Nos referiremos ahora a los fenómenos sociales que se
engloban mundialmente como colonialismo, con el carácter que asumieron en la
conquista de la América Latina. En el espacio americano, la derrota militar y
el sometimiento a servidumbre de los aborígenes primero, y de los esclavos
africanos, después, sería tanto o más completa que en las diversas regiones
del Asia, África y Oceanía a las que llegaría la enorme audacia de los
europeos.
Las culturas precolombinas distaban de ser homogéneas,
ni de similar aptitud militar, pero tras una resistencia inicial más o menos
decidida, todas sucumbieron frente a los peninsulares y éstos, para afianzar su
dominio sobre poblaciones que los superaban enormemente en número, recurrieron
a la destrucción masiva de las instituciones, los templos y los ídolos, y al
sometimiento de los líderes políticos y religiosos tradicionales. Estas
catástrofes político-militares se vieron agravadas terriblemente por las ya
citadas epidemias introducidas indeliberadamente por los europeos, y además,
por las fuertes demandas de la conquista, que siguieron pesando sobre la
población autóctona, tanto para las subsiguientes expediciones de exploración
y ocupación, como para mover las nuevas producciones, por primera vez
orientadas a los voraces mercados abiertos en el Viejo Mundo. Dichas tremendas
conmociones seguidas por la reducción a diversas formas de servidumbre bajo la
Pax Hispánica que sucedió al derecho de conquista serían inconscientemente
asociadas por los derrotados con poderes mágicos o con ayudas demoníacas de
los vencedores. Ello se vería confirmado por el desprecio absoluto con que los
europeos recibían las amenazas de represalias de los dioses indígenas. La
consecuencia sería que la población de cultura tradicional compuesta por
indios, africanos y todas las cruzas morenas, caería en formas de identidad
negativa o en retirada, de las cuales no ha conseguido todavía evadirse.
Esta realidad muy difundida en diversos pueblos
sometidos al coloniaje por los triunfadores occidentales fue advertida desde muy
temprano.
Veamos por ejemplo la cita de De Paw:
"... de las experiencias practicadas entre los criollos resulta
que, como los niños indígenas dan en su primera juventud algunas señales de
penetración, que se apagan al salir de la adolescencia, llegan a ser entonces
indolentes, desaplicados; no obtienen la perfección en ninguna ciencia ni
arte; así se dice en forma de proverbio que son ciegos cuando los otros
hombres comienzan a ver, porque su entendimiento se abate y decrece en la
época misma en que el de los europeos tiende a alcanzar su mayor vigor."
(De Paw, fide García, G-18, p. 4)
Con estas frases, De Paw fue un notable precursor en
la descripción del carácter en retirada del moreno, manifestándose
precisamente al salir de la niñez, aunque él lo atribuyó en su tiempo a una
influencia mefítica general del ambiente americano, lo que pronto quedaría
desechado. Los verdaderos causales de la creación del temperamento negativo son
la escasa predisposición propia de las culturas aborígenes para incorporar los
rasgos modernos, el violento desprecio que dicha rigidez inspiraba en los
dominadores y la dependencia total en que quedarían las masas morenas bajo los
minúsculos grupos de invasores europeos. La sensación de derrota absoluta de
las poblaciones arcaicas reiteradamente vencidas en la confrontación con los
occidentales influirá empobreciendo su potencial intelectual.
En las poblaciones mixtas, en las cuales conviven
dominadores de mayor inteligencia racional con dominados de mentalidad
mágico-emocional,
ambos grupos se influirán recíprocamente. La idiosincrasia de los dominados
será incomprensible sin la presencia de los dominadores y tampoco se podrá
adelantar en la comprensión de los dominadores, sin cotejarla continuamente con
la de los dominados que los rodean.
La identidad negativa en los dominados
"La agresión más feroz del colonizador ha sido
despojarlos (a los colonizados) de su historia, porque sin historia no se es
y con una historia falsa, ajena, se es otro, pero no uno mismo."
(Guillermo Bonfil Batalla)
"Muchos antropólogos han interpretado toda la vergüenza étnica y el
traslado a la cultura dominante como un servilismo. Un análisis menos
dogmático interpreta mejor ese proceso como la única manera de situarse a
la altura de los tiempos asiéndose a la cultura importada como a una tabla
salvadora y no como un enemigo inaceptable."
(Sebreli, S-33, p. 60)
La convicción de la debilidad frente al poderío
abrumador de los blancos y el desprecio de todos sus valores culturales
tradicionales (withdrawal of status respect) produciría en los indios y en los
africanos esclavos adultos, desde los primeros contactos, reacciones violentas
de frustración y de ira que deberían ser disimuladas para evitar las sanciones
que caían inexorablemente sobre los rebeldes. La función paterna de formación
de la personalidad del hijo quedaría fuertemente afectada por este duelo
interno. Con la defenestración o destrucción de una minoría de jefes,
sacerdotes y sabios habían desaparecido de un golpe todos los símbolos y
manifestaciones que habían sido las bases de la personalidad de cada grupo
aborigen desde el origen de los tiempos. Esta frustración profunda haría que
padre y madre indios y mestizos reforzaran los aspectos autoritarios e
irracionales de su conducta afectando fuertemente la formación de los hijos e
instalando un ciclo recurrente de frustración y reconocimiento del atraso
(Hagen, H-4, p. 411).
El rezago de una cultura frente a otras, sería
sistemáticamente negado por una corriente de pensamiento relativista que tuvo
auge en la primera mitad del siglo XX, sobre bases filosóficas
antiuniversalistas y particularistas de los siglos precedentes. Lévi-Strauss,
un partidario del relativismo, sintetizaría su tesis diciendo:
"En verdad no existen pueblos niños; todos son adultos, incluso
aquéllos que no poseen el diario de su infancia y de su adolescencia..."
(Lévi-Strauss, L-27, p. 369)
Actualmente, el relativismo, como la mayoría de los
enfoques particularistas, ha perdido mucha influencia, salvo en sus
manifestaciones emocionales resurgentes en los recientes comunitarismos. No
solamente se acepta en términos académicos la gradación, obvia hasta para
ojos profanos, de las culturas humanas desde el salvajismo originario hacia
etapas sucesivas de civilización, sino que los pueblos, que ya Lévi-Strauss
debió diferenciar como fríos y calientes, han pasado a ser denominados pueblos
lentos y pueblos rápidos, según la velocidad con que incorporan los elementos
que caracterizan el avance en la civilización; el pensamiento racional, la
organización eficaz, el capital social, las tendencias tecnotrópicas. Esto
requirió, como cimiento, privilegiar el aborde universalista que concibe a la
humanidad como un todo, con subtipos y variedades dentro de la verdad objetiva.
Aún en su tiempo Lévi-Strauss había debido admitir
que:
"La antropología -definida en ese entonces como 'epifenómeno del
colonialismo' dedicado al estudio de los pueblos primitivos- debió la ventaja
epistemológica de una visión más objetiva de los pueblos a ser la hija de
una era de violencia, y a las consecuencias de la dominación de la mayor
parte de la humanidad por las naciones occidentales. "
En los hechos, desde los primeros contactos
interétnicos los nativos captaron intuitivamente la precariedad de las diversas
presentaciones de su capital social frente al de los conquistadores. A pesar de
la penosa servidumbre a que habían quedado reducidos, la mayoría de sus
rebeliones fueron esporádicas y fragmentarias. La mayoría de las exhortaciones
a sublevarse que les propusieron reiteradamente quienes querían hacer valer su
abrumador número fueron desoídas, aunque, en algunos casos, la lucha fue
prolongada y heroica. Esa convicción de fondo será una de las causas
fundamentales del estupor paralizante que ha sido citado, y la hará caer en
complejos de inferioridad condicionadores de su evolución ulterior en
generaciones sucesivas. Las consecuencias de estos profundos traumas han sido
englobados como el síndrome de la taza que se ha roto (Arciniegas, A-35) y
analizados más recientemente como la determinación de una identidad en
retirada (retreatist) denominada específicamente para el modelo latino-americano,
como personalidad negativa (Montevechio, M-69, p.28; Montero, M-69; y otros).
