado por la aceleración de
la historia, ya que de ello dependen sus posibilidades futuras de bienestar e
independencia.
En el cuadro N° 5 se incluyen países seleccionados
entre los de elevado tecnotropismo, seguidos por otros de nivel mucho menos
desarrollado, para terminar con los más atrasados y pobres. La ubicación
relativa de unos y otros en la escala está determinada por los caracteres
psicosociales que venimos describiendo. Hemos señalado que el orden relativo
sufre alteraciones debidas a la velocidad diferente con que cada grupo humano se
adecua al contexto de dinamismo creciente del mundo moderno.
El grupo más numeroso y que ocupa territorios más
extensos es precisamente el menos evolucionado. Comprende alrededor de las dos
terceras partes del género humano. La mayoría de ellos han vivido buena parte
de su existencia como posesiones coloniales de las pequeñas metrópolis
occidentales, aunque el último medio siglo los ha visto recuperar su
independencia política, pero no superar, salvo excepciones, el atraso
tecnotrópico de sus culturas.
Dentro del grupo de pueblos de tradición colonial nos
interesa particularmente referirnos a aquéllos en los cuales el choque cultural
entre el relativo modernismo occidental y las culturas arcaicas (nativas o
importadas como esclavas del África, de la India o como coolies, desde China)
se procesó con un altísimo componente de miscegenación reproductiva. Hemos
visto que esto,
bajo el régimen impuesto por los conquistadores ibéricos originó poblaciones
masivamente híbridas y una diversidad de manifestaciones étnicas y culturales
características.
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