A continuación, prestaremos atención a los fenómenos
psicosociales surgidos en los pueblos tradicionales al caer bajo el contacto
avasallador de otros de cultura más adelantada y violentos dominadores. La
experiencia mundial del colonialismo de los siglos XVI a mediados del XX y sus
derivaciones post descolonización, sumadas a la comparación con las reacciones
interculturales en otros momentos del pasado, aportarán elementos fundamentales
para interpretar la evolución histórica de estos numerosos casos.
Los estudios de ciencias sociales han sido dirigidos
muy particularmente a atribuir la responsabilidad del atraso de las ex colonias
a las potencias colonialistas. En ellos se destaca la aparición en los
colonizados de personalidades negativas como consecuencia del desprecio o, en el
mejor de los casos, la conmiseración, soportadas por la infraestructura
tradicional, por parte de los representantes de las culturas de mayor
racionalidad y nivel tecnotrópico. Las personas despreciadoras pueden ser
extranjeras o grupos internos dotados de una formación cultural diferencial
más criteriosa.
Esta atribución de responsabilidades es frecuente, no
solamente en los estudiosos de las propias comunidades relegadas al Tercer
Mundo, en las cuales la propia idiosincrasia en retirada de la que son parte,
los impele subconscientemente a buscar chivos expiatorios en factores externos a
su propio complejo de inferioridad, sino que se presenta también en diversos
trabajos producidos por científicos del Primer Mundo. Puede admitirse que ha
influido en esta preferencia analítica un rechazo subconsciente en las
poblaciones subdesarrolladas a reconocer su parte de responsabilidad en el
problema y, en los científicos, el propósito de no agravar el capitis
diminutio de los colonizados, hurgando en sus subconscientes tecnofobias. Es
comprensible que la simpatía del investigador se incline hacia el desvalido, el
underdog de los sajones, y a esto se adiciona el apoyo que brindaban elaborados
sistemas de sociología científica empeñados en acumular argumentos contra el
imperialismo vigente, como vanguardia estratégica de algún otro de los
imperialismos aspirantes.
El colonialismo y los diversos imperialismos formaron
parte importante del gran debate de trasfondo político auspiciado en buena
parte por los socialismos y antiliberalismos, tanto utópicos,
como
científicos, como nacionales, durante el último siglo, con lo cual no es
sorprendente que las ciencias sociales acusaran su influjo. Sin embargo, la idea
de denostar a la civilización occidental acusándola de opresora sobre otros
pueblos tiene antiguas y hondas raíces filosóficas en los antiiluminismos y
romanticismos y, luego, en los relativismos que florecieron en la Europa del
siglo XIX (Sebreli S-33, p. 32).
La inculpación por el atraso relativo no es el único
ejemplo de sesgo antioccidental. Otro, tanto o más importante, sería el caso
de la esclavitud atribuida selectivamente, casi sin excepción, por estudios y
declaraciones políticas, a la codicia arrogante de portugueses, holandeses e
ingleses, durante tres siglos de historia moderna. Valga como ejemplo uno de los
muchos apóstrofes existentes:
"¡Ah! Maldito, maldito mil veces
Seas, blanco sin fe, tu cruel memoria
Sea eterno baldón para tu historia
Que deshonre a los hijos de tus hijos
Y llevan en la frente
La mancha de la infamia que tú hicieras
Cual lleva el hombre negro eternamente
Las heridas del alma que le abrieras."
(Casildo Thompson, Oda al África, fide Pagés Larraya, P-3, p. V 5)
Anatemas tan generalizados dejan de lado deliberada o subconscientemente los
siguientes aspectos, por cierto no desdeñables:
- Que la esclavitud había existido ya con tanto o mayor despliegue en todo
los países del mundo, desde los tiempos más antiguos, como un comercio
floreciente.
- Que los embarques por negreros occidentales hubieran sido impracticables
sin el concurso de los cazadores de piezas africanas en el interior, todos
ellos negros o árabes, ya que los blancos no sobrevivían a las
enfermedades propias de ese ambiente(1).