Personalidades de este tipo surgen de la inseguridad
del niño moreno que continúa recibiendo valores e ideas reverenciados por sus
padres como parte inseparable de su mente emocional ancestral, los que ve muy
pronto despreciar por los sectores altos de la sociedad, cuya opinión cuenta
por ser quienes tienen la estructura cultural-institucional que les permite
esgrimir la fuerza y controlar la producción y distribución de bienes y
prestigio. El conflicto o duelo interior en cada moreno socava su identidad
tradicional y, a la vez, dificulta su incorporación franca a la cultura
dominadora, que es la más actualizada en términos de civilización.
El factor complementario a ser tenido en cuenta es la
forma cómo los colonizadores impusieron su control policial sobre las masas
dominadas. En los incisos 5.4., al referirnos a los grados y tipos de
marginalidad establecidos en la sociedad de castas, se describirá el temor de
los blancos a la rebeldía potencial de los morenos. Para controlarla, la
pequeña cúpula caucásica impondría lo que ha sido bautizado como el terror
colonial, bastante similar en todos los imperios.
En el característico mundo de relaciones humanas que
se desarrolló en todos los colonialismos se ve la influencia permanente de los derivados de la dominación de unos
grupos sobre otros. Éstos complejos de inferioridad y de superioridad
se basaban en ciertas circunstancias objetivamente
ciertas, como era la considerable delantera de los europeos en cuanto a bagaje
de valores tecnotrópicos de fondo y a nivel tecnológico institucional
alcanzado, lo que les creaba por derivación una cosmovision ampliada y una
racionalidad superior (Martínez Peláez, M-31), pero a esto vendrían a sumarse
factores surgidos del monopolio de la violencia celosamente preservado para sí
por los dominadores.
Las formas de dominación y la necesidad de recurrir a
la fuerza para sostenerla fueron muy diferentes según las circunstancias
locales. En los emporios mineros y de ricas plantaciones, con mercados opulentos
y numerosa mano de obra sometida, existirían amplios recursos tributarios y
motivaciones para imponer abiertamente la dominación hasta mucho después de
apagados los focos iniciales de resistencia armada, mediante matanzas, torturas
y autos de fe para obtener la revelación de riquezas o para sustituir las
religiones tradicionales por el cristianismo (Dirks, D-50; Martínez Peláez, M-31;
Walvin, W-3; Wankar, W-5; y otros).
En las regiones con población sometida menos numerosa
o en las fronteras ganaderas, donde la amplitud del escenario y la supervivencia
de población aborigen no sometida mantenían siempre disponible para los
siervos la posibilidad de fuga de la coyunda colonial, la ley y el orden se
basarían en formas de coacción más remotas, con rasgos y limitaciones
característicos (Ras, R-19). En dichos lugares, las autoridades coloniales
multiplicarían los intentos, frecuentemente infructuosos, para disciplinar e
imponer obligaciones a los vagos y malentretenidos, ladronicios, malévolos,
protervos, vagamundos, cuatreros y otros epítetos de la época con que se
identificaba a los marginales rurales, indios, mestizos, africanos cimarrones, y
blancos renegados, en lo que se seguía una tradición que tenía antiguas
raíces en Europa (España, Inglaterra(1), Italia, Rusia(2), etc.) para lidiar con
similares problemas de marginalidad, como el señalado para la Argentina
(Slatta, S-48; Amaral, A-27; Rodríguez Molas, R-33; Gori, G-48 y G-49), para
México (Florescano, F-16; Martín, M-25), para Venezuela (Loy, L-41; Izard, I-13),
para Chile (Pinto Rodríguez, P-32), para Cuba (Garret; Bell; Saco, S-8) y así
en toda la región.
A pesar de las diferencias de matiz entre regiones, en
todos los casos, muchos de los caracteres señalados reiteradamente como
típicos de los grupos morenos y atribuidos habitualmente a su idiosincrasia
profunda, como la haraganería, la inmoralidad, su hurañía y taimada
desconfianza, se muestran a un examen más zahorí como reacciones provocadas
por la realidad de la convivencia forzada con los amos blancos. El indio, el
negro y los mestizos obligados por la ley de los españoles y criollos blancos a
trabajos forzados en tareas nuevas, frecuentemente unidos a desarraigos y
esfuerzos penosos, y con remuneraciones bajas responderían del único modo a su
alcance, o sea oponiendo su resistencia pasiva y una labor a desgano (Crossan,
J. D., The Historical Jesus, San Francisco, Cal., Harper, 1991-92). Esa actitud
se hará carne en los morenos, hasta el punto de mantenerse persistentemente aun
cuando se les abren oportunidades más favorables. Hay numerosos ejemplos en que
la población de castas obra con más entusiasmo y diligencia cuando hacerlo la
beneficia a ella y no exclusivamente a otros (Martín-Baró, M-26; Martínez
Peláez, M-31; y otros), pero todavía hoy el rendimiento laboral de los morenos
compite mal en general con el de trabajadores de otras culturas y existen
también numerosas referencias a que la haraganería era característica
sumamente difundida en los aborígenes desde antes de haber estado sometidos, ni
de haber tenido contacto con los europeos.
Los mecanismos coercitivos impuestos con severidad
creciente por las autoridades virreinales a tono con el aumento de la población
marginal y los perjuicios que ocasionaban serían reiteradas por sus sucesores
criollos, en el siglo XIX, cuando el estado de guerra permanente creó
obligaciones de personal más apremiantes compartidas para la producción y los
ejércitos (Salvatore, S15, S-16, S-18 y S-18b). El problema de los vagos y
malentretenidos sería general en las comunidades criollas, tanto coloniales
como posteriores, habiendo dado lugar a profuso debate y a literatura, ya sea
reivindicatoria o condenatoria. El lamento lírico de Martín Fierro y la muerte
de Santos Vega en las fronteras ganaderas del Río de la Plata son de los
ejemplos más completos de una situación que parecía llegar a un final feliz
cuando la dirigencia de los argentinos europeístas pudo ilusionarse con que la
cultura patricia morena había quedado sepultada por el aluvión inmigratorio
cosmopolita y una era de abundancia económica.
En los lugares de América Latina que no disfrutaron de
estas bonanzas, la situación de dependencia de la población morena y sus
rebeldías se mantendrían hasta los hechos contemporáneos.
El traslado ritualista al dominador
La población afectada por signos de personalidad negativa fluctuará en una
ambivalencia entre los estereotipos más superficiales de ambas culturas en
pugna dentro de sí. Por un lado, por momentos, intentará pasarse al campo de
los blancos con armas y bagajes, abjurando violentamente de su raíz tradicional
por considerarla un lastre. Existieron algunos casos exitosos de traslación
completa, de este tipo, en contados hijos mestizos reconocidos de padres
europeos, aceptados plenamente por la sociedad española. Tales los hijos
legítimos o legitimados de varios de los jefes conquistadores (Lipschutz, L-31,
p. 273) y en algunas nobles aborígenes o principales que, previo bautismo, se
casaron con españoles. También la institución del padrinazgo permitió a
algunos indios puros incorporarse plenamente al grupo del padrino cristiano y,
por último, el mestizaje con porcentajes crecientes de sangre blanca facilita
grandemente el proceso.
Un grupo más numeroso estará compuesto por quienes se identificarán con el
agresor en la definición inicial de Ana Freud. En estos casos, la indefensión
frente al poder exterior lleva al individuo a sacarse a sí mismo mentalmente de
la condición de víctima y sumarse a los victimarios. Reacciones defensivas
similares se han observado en todos los tiempos y situaciones. La tremenda
experiencia de los prisioneros políticos o raciales del totalitarismo del siglo
XX muestra muchos casos de reclusos que, acosados psicológicamente y aterrados,
llegaban a sentirse verdaderamente culpables de los crímenes que se les
achacaban, explicándose así las abyectas confesiones y autoinculpaciones para
los que se llegó a diseñar toda una tecnología del lavado de cerebros. Casos
similares son los de los reclusos nombrados celadores o guardianes de sus
compañeros y que terminaban imponiéndoles una disciplina y castigos más duros
que los propios carceleros. Tal ha sido descripto para los kapos de los campos
de concentración nazi para judíos o de los gulags y asilos psiquiátricos
soviéticos para disidentes.
Los aborígenes y mestizos que muestran de este modo su rechazo a su cultura
tradicional serán más papistas que el Papa en lograr el triunfo de la cultura
importada sobre las masas de las que ellos se han desprendido mentalmente. Es el
caso característico de los llamados calpixtles, en México y Guatemala.
