LA PSICOLOGÍA DEL CRIOLLO
Los rasgos de la infraestructura tradicional
Las presiones foráneas o de la superestructura moderna
La identidad negativa o en retirada (retreatist)

"El capital humano no ha sido distribuido al azar, siendo el mismo producido por circunstancias que han variado ampliamente en diferentes lugares del mundo bajo diferentes climas, geografía e historia."
(Sowell, S-55, p. xii)


     A continuación, prestaremos atención a los fenómenos psicosociales surgidos en los pueblos tradicionales al caer bajo el contacto avasallador de otros de cultura más adelantada y violentos dominadores. La experiencia mundial del colonialismo de los siglos XVI a mediados del XX y sus derivaciones post descolonización, sumadas a la comparación con las reacciones interculturales en otros momentos del pasado, aportarán elementos fundamentales para interpretar la evolución histórica de estos numerosos casos.
     Los estudios de ciencias sociales han sido dirigidos muy particularmente a atribuir la responsabilidad del atraso de las ex colonias a las potencias colonialistas. En ellos se destaca la aparición en los colonizados de personalidades negativas como consecuencia del desprecio o, en el mejor de los casos, la conmiseración, soportadas por la infraestructura tradicional, por parte de los representantes de las culturas de mayor racionalidad y nivel tecnotrópico. Las personas despreciadoras pueden ser extranjeras o grupos internos dotados de una formación cultural diferencial más criteriosa.
     Esta atribución de responsabilidades es frecuente, no solamente en los estudiosos de las propias comunidades relegadas al Tercer Mundo, en las cuales la propia idiosincrasia en retirada de la que son parte, los impele subconscientemente a buscar chivos expiatorios en factores externos a su propio complejo de inferioridad, sino que se presenta también en diversos trabajos producidos por científicos del Primer Mundo. Puede admitirse que ha influido en esta preferencia analítica un rechazo subconsciente en las poblaciones subdesarrolladas a reconocer su parte de responsabilidad en el problema y, en los científicos, el propósito de no agravar el capitis diminutio de los colonizados, hurgando en sus subconscientes tecnofobias. Es comprensible que la simpatía del investigador se incline hacia el desvalido, el underdog de los sajones, y a esto se adiciona el apoyo que brindaban elaborados sistemas de sociología científica empeñados en acumular argumentos contra el imperialismo vigente, como vanguardia estratégica de algún otro de los imperialismos aspirantes.
     El colonialismo y los diversos imperialismos formaron parte importante del gran debate de trasfondo político auspiciado en buena parte por los socialismos y antiliberalismos, tanto utópicos, como científicos, como nacionales, durante el último siglo, con lo cual no es sorprendente que las ciencias sociales acusaran su influjo. Sin embargo, la idea de denostar a la civilización occidental acusándola de opresora sobre otros pueblos tiene antiguas y hondas raíces filosóficas en los antiiluminismos y romanticismos y, luego, en los relativismos que florecieron en la Europa del siglo XIX (Sebreli S-33, p. 32).
     La inculpación por el atraso relativo no es el único ejemplo de sesgo antioccidental. Otro, tanto o más importante, sería el caso de la esclavitud atribuida selectivamente, casi sin excepción, por estudios y declaraciones políticas, a la codicia arrogante de portugueses, holandeses e ingleses, durante tres siglos de historia moderna. Valga como ejemplo uno de los muchos apóstrofes existentes:

"¡Ah! Maldito, maldito mil veces
Seas, blanco sin fe, tu cruel memoria 
Sea eterno baldón para tu historia
Que deshonre a los hijos de tus hijos 
Y llevan en la frente
La mancha de la infamia que tú hicieras 
Cual lleva el hombre negro eternamente
Las heridas del alma que le abrieras."
(Casildo Thompson, Oda al África, fide Pagés Larraya, P-3, p. V 5)

Anatemas tan generalizados dejan de lado deliberada o subconscientemente los siguientes aspectos, por cierto no desdeñables:

  1. Que la esclavitud había existido ya con tanto o mayor despliegue en todo los países del mundo, desde los tiempos más antiguos, como un comercio floreciente.
  2. Que los embarques por negreros occidentales hubieran sido impracticables sin el concurso de los cazadores de piezas africanas en el interior, todos ellos negros o árabes, ya que los blancos no sobrevivían a las enfermedades propias de ese ambiente(1).
  3. Que fue la reacción ético-religiosa de los occidentales a fines del siglo XIX, la que puso fin violentamente al tráfico desde el África hacia las colonias americanas.
  4. Que los líderes africanos fueron quienes más enérgicamente se opusieron a la abolición de la trata, por cercenarles un rubro de ingresos fastuoso e inveterado(2).
  5. Que el comercio esclavista se mantuvo en todo su esplendor y crueldad, desde el África en dirección al Oriente, por mucho tiempo después de la interrupción de la trata en Occidente. Es sabido que todavía en nuestros días subsisten áreas del África, donde actúan sistemáticamente bandas negreras.

     Los mismos prejuicios antioccidentales con bases objetivas discutibles distorsionando los juicios se observan en el discurso acerca de las culturas arcaicas de las mayorías tradicionales, de las cuales se esconden y hasta se exaltan los rasgos primitivos y se justifican todas las acciones y comportamientos por irracionales y destructivos que sean, en tanto que se rechazan visceralmente los aportes extranjeros presentes en ellas negándose a reconocer sus aportes civilizatorios, aun cuando éstos ya hayan sido incorporados por su evidente utilidad.
     No puede discutirse que el formidable expansionismo europeo factor primordial en la regulación de los equilibrios políticos, económicos y sociales en todo el mundo desde fines del siglo XV hasta mediados del siglo XX tuvo, entre sus múltiples motivaciones, algunas totalmente mercenarias y violentas, aunque se intentara con frecuencia disfrazarlas con ideales religiosos o políticos superiores. No es el caso, por lo tanto, de caer en el exceso opuesto exculpando totalmente a los, casi siempre arrogantes, y a veces brutales, colonialistas. La feroz violencia de los primeros choques entre europeos e indios americanos ha quedado registrada significativamente. Las acusaciones de crueldad con los derrotados levantadas en el imperio español contra Aguirre, Valdivia, Almagro, Villagra, Pizarro, Cortés, Maldonado, Alvarado y otros muchos capitanes y soldados de la primera hora, las tremendas degollinas en el Caribe y en la Tierra Firme, así como las denuncias contra los jefes de infinitas represiones, entradas y malocas blancas en busca de esclavos que persistieron por bastante tiempo en las colonias, como fueron los sonados ejemplos de los hermanos Salazar en Neuquén y las desalmadas incursiones de los bandeirantes paulistas sobre las misiones guaraníticas, etc., sólo podían aducir en su descargo que lo hecho había conseguido victorias, territorios y siervos para el rey que los inculpaba. Como ejemplo, el reputado Pedro de Alvarado al ser enjuiciado en nombre del rey, en México, alegaría:

"...e si algund pueblo se quemó e algo se robó, yo no supe ni vide de ello... salvo los dichos españoles e cristianos que yban conmigo como suelen e acostumbran hacer en dichas guerras e entradas... todos los castigos que se han fecho han sido cabsa que la tierra esté como está debajo del dominio e servidumbre, e sy no se hiciera, segund la multitud de yndios e los pocos cristianos que havía, no se ganara, de que Vuestra Majestad no fuese servido..."