- Que fue la reacción ético-religiosa de los occidentales a fines del
siglo XIX, la que puso fin violentamente al tráfico desde el África hacia
las colonias americanas.
- Que los líderes africanos fueron quienes más enérgicamente se opusieron
a la abolición de la trata, por cercenarles un rubro de ingresos fastuoso e
inveterado(2).
- Que el comercio esclavista se mantuvo en todo su esplendor y crueldad,
desde el África en dirección al Oriente, por mucho tiempo después de la
interrupción de la trata en Occidente. Es sabido que todavía en nuestros
días subsisten áreas del África, donde actúan sistemáticamente bandas
negreras.
Los mismos prejuicios antioccidentales con bases
objetivas discutibles distorsionando los juicios se observan en el discurso
acerca de las culturas arcaicas de las mayorías tradicionales, de las cuales se
esconden y hasta se exaltan los rasgos primitivos y se justifican todas las
acciones y comportamientos por irracionales y destructivos que sean, en tanto
que se rechazan visceralmente los aportes extranjeros presentes en ellas
negándose a reconocer sus aportes civilizatorios, aun cuando éstos ya hayan
sido incorporados por su evidente utilidad.
No puede discutirse que el formidable expansionismo
europeo factor primordial en la regulación de los equilibrios políticos,
económicos y sociales en todo el mundo desde fines del siglo XV hasta mediados
del siglo XX tuvo, entre sus múltiples motivaciones, algunas totalmente
mercenarias y violentas, aunque se intentara con frecuencia disfrazarlas con
ideales religiosos o políticos superiores. No es el caso, por lo tanto, de caer
en el exceso opuesto exculpando totalmente a los, casi siempre arrogantes, y a
veces brutales, colonialistas. La feroz violencia de los primeros choques entre
europeos e indios americanos ha quedado registrada significativamente. Las
acusaciones de crueldad con los derrotados levantadas en el imperio español
contra Aguirre, Valdivia, Almagro, Villagra, Pizarro, Cortés, Maldonado,
Alvarado y otros muchos capitanes y soldados de la primera hora, las tremendas
degollinas en el Caribe y en la Tierra Firme, así como las denuncias contra los
jefes de infinitas represiones, entradas y malocas blancas en busca de esclavos
que persistieron por bastante tiempo en las colonias, como fueron los sonados
ejemplos de los hermanos Salazar en Neuquén y las desalmadas incursiones de los
bandeirantes paulistas sobre las misiones guaraníticas, etc., sólo podían
aducir en su descargo que lo hecho había conseguido victorias, territorios y
siervos para el rey que los inculpaba. Como ejemplo, el reputado Pedro de
Alvarado al ser enjuiciado en nombre del rey, en México, alegaría:
"...e si algund pueblo se quemó e algo se robó, yo no supe ni
vide de ello... salvo los dichos españoles e cristianos que yban conmigo como
suelen e acostumbran hacer en dichas guerras e entradas... todos los castigos
que se han fecho han sido cabsa que la tierra esté como está debajo del
dominio e servidumbre, e sy no se hiciera, segund la multitud de yndios e los
pocos cristianos que havía, no se ganara, de que Vuestra Majestad no fuese
servido..."
Concluida la etapa inicial de guerra de conquista y
acallada la gran mayoría de las actitudes rebeldes amenazadoras de los
vencidos, sería necesario mantener solamente una legislación adecuada y un
monopolio de la violencia que se preocupara por mantener una Pax hispánica,
cuya severidad varió según las épocas y los escenarios.