Capataces o caporales, generalmente castas africanas, encargados de supervisar
el trabajo de los braceros indios y reputados por su crueldad con ellos y su
obsecuencia hacia los patrones blancos. Se harta proverbial para ellos la
definición de Motolinia: "...una de las plagas trabajosas (...) con que
hirió Dios y castigó esta tierra...". Los dominadores agravan el problema
configurando un estereotipo de los dominados en el que resalta su primitivismo e
incompetencia, habilitándolos solamente para servir. Para quien convive con los
morenos como dominador éstos son haraganes, taimados, sin moral familiar,
borrachos y ladrones. Se desestimarán sus reclamos aduciendo que tienen
suficientemente para vivir en descansada riqueza, que rechazan la civilización
y abusan de cualquier buen trato. Este estereotipo tiene algunas bases
objetivamente ciertas, primordialmente en su escasa capacidad de abstracción y
aptitud para el uso de una diversidad de herramientas tecnológicas, pero está
magnificado por el desprecio cultural hacia lo otro, que es, además, cada vez
más incapaz de defenderse. La mayoría de los dominados tienden a aceptar esa
concepción peyorativa del dominador, en un notorio complejo de inferioridad
etno-cultural común a la mayoría de los pueblos colonizados(3).
Un ejemplo característico de negación de la cultura tradicional en los
aborígenes de toda América, sería la rápida desaparición de los cultos
idolátricos, los sacrificios humanos, el canibalismo ritual y la sodomía
explícita muy difundidos entre los indios al tiempo de la conquista (Staden, S-57;
Villalta, V 20; Díaz del Castillo, D-47; Sahagun, S-10; Baudez y Picasso, B-13;
Mandrini, M-12; Cabeza de Vaca, C-1). La desaparición de la antropofagia sin
dejar rastros sería tan rápida y total que algunos escritores cristianos
llegaron a dudar de que nunca hubiera existido y hasta atribuyeron su mención a
intentos de calumniar a las culturas aborígenes (De Azara, D-10, Lugones, L-45).
Sin embargo, la difusión de estas formas de extrema barbarie ha sido
reiteradamente confirmada. Citas procedentes de la época de la conquista de
Tenotchitlan revelarán los reacciones profundas que despertaba el canibalismo
indígena entre los conquistadores:
"... y cada día sacrificaban delante de nosotros tres o cuatro o cinco
indios, y los corazones ofrecían a sus ídolos, y la sangre pegaban por las
paredes, y cortábanles las piernas y los brazos y muslos, y lo comían como
vaca que se trae de las carnicerías en nuestra tierra, y aún tengo creído que
lo vendían a menudo en los tianguez, que son mercados (..) y todos los
caciques, papas(4) y principales respondieron que no les estaba bien dejar sus
ídolos y sacrificios, y que aquellos dioses les daban salud y buenas sementeras
y todo lo que habían menester; y que en cuanto a lo de las sodomías, que
pondrán resistencia en ello para que no se use más."
(Bernal Díaz de Castillo, D-47)
U otra:
"Los prisioneros fueron sacrificados ante los españoles, pero al ver
aquello los blancos se estremecieron de horror y asco. Escupieron en el suelo,
cerraron los ojos entre escalofríos, apartaron los mirada llenos de espanto.
Rechazaron las viandas rociadas con preciosa sangre: veían cómo exhalaban
vapores y ello les ponía enfermos, como si ingiriesen carne corrompida.
Moctezuma ordenó el sacrificio porque tenía a los extranjeros por dioses, los
adoraba, creía en ellos. Eran llamados dioses venidos del cielo', y a los
negros se les llamaba `dioses ensuciados'."
(Fray Bernardino de Sahagún, Código Florentino)
Muy rápidamente la misma reacción de horror ante la antropofagia, antes
venerado componente de los ritos más sagrados, se extendería a los mismos
indios, por aceptación del lente cultural de los conquistadores, hasta provocar
su rápida desaparición carente del apoyo de sus mismos oficiantes.
El traslado cultural del indio a lo blanco se manifestaría frecuentemente
alrededor de la aceptación entusiasta o fingida de la catequización en la
religión verdadera, considerada por los mismos españoles como un componente
esencial de la transformación cultural del aborigen.
A la inversa, el combate de los españoles contra los fetichismos indígenas
sería uno de los rasgos más notables y persistentes del contacto cultural de
la conquista. Valga como ejemplo el relato de cómo se manifestó esto durante
la invasión de la Nueva España que se reiterará en todas las expediciones:
"...dijo Cortés a los caciques que los habían de derrocar (a los
ídolos). Y desde que aquello vieron mandó el cacique gordo a otros sus
capitanes que se apercibiesen muchos guerreros en defensa de sus ídolos: (..) y
dijeron a Cortés que porque les queríamos destruir, y que si les hacíamos
deshonor a sus dioses o se los quitábamos, que todos ellos perecerían, y aún
nosotros con ellos (..) y no lo hubo bien dicho cuando subimos sobre cincuenta
soldados y los derrocamos, y vienen rodando aquellos sus ídolos hechos pedazos,
y eran de manera de dragones espantables, tan grandes como becerros, y otras
figuras de manera de medio hombre, y de perros grandes y de males semejanzas. Y
cuando así los vieron hechos pedazos, los caciques y papas que con ellos
estaban lloraban y tapaban los ojos, y en su lengua totonaque les decían que
los perdonasen, y que no era más en su mano, ni tenían culpa, sirio esos
teules, que os derrocan, y que por temor de los mexicanos no nos daban
guerra"...
(Bernal Díaz del Castillo, D-47)
En muchos lugares de América, desde los que habían sido grandes imperios
hasta las tribus ignotas, numerosos indios insistirían tercamente en sus
antiguas creencias y ritos y en el respeto a sus hechiceros y sacerdotes. Diría
Cortés y Larraz, arzobispo de la Diócesis de Guatemala, hacia fines del siglo
XVIII:
"... los indios generalmente se conservan en sus idolatrías antiguas, y
su cristianismo no es más que apariencia e hipocresía..."
El aferrarse al paganismo, parte fundamental de su identidad en entredicho,
era componente de base de su resistencia al invasor. Dirá el mismo prelado:
"... tienen a los españoles y ladinos (mestizos) por forasteros y
usurpadores de estos dominios, por cuyo motivo los miran con odio implacable y
en lo que los obedecen es por puro miedo y servilismo. Ellos no quieren cosa
alguna de los españoles, ni la religión, ni la doctrina, ni las
costumbres..."
Por lo mismo, los españoles insistirán con opuesta tenacidad en la
erradicación de todo vestigio del paganismo demoníaco, destruirán los
santuarios, derribarán los ídolos que los indios intentarán reconstruir
subrepticiamente, expatriarán a shamanes y amautas. Tomará mucho tiempo hasta
que los indios acepten la mediación de los sacerdotes en sus relaciones con la
dirigencia criolla y que comprendan que, en general, éstos tienden a
favorecerlos. La magia de los exorcismos del hechicero y los torrentes de sangre
de los sacrificios serán lentamente sustituidos por la devoción a santos,
vírgenes y redentores crucificados. El oropel del ritual católico terminará
por oscurecer las celebraciones tradicionales. Por último, la nostalgia
cósmica hará interpretar el mensaje trascendente del Dios personal. El
traslado será lento y tropezará con muchos rechazos y rebeldías. Las
creencias seguirán compartiendo por largo tiempo los rasgos del falso self
habitual en otros rasgos culturales incorporados por la población morena. Las
conversiones serán con frecuencia sólo nominales o fingidas; no abundarán
místicos, ni santos. Aparecerán infinidad de sincretismos de ritos e imágenes
cristianas con relictos de las idolatrías tradicionales. Los renacimientos y
mesianismos compartirán dogmas y símbolos de ambas vertientes, pero
lentamente, la religión en conjunto se constituirá en una introducción a la
cultura dominante a través del gran portón abierto por la Iglesia y su
concepción generosa del hombre, a menudo en conflicto con los grupos ibéricos
seglares de objetivos más mezquinos.