     Concluida la etapa inicial de guerra de conquista y acallada la gran mayoría de las actitudes rebeldes amenazadoras de los vencidos, sería necesario mantener solamente una legislación adecuada y un monopolio de la violencia que se preocupara por mantener una Pax hispánica, cuya severidad varió según las épocas y los escenarios.
     A pesar de la evidente presencia de estos factores de tiranía ejercidos por los grupos blancos colocados por la conquista en amos absolutos, cuyos efectos psicólogicos describiremos en la génesis sostenida de la personalidad negativa en los morenos, una revisión desapasionada de los muy diversos tipos y situaciones de subdesarrollo en el mundo obliga a tener en cuenta como causa primordial del atraso a los caracteres cualitativos de las culturas aborígenes, que ya venían revelándose como lentas desde mucho antes del contacto con Occidente. La determinación psicológica profunda de estos caracteres es compleja, pero de importancia fundamental. La idea del progreso, inexistente antes de la revolución tecnocientífica reciente, ha sido ahora vulgarizada mundialmente por las comunicaciones modernas y se ha anidado en el pensar y en el sentir de la mayor parte de los grupos dirigentes, relativamente mejor educados, que compiten por el poder aun en los países más pobres, pero las masas tradicionales, mucho menos expuestas al martilleo de los media, quedan todavía por fuera de esos influjos de moda intelectual y quietamente se aferran a los modelos arcaicos de vida, que les vienen siendo trasmitidos desde los tiempos más remotos por los mecanismos psicogénicos familiares, atrincherados en los recovecos de la inteligencia emocional.
     La experiencia colosal de la descolonización instalada desde mediados del siglo prácticamente en el mundo entero, y en algunos casos, como en la América Latina, desde mucho antes, demuestra que la fuerte atenuación y hasta la total desaparición del control político y económico de los colonizadores facilitó el resurgimiento de culturas propias, pero raramente fue seguida de aceleraciones perceptibles en la creatividad de los colonizados liberados.
     La supresión de toda responsabilidad en los fenómenos de identidad negativa a los componentes tradicionales de las sociedades mixtas, ha esterilizado una buena parte de los esfuerzos para acrecentar el capital social de los pueblos atrasados y elevar su nivel tecnotrópico con políticas conducentes. Dentro de la cultura de muchos de los pueblos descolonizados continúan faltando los estímulos y las energías necesarias para crecer en el manejo de formas de relación e institucionales imprescindibles para modernizar la convivencia.
     Por el contrario, la experiencia histórica revela que otras nacionalidades o grupos sometidos al desprecio y los vejámenes más duros bajo la dominación de sus enemigos han sabido transformar esas persecuciones en trampolines para recuperar posiciones de alta riqueza y poderío.
     Estas reflexiones subrayando las diferencias en las idiosincrasias profundas de los pueblos protagonistas de integraciones culturales refuerzan el concepto de que las minorías que luchan y se desesperan en cada país por acelerar la marcha de sus comunidades subdesarrolladas propugnando la adopción de actitudes más tecnotrópicas y realizadoras deben arrastrar a regañadientes a la mayoría de sus compatriotas poseídos subconscientemente desde siempre por valores, actitudes e ideas arcaicas. De similar desubicación cultural sufren muchos de los nacionalistas y de los aborigenistas, que achacan a los extranjeros el haber creado y fomentado la apatía y anomia de sus connacionales. En verdad, ambos grupos, aparentemente tan disímiles y hasta frecuentemente en lucha abierta entre sí, son minorías enérgicas que comparten la adoración del ídolo del progreso, cosa a la que sus connacionales no adhieren, y las dos buscan alcanzarlo por caminos y según teorías distintas, llevando las masas a la rastra.
     Esta actitud muy diferente de unos grupos y otros nos recuerda que el concepto mismo del desarrollo es una idea que acompañó a la explosión tecnotrópica del Primer Mundo, pero que no tiene vigencia efectiva para muchos hombres y mujeres del resto del planeta. No es que éstos no sean capaces, sino que no tienen interés en adoptar los valores y someterse a las exigencias de la sociedad tecnotrópica o ejercen su albedrío privilegiando otras formas de vida que nadie de afuera tiene derecho de condenar, aunque sí la obligación de interpretar correctamente. El propio concepto de escalonamiento de los pueblos hacia una superación más o menos definida, participa sin duda del etnocentrismo primermundista, influido por la concepción occidental desarrollista en su victoria mundial. La idea dominante en el mundo hasta comienzos del siglo XX sería:

"...Las transformaciones sintomáticas de la etapa posindustrial o poscapitalista fortalecen la imagen del sistema sociocultural occidental como pináculo del desarrollo o la forma más avanzada de sociedad humana, a la que las otras formas se acercan o bien reconocen inevitablemente como superior."
(Bauman, B-16, p. 168)

     Aun con estas reservas metodológicas, es evidente que los caracteres culturales de las comunidades pueden mantenerse estancados durante siglos o evolucionar más o menos rápidamente, hacia adelante y, en algunos casos, hacia atrás, recuperando formas de tradicionalismo, y hasta de barbarie, que parecían definitivamente superadas. Son revanchas más o menos importantes del pensamiento emocional profundo.
     Por lo tanto, analizar las ubicaciones reales de las culturas tradicionales y sus íntimas posibilidades reactivas para acelerar la incorporación del tecnotropismo, no pueden considerarse inspiraciones reaccionarias, ni antipopulares, ni proimperialistas. Simplemente son hechos históricos que han sido dejados de lado hasta hace bien poco, en un afán inconsciente o deliberado por no agravar los complejos de inferioridad que surgen en los subdesarrollados por la confrontación con los modelos del Primer Mundo. Dentro de este concepto general que reubica a la cultura propia como fundamento de toda evolución ulterior, ya sea independientemente o expuesta al contacto con otras culturas, se interpretan mejor las infinitas variedades y gradaciones dentro de la escala general de avance de los pueblos en la civilización. Hoy, a fines del siglo XX, los adelantos enormes de comunicaciones y transportes han estrechado los espacios entre todas las culturas de la aldea planetaria. Son ya muy pocos los hombres que viven aislados dentro de su pequeña realidad lugareña, prácticamente sin noticias sobre otros hombres y otras formas de vivir, cuando ello era la regla al surgir los imperios coloniales, a fines del siglo XV  En aquella época existían ventajas abismales de los pueblos de Occidente, que venían desde siglos atrás creando características de tecnotropismo que florecían ya en innovaciones proveedoras de una inmensa ventaja en poderío y riqueza, inexistentes en los pueblos que no habían experimentado procesos psicosociales comparables. Ese fue el gran choque de la colonización (Diamond, D-43).
     Los chinos bautizaron "mareas del Oeste" (Chiang Monlin, Ch-8), a la enorme diversidad de influjos modernizantes procedentes de Occidente que se derramaban sobre pueblos étnica y culturalmente muy diversos, desde los aborígenes australianos o los bosquimanos del África, de nivel paleolítico, hasta los mucho más refinados árabes, hindúes, persas o chinos, pero todos notoriamente atrasados, tradicionales o arcaicos en sus personalidades y, por ende, en su aptitud de incorporarse a la civilización moderna. Estudios recientes como los de Putnam (P-51); Sowell (S-55); North (N-8, N-9) y otros, resultan iluminadores porque permiten identificar las diferencias cuanti y cualitativas del stock de capital social, hasta entre regiones de un mismo país, experiencia que será posible transferir sin duda a diversos pueblos con niveles de civilización disímiles, aunque la perspectiva de una única civilización planetaria sobre los lineamientos del occidentalismo esté ya abandonada ante la proliferación de culturas contestatarias que exigen el respeto de sus respectivas identidades.
     Aunque hayan sido innumerables las derivaciones modernizantes de esta marea occidental en la vida de todos los pueblos que hasta ese momento eran lentos, esto no impidió que muchos intelectuales de dichas culturas repudiaran vigorosamente influjos extranjeros que ahogaban sus tradiciones ancestrales. Un ejemplo es el que dio el distinguido literato japonés Jukio Miskima que recurrió al suicidio ritual para abogar por su causa tradicionalista.

Notas al pie

(1) La tasa de supervivencia de los europeos en el interior del África no superaba, en promedio, a un año. Los blancos lo sabían y limitaban al mínimo los desembarques o permanecían en la costa, donde las virazones mejoraban las condiciones sanitarias.

(2) En el museo de la esclavitud, en Calabar, Nigeria, se exhiben las cartas de los obas locales a la reina Victoria pidiéndole que la Flota Real interrumpiera la campaña contra el tráfico.