A pesar de la evidente presencia de estos factores de
tiranía ejercidos por los grupos blancos colocados por la conquista en amos
absolutos, cuyos efectos psicólogicos describiremos en la génesis sostenida de
la personalidad negativa en los morenos, una revisión desapasionada de los muy
diversos tipos y situaciones de subdesarrollo en el mundo obliga a tener en
cuenta como causa primordial del atraso a los caracteres cualitativos de las
culturas aborígenes, que ya venían revelándose como lentas desde mucho antes
del contacto con Occidente. La determinación psicológica profunda de estos
caracteres es compleja, pero de importancia fundamental. La idea del progreso,
inexistente antes de la revolución tecnocientífica reciente, ha sido ahora
vulgarizada mundialmente por las comunicaciones modernas y se ha anidado en el
pensar y en el sentir de la mayor parte de los grupos dirigentes, relativamente
mejor educados, que compiten por el poder aun en los países más pobres, pero
las masas tradicionales, mucho menos expuestas al martilleo de los media, quedan
todavía por fuera de esos influjos de moda intelectual y quietamente se aferran
a los modelos arcaicos de vida, que les vienen siendo trasmitidos desde los
tiempos más remotos por los mecanismos psicogénicos familiares, atrincherados
en los recovecos de la inteligencia emocional.
La experiencia colosal de la descolonización instalada
desde mediados del siglo prácticamente en el mundo entero, y en algunos casos,
como en la América Latina, desde mucho antes, demuestra que la fuerte
atenuación y hasta la total desaparición del control político y económico de
los colonizadores facilitó el resurgimiento de culturas propias, pero raramente
fue seguida de aceleraciones perceptibles en la creatividad de los colonizados
liberados.
La supresión de toda responsabilidad en los fenómenos
de identidad negativa a los componentes tradicionales de las sociedades mixtas,
ha esterilizado una buena parte de los esfuerzos para acrecentar el capital
social de los pueblos atrasados y elevar su nivel tecnotrópico con políticas
conducentes. Dentro de la cultura de muchos de los pueblos descolonizados
continúan faltando los estímulos y las energías necesarias para crecer en el
manejo de formas de relación e institucionales imprescindibles para modernizar
la convivencia.
Por el contrario, la experiencia histórica revela que
otras nacionalidades o grupos sometidos al desprecio y los vejámenes más duros
bajo la dominación de sus enemigos han sabido transformar esas persecuciones en
trampolines para recuperar posiciones de alta riqueza y poderío.
Estas reflexiones subrayando las diferencias en las
idiosincrasias profundas de los pueblos protagonistas de integraciones
culturales refuerzan el concepto de que las minorías que luchan y se desesperan
en cada país por acelerar la marcha de sus comunidades subdesarrolladas
propugnando la adopción de actitudes más tecnotrópicas y realizadoras deben
arrastrar a regañadientes a la mayoría de sus compatriotas poseídos
subconscientemente desde siempre por valores, actitudes e ideas arcaicas. De
similar desubicación cultural sufren muchos de los nacionalistas y de los
aborigenistas, que achacan a los extranjeros el haber creado y fomentado la
apatía y anomia de sus connacionales. En verdad, ambos grupos, aparentemente
tan disímiles y hasta frecuentemente en lucha abierta entre sí, son minorías
enérgicas que comparten la adoración del ídolo del progreso, cosa a la que
sus connacionales no adhieren, y las dos buscan alcanzarlo por caminos y según
teorías distintas, llevando las masas a la rastra.
Esta actitud muy diferente de unos grupos y otros nos
recuerda que el concepto mismo del desarrollo es una idea que acompañó a la
explosión tecnotrópica del Primer Mundo, pero que no tiene vigencia efectiva
para muchos hombres y mujeres del resto del planeta. No es que éstos no sean
capaces, sino que no tienen interés en adoptar los valores y someterse a las
exigencias de la sociedad tecnotrópica o ejercen su albedrío privilegiando
otras formas de vida que nadie de afuera tiene derecho de condenar, aunque sí
la obligación de interpretar correctamente. El propio concepto de
escalonamiento de los pueblos hacia una superación más o menos definida,
participa sin duda del etnocentrismo primermundista, influido por la concepción
occidental desarrollista en su victoria mundial. La idea dominante en el mundo
hasta comienzos del siglo XX sería:
"...Las transformaciones sintomáticas de la etapa posindustrial o
poscapitalista fortalecen la imagen del sistema sociocultural occidental como
pináculo del desarrollo o la forma más avanzada de sociedad humana, a la que
las otras formas se acercan o bien reconocen inevitablemente como
superior."