A fines del siglo XX, con todas sus limitaciones, la religión católica así
como diversas iglesias reformadas, han adquirido arraigo profundo entre los
criollos. La trabajosa, lenta y todavía incompleta incorporación de la
religión, la lengua y los limitantes formales de la conducta en forma de ley de
los invasores terminarán siendo los factores fundamentales para que la
Latinoamérica actual sea considerada como un retoño de la cultura de
Occidente.
Otro signo típico de identidad negativa del tipo de identificación con el
agresor; es la extrema saña desplegada por los indios, mestizos, mulatos y
zambos aliados -los más inclinados a aceptar e incorporarse a la cultura
cristiana- al participar en las infames malocas en busca de esclavos entre los
indios rebeldes. La observación del Marqués de Esquilache, en 1616, sobre los mestizos,
"son rayo para los indios", se repetirá acerca de los mamelucos y
caboclos que constituían el grueso de las bandeiras paulistas cazadoras de
esclavos para los engenhos, como con referencia a los jenízaros y montañeses,
mestizos de mapuche y huilliche con blanco, en el sur de Chile, y del mismo modo
en todas las regiones de Latinoamérica.
Habrá muchas referencias de este tipo particularmente para el gaucho, enemigo
mortal del indio, a quien odia y teme, hasta que la marginación desde la
cultura blanca lo arroje, a su pesar, al asilo de la toldería.
Como, a pesar de todos estos intentos, el trasvasamiento desde la cultura
dominada a la dominante es parcelado, lento y dificil, y como los rasgos
sobrevivientes físicos y culturales tradicionales se conservan tozudamente
dentro del estereotipo o macchietta del moreno, devolviéndolo reiteradamente al
nicho social y legal del que ha pretendido evadirse, la frustración será
frecuente. Las tentativas de pasarse a la cultura europea estarán expuestas a
desaires y postergaciones. La mayoría se empantanará en situaciones
intermedias. Cada fracaso será una nueva espina clavada en la población que no
puede desprenderse de los rasgos físicos morenos, e infundirá en ella
resentimientos, desarraigo, y más ira reprimida.
Se constatará con frecuencia que individuos del grupo moreno
intentan
audazmente abandonar sus raíces culturales trasladándose desde su ambiente
tradicional a centros de la cultura hegemónica, pero que al cierto tiempo
emprenden el regreso. No han podido sobreponerse a sus propios limitantes
psicológicos arraigados en una tradición muy profunda y consolidada (Hagen, H-3).
Hay abundantes referencias a individuos de las culturas
folk más diversas
llevados a Europa y educados formalmente en la cultura occidental, quienes,
vueltos a su ambiente primitivo, recuperaron pronto sus actitudes anteriores y
sirvieron muy poco para la función culturizadora para la cual habían sido
preparados (Bitterli, B-38).
La mayoría de la población tradicional sometida al desprecio de sus valores
preciados caerá en actitudes ritualistas y en formas de personalidad como sí
(as if), también llamadas de falso self o de discurso sobreadaptado, bien
definidas en términos psicoanalíticos. Esta actitud está en la base de lo que
se ha denominado el sello de la insinceridad en los latinoamericanos (Marías,
M21). La imitación de los modelos de conducta europeos se hará sólo
superficial aunque aparatosa. La indignación inconsciente por el oprobio de sus
valores y de los héroes de su memoria emocional hará que, aunque ostenten
externamente los valores europeos y aparezcan formalmente como identificados con
ellos, no podrán ejercerlos en plenitud. Las personas con psicología de este
tipo serán capaces de ocupar posiciones sociales y económicas de nivel bajo y
mediano, pero fracasaran ni bien se les requieran aptitudes verdaderamente
creativas o de liderazgo competitivo. Es conocida la resistencia de las firmas
coloniales para dar puestos dirigentes a los morenos, porque la experiencia les
indica que no tienen cabeza para el negocio aunque sean razonables trabajadores
en el taller o la oficina, donde pueden actuar con limitada iniciativa (White y
Holmberg, W-10). Este condicionamiento tiene el efecto secundario de reafirmar
en los dominadores la convicción de su propia superioridad indiscutible, sin
reparar en que el origen del problema es, en buena parte, un bloqueo
psicológico y no un defecto biológico de los dominados.
La reivindicación de lo tradicional
"Con la toma de conciencia del fenómeno de identidad negativa se
produce la exacerbación del sentimiento de la identidad positiva y la
sobrevaloración de la cultura propia. La idealización del pasado, la completud
narcisística perdida, contrapuesta a la realidad de despojo, sometimiento y
enfermedad."
(Montevechio, M-69, p. 31)
Simultánea, alternada o confusamente mezclada con la reacción de abjurar de
la cultura tradicional reemplazándola con pautas de los dominadores, aparecerá
una reacción inversa en los grupos despreciados, consistente en una hiper
reivindicación de la cultura tradicional sobreponiéndose al descorazonamiento
y a la deserción de sus propios hermanos.
En el capítulo III se ha analizado cómo el instinto gregario profundo en los
seres humanos crea una tendencia firme a la identificación con el grupo propio
y a la defensa de sus caracteres. En las comunidades aborígenes y africanas y
sus cruzas expuestas a la dominación y desprecio de los cristianos se
registrará con frecuencia una reacción que promueve la resurrección de viejos
valores y prácticas culturales, en muchos casos semiolvidados o refugiados en
nichos étnicos remotos. Se trata de una manifestación del pentimento(5), que en
psicología social representa un retorno hacia tramos de la memoria
emocional.
Es frecuente que los aborigenistas que sustentan estas posiciones
reivindicativas adopten una visión rosada del pasado que se proponen
reinstaurar, que desentierren sus raíces, seleccionando los aspectos favorables
y encubriendo o negando los desfavorables. Estos intentos pueden encuadrarse en
la mitificación conducente a la erección de un positivo pasado usable (Finley,
F-14; Steele Commager, S-59; Ras, R-8 y R-10), pero con frecuencia se exceden
hasta caer en la historia fraguada (bogus history) o mistificación.
Las manifestaciones tradicionalistas pueden mantenerse en aspectos pintorescos o
folklóricos reafirmatorios de una identidad raigal, pero sin propiciar
comportamientos y actitudes folk en la vida cotidiana. Esto no obstaculiza, sino
más bien favorece, la evolución hacia una personalidad marcadamente
tecnotrópica y realizadora. Infinidad de etnias europeas, norteamericanas o
asiáticas muy progresistas exhiben alegre y orgullosamente sus atuendos
típicos, sus bailes y canciones tradicionales y sus ritos centenarios en
determinadas ocasiones, para seguir al día siguiente manejando contratos,
laboratorios, ordenadores, usinas y equipos ultramodernos. Cuando una comunidad
ha constituido un capital social abundante y sólido, la tradición cumple
cabalmente su función integradora (Montevechio, M-69, M-70 y otras). Sin
embargo, en los morenos latinoamericanos son difíciles estas salidas ordenadas
y sin baches hacia niveles más modernos, por la presencia irritativa de las
castas dominadoras y por el desnivel cultural demasiado pronunciado. A ello se
debe que la reafirmación cultural de los grupos tradicionales con dificultades
para enarbolar banderas convincentes de su pasado usable recaiga en
declaraciones altisonantes y en actitudes con fuertes connotaciones tecnófobas,
aferrándose a estilos culturales inconducentes para seguir el ritmo del avance
general de la civilización, o por lo menos, para acumular conocimientos
aprovechables y construir instituciones tecnotrópicas.
Los resentimientos son con frecuencia tan fuertes que la reivindicación de la
cultura autóctona apunta selectivamente contra el aporte cultural de los
blancos, dándose la paradoja de escritos, proclamas, láminas intensamente
antieuropeos, cabalgando en los idiomas y los medios tecnológicos que han sido
aportados íntegramente por la denostada cultura importada, la cual, por otra
parte, es ya inseparable de la nueva cultura en formación. Es fácil percibir,
por otra parte, que las sublevaciones nativistas y los mesianismos que abogan
por expulsar al blanco y volver a los usos tradicionales nunca han desdeñado
usar las armas, los caballos y otros elementos aportados desde Occidente
(Sheehan, S-39, p. 216). En estos últimos casos, la racionalidad ha ganado la
batalla dentro de la mente del moreno.
La tendencia a la reafirmación etnocéntrica hacia atrás, frecuentemente
paranoica, es muy difundida en los pueblos expuestos a la denigración
generalizada de sus rasgos culturales. Sus efectos sociales son de resultados
inuy dudosos para una evolución positiva (Glazer y Moynihan, G-34).
La búsqueda de responsables externos
"Una sociedad, necesita arrojar siempre sobre alguno la responsabilidad
de sus faltas. Cuando mayor es el remordimiento que experimenta, mejor dispuesta
se encuentra a buscar el culpable que por ella, haga penitencia; y cuando lo ha
castigado bastante, se acuerda el perdón a sí misma y se congratula de su
inocencia."
(Romero, R-36, p. 33)
"Palpita en el proceso argentino (y en los de otros pueblos criollos) la
idea de que el Estado ha desgobernado al país. Álvaro Barros habló de la
desgracia permanente de entregar los destinos de nuestro país a inexpertos o
malos gobernantes... Esa, idea persiste en Alberdi, Sarmiento,
Echeverría."
(Mafud, M-6, p. 276)
La rabia impotente de los grupos incapaces de altas realizaciones
tecnotrópicas frenadas por su propio primitivismo y, más aún cuando se
sienten culturalmente subyugadas, se manifestará en diversas formas de rechazar
la propia porción de responsabilidad en el balance social alcanzado. Atribuirán todos sus problemas y la parálisis de su institucionalización al
influjo de factores exteriores confabulados en su contra. Dentro de esta
tendencia, será frecuente, por ejemplo, que la culpa del estancamiento en la
civilización sea atribuida a defectos de los propios gobernantes o grupos
dominantes, y también a la potencia hegemónica de turno en el mundo. En
general, el latinoamericano, de psicología folk, pasiva frente a la naturaleza
y proclive a la interpretación mágica de los fenómenos, no cree que éxitos y
fracasos se deban a sus propios actos. Le resulta inás lógico atribuirlos a la
influencia de factores exteriores inmanejables. Es lo que ha sido denominado el
complejo de Israfel (Stark, S-58, p. 34) por referencia a un poema en el que
Edgar Allan Poe, tras describir la inefable melodía del canto del ángel
coránico Israfel, termina diciendo con mal disimulado despecho:
"Were I to dwell
Where Israfel
Hath dwelt, and he where I
He might not sing so wildly well
A mortal melody
And a nobler note than this might swell
From my lyre in the sky,"
("Si yo viviera
Donde Israfel
Ha vivido, y él donde lo hice yo
El pudiera no cantar
Tan magníficamente bien
Y una nota más noble que esa podría brotar
De mi lira en el cielo.")
Estos versos son una velada autobiografía de un Poe atormentado por la
mezquindad del público que no apreciaba sus versos y lo sumía en la pobreza.
El poeta expresa su convicción de que si él canta con la armonía de una
urraca no es porque tenga cuerdas vocales bastas, sino que le faltó vivir y
cantar en un ambiente celestial.
Esta actitud se manifiesta habitualmente en América Latina en la búsqueda de
chivos emisarios y siniestros enemigos exteriores a quienes atribuir la
responsabilidad por sucesos cuya determinación, bien estudiada, revela la
responsabilidad decisiva de la propia esencia cultural.
El complejo de Israfel es decididamente avieso cuando está presente como
tónica general de una comunidad, imperando en ella un consenso fatalista por el
cual no sirve de nada esforzarse para crear uno mismo su destino, sino esperarlo
todo del juego providencial de factores externos.
Una tendencia similar se percibe en muchos estudios hechos por teóricos del
mundo subdesarrollado que reivindican una suerte de derecho metodológico a
priorizar los enfoques particularistas, subjetivos e ideológicos, lo que los
lleva a conclusiones poco objetivas o dogmáticas.
La aparición de movimientos
nacionalistas muy vocales y su influencia chauvinista en sectores importantes de
la sociedad responde al mismo sustráctum de búsqueda ansiosa de culpables
externos para todos los males, lo que termina siendo contraproducente para la
velocidad del avance.
Puede reconocerse en esta actitud, sin embargo, un atisbo de verdad. Hemos
referido que el tecnotropismo es un fenómeno colectivo que no rinde sus efectos
si no es compartido por la colectividad. El clima psicológico realizador debe
crear un escenario comunitario en el cual germina y fructifica la
constructividad social de cada individuo mejorando el balance del capital
social. A la vez, la riqueza y el poder aportados por el tecnotropismo actúan
en bola de nieve creando instituciones fuertes y abundancia de recursos. Esto
facilita grandemente la concreción de los emprendimientos, aún los más
triviales. Así se explica que muchas individualidades aisladas se sientan
frustradas en sus aspiraciones al vivir en una sociedad subdesarrollada. Son
numerosos los ejemplos en todas las épocas de la historia, desde la antigüedad
más remota, de personas emigradas desde las comunidades que les quedaban
estrechas, hacia los ambientes donde podían realizarse mejor. Los centros
culturales, desde las Babilonia, Atenas y Roma antiguas, hasta la Nueva York o
el París de nuestros días, han atraído siempre a los cerebros que hubieran
vegetado estériles en ambientes más mezquinos. Infinidad de personas
originadas en comunidades tecnófobas triunfan ampliamente al trasladarse e
insertarse en grupos humanos e instituciones con climas psicosociales más
modernos y fecundos para la realización. Todos los países del Tercer Mundo
lamentan estas deserciones que minan su propio capital social por la fuga de
cerebros distinguidos. Las causas son obvias.
El mesianismo
"Cuando una cultura tradicional tiembla frente a la amenaza de una
sociedad más adelantada... es probable que surja un profeta y que trace la
realización de sus deseos. La escapatoria del callejón sin salida de lo humano
mediante un mecanismo sobrenatural... con ello se desencadena un movimiento de
renovación y vuelta al buen tiempo pasado. La motivación del profeta puede ser
sincera ilusión, deseo de poder, fama o hasta dinero, o un compuesto de estas
cosas. Sus adeptos lo siguen a causa de la presión de su insatisfacción
social."
(Krobe)
La cólera del dominado puede provocar explosiones de violencia que revisten
con frecuencia la forma de movimientos mesiánicos. Figuras carismáticas
encarnaran los resentimientos larvados, invocarán ayudas mágicas y convocarán
a una liberación y a un mundo sin mal, capaz de sobreponerse a la superioridad,
también considerada mágica, de los opresores. Cada uno recuperará así la
identidad perdida. Movimientos de este tipo han provocado numerosas rebeliones
suicidas en los más diversos lugares bajo tutela colonialista. Desde las
sublevaciones de quechuas y aymarás cada vez que apareció algún supuesto o
real heredero del Inca, como Manco (1536), Bohorquez (1650) o Tupac Amaru
(1781), las maroon wars de las Antillas británicas, el levantamiento llanero de
Boves (1810-1814), la Guerra Federal de Venezuela (1859-1863), las sublevaciones
de los indios pueblos de Arizona y Nuevo México siguiendo al profeta Pope que
predicaba el exterminio de los blancos, la de los chamanes de los tribeños
araposo y los tukurias del Amazonas, la de Jamaica, en 1930, que pregonaba a
Haile Selassie como Ras Tafari, redentor de los negros, también para llevarlos
a la tierra sin mal, los bantúes de Sud África, que hacia 1857, sacrificaron
todas sus reservas de alimentos porque sus hechiceros les habían prometido
recomponer mágicamente su dominio de las tierras y los graneros, las
sangrientas guerras de castas mayas, las de los derviches del Sudán, hasta los
Mau Mau de Kenya, los rebeldes de Madagascar y las rebeliones indias de Yucatán
en este siglo, todos reconocen este origen psicológico. Para la cultura gaucha
en particular, ha sido estudiado el fenómeno de Tata Dios, el profeta de la
útima montonera, que provocó una matanza de inmigrantes europeos en una
reacción de este tipo en Tandil, en enero de 1872 (Nario, N-3, Montevechio, M-70
y otros), pero puede extenderse el concepto a muchos de los caudillismos
montoneros de las anarquías y rebeliones populares del siglo XIX fuertemente
apoyados en la reivindicación indigenista y morena, antimoderna y profolk.