(Bauman, B-16, p. 168)
Aun con estas reservas metodológicas, es evidente
que los caracteres culturales de las comunidades pueden mantenerse estancados
durante siglos o evolucionar más o menos rápidamente, hacia adelante y, en
algunos casos, hacia atrás, recuperando formas de tradicionalismo, y hasta de barbarie, que parecían definitivamente superadas. Son revanchas más o menos
importantes del pensamiento emocional profundo.
Por lo tanto, analizar las ubicaciones reales de las
culturas tradicionales y sus íntimas posibilidades reactivas para acelerar la
incorporación del tecnotropismo, no pueden considerarse inspiraciones
reaccionarias, ni antipopulares, ni proimperialistas. Simplemente son hechos
históricos que han sido dejados de lado hasta hace bien poco, en un afán
inconsciente o deliberado por no agravar los complejos de inferioridad que
surgen en los subdesarrollados por la confrontación con los modelos del Primer
Mundo. Dentro de este concepto general que reubica a la cultura propia como
fundamento de toda evolución ulterior, ya sea independientemente o expuesta al
contacto con otras culturas, se interpretan mejor las infinitas variedades y
gradaciones dentro de la escala general de avance de los pueblos en la
civilización. Hoy, a fines del siglo XX, los adelantos enormes de
comunicaciones y transportes han estrechado los espacios entre todas las
culturas de la aldea planetaria. Son ya muy pocos los hombres que viven aislados
dentro de su pequeña realidad lugareña, prácticamente sin noticias sobre
otros hombres y otras formas de vivir, cuando ello era la regla al surgir los
imperios coloniales, a fines del siglo XV En aquella época existían ventajas
abismales de los pueblos de Occidente, que venían desde siglos atrás creando
características de tecnotropismo que florecían ya en innovaciones proveedoras
de una inmensa ventaja en poderío y riqueza, inexistentes en los pueblos que no
habían experimentado procesos psicosociales comparables. Ese fue el gran choque
de la colonización (Diamond, D-43).
Los chinos bautizaron "mareas del Oeste" (Chiang Monlin,
Ch-8), a la enorme diversidad de influjos modernizantes procedentes de Occidente
que se derramaban sobre pueblos étnica y culturalmente muy diversos, desde los
aborígenes australianos o los bosquimanos del África, de nivel paleolítico,
hasta los mucho más refinados árabes, hindúes, persas o chinos, pero todos
notoriamente atrasados, tradicionales o arcaicos en sus personalidades y, por
ende, en su aptitud de incorporarse a la civilización moderna. Estudios
recientes como los de Putnam (P-51); Sowell (S-55); North (N-8, N-9) y otros,
resultan iluminadores porque permiten identificar las diferencias cuanti y
cualitativas del stock de capital social, hasta entre regiones de un mismo
país, experiencia que será posible transferir sin duda a diversos pueblos con
niveles de civilización disímiles, aunque la perspectiva de una única
civilización planetaria sobre los lineamientos del occidentalismo esté ya
abandonada ante la proliferación de culturas contestatarias que exigen el
respeto de sus respectivas identidades.
Aunque hayan sido innumerables las derivaciones
modernizantes de esta marea occidental en la vida de todos los pueblos que hasta
ese momento eran lentos, esto no impidió que muchos intelectuales de dichas
culturas repudiaran vigorosamente influjos extranjeros que ahogaban sus
tradiciones ancestrales. Un ejemplo es el que dio el distinguido literato
japonés Jukio Miskima que recurrió al suicidio ritual para abogar por su causa
tradicionalista.
Notas al pie
(1) La tasa de supervivencia
de los europeos en el interior del África no superaba, en promedio, a un año.
Los blancos lo sabían y limitaban al mínimo los desembarques o permanecían en
la costa, donde las virazones mejoraban las condiciones sanitarias.
(2) En el museo de la
esclavitud, en Calabar, Nigeria, se exhiben las cartas de los obas locales a la
reina Victoria pidiéndole que la Flota Real interrumpiera la campaña contra el
tráfico.
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