En muchos casos los mesías capaces de arrastrar consigo las hordas en empresas
o en acciones demenciales que provocan la exacerbación de la reacción
contraria, son individuos blancos, de caracteres somáticos marcadamente
caucásicos (José Boves y también Zamora en los Llanos, el Comandante Marcos
en Chiapas; Juan Manuel de Rosas y Felipe Varela, en la Argentina, etc.), pero
que ejercen una seducción carismática y saben adular los sentimientos
reprimidos en los morenos que los siguen fanáticamente.
Como una manifestación similar y extrema del mesianismo se pueden catalogar las
cazas de brujas emprendidas contra miembros que se consideran disidentes, tibios
o malignos dentro del propio grupo, en una suerte de depuración ritual
tendiente a recuperar una unidad sin fisuras (Cluckholm Clyde ). Muchas formas
de danzas de los espíritus convocando a los antepasados en la lucha contra la
amenaza actual, las cazas de brujas y de apóstatas en comunidades protestantes
y los autos de fe de la Inquisición católica responden a esta aserción
violenta de un integrismo cultural exacerbado, tanto como las persecuciones a
los disidentes en los totalitarismos recientes.
La difícil integración hacia adelante
"Las razones especificas por las cuales algunas culturas reciben o se
adaptan mejor a rasgos de otras siguen siendo una pregunta. Lo que no puede
cuestionarse seriamente es que las culturas varían mucho en dicha receptividad.
El punto clave no es el acceso a la tecnología, como ha sido la ingenua convicción
hasta en los círculos oficiales más responsables, sino lo que se hace con
dicho acceso."
(Sowell, S-55, p. 21)
Lograr un equilibrio en la formulación de un pasado usable
fundante, en
todos los pueblos que parten de niveles culturales arcaicos, tropieza con la
dificultad de lograr un equilibrio entre sus virtudes cohesionantes capaces de
liberar la personalidad hacia posibilidades creativas y, por lo contrario, la
evidente carga tecnófoba de una buena parte de sus valores y actitudes
tradicionales, no conducentes al aprovechamiento del conocimiento tecnológico.
Algunas reivindicaciones tradicionalistas ingenuas abogando por el retorno a sus
raíces culturales arcaicas pueden llegar a constituir un anclaje en la historia
y un flaco servicio para los morenos que aspiran verdaderamente a superar un
atraso que aceptamos como exclusivamente cultural y modificable.
Los dos tipos generales de reacción que hemos descripto, el conformista-permeable,
y el rebelde-utopista, son caras de la misma moneda, resultantes ambos de una
infraestructura arcaica rígida y condicionada por la presencia alucinante de
otra cultura fuertemente hegemónica y despectiva. La combinación o alternancia
de ambos determinan actitudes generales en la población que pueden definirse
como de neurosis compensatoria y de dependencia hostil, dos formas típicas de
la actitud pasiva, anárquica y rencorosa que caracteriza a las poblaciones
aborígenes y mestizas que aún no han podido digerir el choque cultural con los
grupos dominantes más modernos. Los múltiples procesos involucrados en la
modernización que caracterizan a este tipo de evolución en el mundo entero
están siendo bien estudiados en los casos de la América Latina (García
Canclini, G-23), pero el avance es lento, perdiéndose posiciones en la
ubicación de las comunidades en el mundo moderno, cuanto más pronunciados sean
los caracteres negativos que venimos describiendo.
El mestizo presa de una neurosis compensatoria, se coloca a sí mismo como
víctima inocente de un proceso histórico que no alcanza a controlar. Ello le
permite cifrar toda su búsqueda de seguridad psicológica y recuperación de
identidad en sentirse el destinatario obligado de la atención y recursos de los
dominadores a quienes sigue teniendo por todopoderosos. De esta forma, él no
pone nada de sí para elevar su forma de vida. Inclusive, en muchos casos, el
moreno recibirá la ayuda del blanco o de las burguesías blanqueadas con
resentimiento, como intentando usar su propia dependencia, como arma para
infundirles una sensación de culpa. Puede decirse que algunos miembros de los
grupos dominados extraen una satisfacción íntima cuando muestran el fracaso de
los intentos de los blancos por incorporarlos a la corriente moderna. Existen
numerosos ejemplos de poblaciones colonizadas que reaccionan así,
particularmente cuando parten de orígenes rnuy tradicionales (Hagen, H-4). En
la Argentina se da el caso de los aborígenes que están menos aculturados, como
los mapuches de los Andes australes o los matacos y wichis del chaco salteño
(Saravia, S-26), y son frecuentes los ejemplos entre los contados indios
todavía silvestres en otros puntos de América. Es frecuente observar en ellos
un enquistarse en su atraso, un profundizar su propia parálisis, mostrando
desconfianza y desdén por los aportes de los agentes sociales religiosos o
laicos que intentan ayudarlos. Vestigios de la misma actitud son perceptibles
también en manifestaciones sociales y políticas de grupos considerablemente
más adelantados en su aculturación. En los casos de fracasos en la transición
hacia estructuras culturales más afines con el mundo moderno son visibles estas
actitudes. El contraste es muy marcado con la actitud individual y grupal de los
pueblos que avanzan rápidamente en los valores y actitudes de base para el
tecnotropismo. El comportamiento de aborígenes tradicionales de la América
Latina, retraídos, resentidos, desconfiados y de agresividad encubierta es
integralmente opuesto al de la población japonesa, surcoreana, taiwanesa o la
de cualquiera de las minorías de éxito que citamos.
La identidad negativa en los dominadores. La mentalidad colonial
Deben mencionarse como parte del paideuma de
identidad negativa, las actitudes que asume la minoría dominante, fuertemente
influida también ella, por la convivencia con la mayoría dominada.
Resulta particularmente importante analizar la forma de pensar y de sentir de
estos componentes de la comunidad porque entre ellos se encuentra el porcentaje
mayor de altos coeficientes intelectuales y las formaciones culturales más
sólidas y completas dentro de cada comunidad. Exclusión hecha de partidismos
políticos y sectoriales, es evidente que a estas personas y grupos corresponde
en buena parte la ubicación como élite, en las mejores condiciones para servir
a la comunidad como líderes o conductores. Genios políticos sumamente
positivos han surgido históricamente de todos los niveles frente al desaflo de
la circunstancia. Desde pastores como Viriato y Pizarro, hasta presidentes como
el indio puro Benito Juárez, o Abraham Lincoln, criado este último descalzo,
como un poor white, en una log cabin de la frontera oeste, hay innumerables
ejemplos de ascensos desde orígenes humildes a posiciones destacadísimas, pero
la proporción abrumadora de los dirigentes y los iluminados surgen de las capas
educadas de cualquier población. No sólo salen de allí los conductores de las
actividades económicas, sociales y políticas cotidianas, sino que de este
mismo grupo puede esperarse con la mayor probabilidad la aparición fortuita e
imprevisible de las personahdades geniales, capaces por sí mismas de inducir
cambios perspectivos fuera de lo común. Un Pedro el Grande, un Kemal Ataturk,
un Hindenburg, un Ghandi, o un De Gaulle pertenecen a esta legión selecta que
aparece providencialmente y sin aviso, para provocar reorientaciones profundas
superando fuertes reacciones contra el elitismo .
En los hechos, sin embargo, a que nos venimos
refiriendo, el contacto de los dominadores con una masa morena sumisa deriva
frecuentemente en la formación de la personalidad que puede definirse como de
sahib o hwana blanco.
En general, estos individuos sienten débilmente el
desafio de dominar la naturaleza que caracteriza a las élites de las
comunidades realizadoras (Hagen, H-4; Daus, D-4; Sorokin, S-52; Sowell, S-55;
etc.). Un reconocimiento intuitivo de las limitaciones del medio en que actúan
les hace rehuir los proyectos audaces. Serán modernos a medias o modernos como
si. Sus esfuerzos se dirigirán preferentemente a mantener las distancias con
los grupos más atrasados de la sociedad, para lo cual ellos edifican una
tipología diferencial denominada de exclusión. Así, por ejemplo, se asignará
a los dominados la función de sudar y ensuciarse en el trabajo, cosas de las
cuales ellos huirán, y se sentirán armados de poderes intelectuales superiores
atribuidos a una tradición y experiencia de comando social, virtudes que son
negadas sistemáticamente en los oprimidos. Asignarán, asimismo, prestigio a
determinadas actividades como las ligadas a la tierra, más que al comercio y,
por supuesto, a la industria, que es tenida como cosa ajena, y frecuentemente
delegada en los empresarios extranjeros. Por estas razones las clases dirigentes
en los países subdesarrollados frecuentemente ocupan las posiciones por
herencia de estirpe vinculada a la pigmentocracia, más que por idoneidad o
ilustración personal, lo que les confiere un estilo administrativoejecutivo
característico. Los líderes actúan solos o con un séquito de asesores
confidenciales y dependientes, pero no se sienten cómodos en la consulta
abierta y en el trabajo en equipo, porque son formas que socavan la autoridad
personal lograda dentro del sistema vertical. No se conciben las técnicas del
think tank o del brain storming comunes en los ambientes tecnotrópicos, en los
que cada uno aporta y se ubica por su mérito efectivo. El miedo a perder status
frente a dependientes y subordinados o ante competidores internos que puedan
eventualmente exhibir apoyos semejantes y moverles el piso, lleva a la gente con
poder a actuar a la defensiva, a custodiar celosamente su territorio y a nunca
malquistarse discutiendo la opinión de quienes están más arriba en la
pirámide administrativa o social(6). Es conocida la tendencia a trasladar todas
las decisiones de importancia hacia la cúspide, y hay numerosas referencias a
la lentitud de la ejecución en todo tema que por su complejidad o compromiso no
admita la decisión arbitraria del jefe de turno, sin descender a una consulta
en la que su omnipotencia pueda salir menoscabada.
Un complejo de superioridad se reafirma en ellos,
porque en la convivencia diaria las mayorías morenas que los rodean no compiten
por las posiciones altas y abunda la oferta de mano de obra no calificada y
dispuesta a cumplir las tareas de bajo prestigio, que en los países
desarrollados exigen importar trabajadores extranjeros. Las posiciones sociales
económicas y políticas destacadas se distribuyen así sin fuerte competencia
entre los grupos modernos y educados, quienes disfrutan de notorias comodidades
y ventajas que conspiran contra el desarrollo de su afán realizador, la
variable logro de McClelland (M-43). Se difunden las políticas de club
y las
administraciones prestan escasa atención a la población dominada que queda
congelada como una plebe con voz casi inaudible y sin abogados.
La excepción a esta regla, es la aparición bastante
frecuente de caudillos populistas de entre los propios sectores dominantes, que
ascienden políticamente adulando los valores de la mayoría folk, aunque ello
signifique, de hecho, fomentar tendencias tecnófobas y limitar fuertemente la
creatividad de los grupos ejecutivos y la creación de instituciones eficaces,
con decisiones subóptimas. Hay ejemplos de esto en casi todos los países
latinoamericanos, y en la Argentina son legión.
Mientras duraron las administraciones coloniales sería
sistemática la separación total entre patrones y esclavos en la sociedad de
castas. Una excepción que debe señalarse a esta regla por haber tenido fuerte
influencia en el Río de la Plata es la relación entre patrones y peones en las
tareas ganaderas de estancias y cimarronaje. En éstas, los propietarios, casi
siempre blancos o muy blanqueados, convivían estrechamente con sus peonadas
ejerciendo sobre ellas un liderazgo espontáneo derivado de su baquía y
prestigio en las artes camperas y en una cultura de jinetes-vaqueros con
infinidad de valores compartidos.
Esta situación, iniciada con la aparición de los
primeros mancebos de la tierra, perduraría durante todo el período colonial y
se trasladaría hasta el surgimiento del poder rural encarnado en los caudillos,
casi siempre patrones ricos promovidos a jefes de milicias rurales y de ahí a
jefes político-militares reclutando sus montoneras entre gauchos mestizos e
indios dependientes de su actividad productiva (Goldman y Salvatore, G- ;
Zorrilla, Z-10).
Cuando las masas nativas, por su excesivo primitivismo
no se prestaban a la servidumbre, como ocurrió con muchos grupos tribales,
sería frecuente el abuso de los jefes de frontera, de los bolicheros y de los
colonos civilizados en el trato con los morenos desviando las raciones y ayudas
gubernamentales, usurpando las tierras, usando pesas y medidas trucadas,
vendiendo mercadería inservible, prohibida o dañosa, o con promesas,
diferimientos y otros subterfugios.
En la post descolonización, la minoría blanca desde
el resabio de superioridad que le confiere su sentido de destino manifiesto,
seguirá considerando a los morenos como ciudadanos de segunda clase, pero ahora
éstos no dependerán de la dominación política del blanco. Desarrollarán
otros comportamientos regidos por las actitudes culturales propias al resurgir
los caracteres de la cultura tradicional, pero ya ahora con muchos rasgos
incorporados durante el período de traslado ritualista hacia la población que
ha sido anteriomente dominante. Se sostendrá asimismo, como se ha hecho notar,
una actitud de rechazo y falta de agradecimiento hacia los que son, en muchos
casos, aportes civilizatorios francos, pero incorporados mediante el proceso
antipático del coloniaje.
En el caso de culturas duales como las criollas, no
debe olvidarse que las actitudes y valores de sus grupos dominantes, además de
su participación en la psicología general de una sociedad mixta con rasgos negativos, traen desde su propio origen los rasgos culturales procedentes de la
raíz ibérica y de las raíces cosmopolitas mediterráneas agregadas
posteriormente, y también poco predispuestas a incorporar las fases adelantadas
del tecnotropismo.
Con el avance de los tiempos y gracias al continuo
proceso de aculturación de todos los grupos de origen diferente hacia una
progresiva integración cultural, que aún se muestra lejana, y con una
movilidad social vertical, que es reconocida como intensa, irán decantando
categorías y grados de desprecio y diferenciación entre los grupos imbuidos de
las actitudes y comportamientos adelantados, frente a los grupos más retrasados
en el prolongado viaje de alejamiento desde sus culturas arcaicas en pos del
modernismo realizador.
Aparecerán en las comunidades criollas personas muy
embebidas en las modalidades culturales del modernismo tecnotrópico. Serán en
general las más europeizadas o agringadas y las que más distancia tomarán con
los grupos tradicionales. Predominan en estos grupos los ejecutivos y
empresarios, los científicos, algunos periodistas comprometidos, los
estudiosos, los diplomáticos, o los simples visitantes, quienes se sienten a
menudo perplejos y frustrados por no alcanzar a interpretar los fenómenos
psicosociales poderosos que explican las actitudes (los enigmas) de los criollos
morenos. El fastidio evidenciado por este tipo de personalidades ha sido una
constante histórica desde antiguo. Se percibe en críticos nacionales (Biagini,
B-31, cap. 11, De Sarmiento al positivismo) y en visitantes o comentaristas
extranjeros, algunos de alto fuste.
Aún tras la descolonización es muy perceptible la
actitud colonial (Dirks, D-50) en algunos extranjeros y hasta en muchos
nacionales que se autoclasifican en las posiciones más modernas para subestimar
o expresarse negativamente de la cultura criolla. Aún en los análisis
efectuados con metodología científica, es común que se pasen por alto los
fundamentos psicosociales de las culturas hiibridas de la América Latina, para
la interpretación de los hechos históricos y del presente(7) y,
en otros, los
casos reflejarán intensamente los tabúes y preconceptos provocados por las
propias actitudes negativas y sus reacciones frecuentemente emocionales.
Un tipo especial de choque cultural frecuente en la
actualidad es el protagonizado por los cada vez más numerosos profesionales y
técnicos de países subdesarrollados que completan estudios o investigaciones
superiores en instituciones del Primer Mundo. Han debido dedicar un período
prolongado de su estadía en el exterior para adaptarse a los usos y modalidades
eficientes, cerebrales y fríos del alto tecnotropismo, pero, una vez que los
han internalizado, se les hace arduo el regreso a las costumbres y valores
cálidos, permisivos y lánguidos del paideuma criollo. Las reacciones que este
duelo produce son muy diversas, desde los que deciden abandonar sus patrias y
volver al Primer Mundo(8) para seguir inmersos en el tecnotropismo realizador,
con sus ventajas e inconvenientes, hasta los que, tras algunas fricciones con
sus colegas y clientelas de la cultura submoderna se arrojan decididamente en
ella intentando incorporarle algo de su experiencia recogida en el desarrollo. Y
existen también los que permanecen largo tiempo amargados, segregados dentro de
los enclaves circunscriptos de modernismo, o incorporados a los
desprestigíadores tácitos o explícitos de los rasgos de la comunidad criolla,
que ahora ven a través de su lente modernizada. Son evidentemente
manifestaciones de la identidad negativa.
Por último, describiremos una manifestación de
identidad negativa todavía poco analizada psicológicamente y que afecta a un
porcentaje menor del grupo dominador. Algunos individuos que responden
claramente al estereotipo de la cultura hegemónica (funcionarios, sacerdotes e
intelectuales), experimentan una suerte de remordimiento expiatorio por las
servidumbres impuestas por su propio grupo social a los dominados, y se
convierten en sus defensores acérrimos. No solamente reivindican los méritos
efectivos de las culturas tradicionales exigiendo lógico respeto por su
condición humana, sino que llegan a compartir sus mitificaciones y a disimular
sus exageraciones. No es raro encontrar a caucásicos puros encabezando a los
sectores más combativos del indigenismo y hasta auspiciando ardorosamente la
lucha armada contra la dominación de los blancos, o recomendando arrojar por la
borda como impura toda manifestación de la cultura occidental.
Los diversos comportamientos descriptos configuran en
su conjunto manifestaciones de la identidad negativa, presente en toda la
comunidad, poco propicia para el funcionamiento de instituciones democráticas y
expuesta al surgimiento de los caudillismos populistas tan característicos de
todo el Tercer Mundo y de la América Latina en particular. Los mismos rasgos
culturales se reflejan en las instituciones y en los comportamientos
individuales y colectivos no realizadores, con bajos niveles de tecnotropismo y
en la escasez de proyectos competitivos de alta tecnología y productividad
destacada. El deslizamiento al Tercer Mundo y a las semidemocracias, son
consecuencias inevitables.
Comparación con otras identidades semejantes
Aclarará el concepto de la identidad negativa en la
América Latina compararla con situaciones similares de otras personas o grupos
sometidos a una situación de dependencia, con la consecuencia agravante de
desprestigio social. Es el caso de las mujeres que viven en ambientes
fuertemente machistas, como son por ejemplo algunas comunidades musulmanas. En
ellas, muchas mujeres aceptan convencidas su inferioridad frente al hombre, los
roles sociales subalternos que éstos les imponen, la negación sexual y el uso
de vestimentas tradicionales. Su identidad en retirada les impide apreciar su
situación deprimida mantenida durante siglos y las convierte a ellas mismas en
celosas defensoras del paideuma impuesto por los varones. Recientemente en
escuelas francesas, las propias alumnas argelinas y sus madres exigían que se
les perniitiera usar el chador en clase, así como otras figuras culturales
surgidas del dominio masculino y que resultan incongruentes símbolos de atraso
en Occidente.
Otras mujeres, por el contrario, se sublevan
enérgicamente, se convierten en militantes feministas y enfrentan a la cultura
dominante, llegando a utilizar argumentos exagerados. Lo hemos visto en brotes
reivindicatorios de este tipo en Pakistán y en Palestina, protagonizados por
intelectuales exiliadas o desde la clandestinidad. Ambas reacciones, de
conformismo y de rebelión que vemos a diario, a veces en duro conflicto entre
sí, son similares a las de las poblaciones morenas de la América Latina
mientras rigió la abrumadora hegemonía de los occidentales. Se mantienen en
nuestros días debido a las brechas culturales profundas entre los grupos
sociales que han subsistido de los choques históricos.
La identidad negativa precolombina
Los estudios sobre las consecuencias psicológicas
del desprecio del colonizador y la reacción en retirada del colonizado se han
concentrado en los fenómenos derivados de la gigantesca expansión de Occidente
sobre el resto del mundo, desde fines del siglo XV, hasta los problemas
subsistentes tras la descolonización.
Ello no debe ocultar, sin embargo, que reacciones
psicológicas similares se producían antes de este período o fuera de los
parámetros propuestos como clásicos por las ciencias sociales modernas. Las
situaciones a que nos referimos, a veces remotas y sobre las cuales la
documentación fehaciente es escasa deben haber alcanzado una magnitud
histórica considerable.
Si tomamos, por ejemplo, el caso de México al llegar
Cortés, ya hacía unos 200 años que los señoríos originarios sedentarios,
adoradores de Quetzalcoatl, y su cohorte de deidades benévolas, venían siendo
sometidos a la expoliación de los belicosos aztecas, tenochcas, o mexicas, de
cercano origen nómade, que les superponían una legión de dioses jóvenes,
guerreros y sanguinarios, exigentes en sacrificios, como Huitzilopochtli-Tlaloc
(lluvia), Xintecuth (fuego) y otros muchos (Coe, Snow y Benson; Bennett, B-24).
La superioridad militar de los aztecas les permitía incursionar
sistemáticamente sobre toltecas, tlaxcaltecas, tepanecas, huexotznicas,
chololtecas y otras parcialidades cercanas, arrancando tributos y capturando
víctimas para las multitudinarias hecatombes en los teocalis de Tenotchitlan
que consumían decenas de miles de víctimas anuales. Han quedado registros
detallados de esta dominación pirática en la crónica de Bernal Díaz del
Castillo (D-47); en los Códices de Ramírez; en las versiones Tezozomoc y en
los textos de Bernardino de Sahagún (S-10), de Durán y de otros testigos
contemporáneos; base, a su vez, de transcripciones posteriores.
Es de suponer que esas exacciones crueles sostenidas
por la violencia deben haber ocasionado en los vencidos y esquilmados ira
reprimida y derivaciones negativas por un mecanismo similar al estudiado para el
colonialismo europeo. Debemos pensar que el amedrentamiento de las víctimas que
parecen haber aceptado resignadamente las agresiones, obedeciera a un
reconocimiento tácito de su impotencia frente al poderío de los guerreros
mexicas, pero ello tiene que haber ido acompañado de fuerte rabia reprimida y
ansias de venganza. Toltecas y tlaxcaltecas demostraron ser fieros guerreros en
su inicial rechazo a Cortés y, no obstante, vivían como víctimas periódicas
de las exacciones de los mexicas. Fue muy evidente la identificación mesiánica
que hicieron de Cortés con Quetzalcoatl, cuyo retorno según los mitos, blanco
y barbado, se produciría desde el Oriente para redimir a su pueblo de tantas
desdichas. El jefe español manejó con certera intuición esos sentimientos
profundos. Cuando con la ayuda de millares de guerreros de los grupos dominados
expulsó a Cuahutémoc de las ruinas de Tenotchitlan, Cortés manifestaría al
arengarlos:
"Venid acá, el Mexícatl con flechas y con escudos se apoderó de
vuestra tierra, de vuestra pertenencia, allí donde vosotros le servíais.
Pero ahora de nuevo con flechas y con escudos quedan en libertad Tlaxcaltecas,
Tépanecas, Huexotznicas y Cholultecas. Ya nadie allí tendrá que servir al
Mexícatl. ¡Recobrad vuestra tierra!..."
(León Portilla, Chimalpain, p. 160)
Ya Beals (B-18) había destacado la importancia de
la insurrección de los dominados por los aztecas como colaboradora importante
en la conquista de México por los españoles. Esto ha sido confirmado por los
estudios de Martínez Rodríguez (M-32); Hassig (H-23); y Whitehead (W-9),
aunque Lipchutz (L-31), le atribuye menor significación.
En el tiempo de la conquista era evidente el resentimiento contra los tiranos
indígenas de entonces. Cortés, en una de sus conocidas cartas a Carlos V, el
15 de octubre de 1524, destacará el miedo de los indios a volver a sufrir la
opresión de sus anteriores dominadores:
"Ha acaecido e cada día acaesce, que para espantar algunos pueblos
a que sirvan bien a los cristianos a quienes están depositados, se les dice
que si no lo hacen bien, que les volverán a sus señores antiguos, y esto
temen más que otra ninguna amenaza ni castigo que se les puede hacer."
Y también Sarmiento de Gamboa en su Historia
índica, dirá del incario:
"...La general tiranía de estos tiranos crueles ingas del Perú
contra los naturales de la tierra, como de la historia fácilmente colegirá
quien con atención la leyere y considerase el orden (...) en el hecho de sus
ingazgos violentos, sin voluntad ni elección de los naturales, los cuales
siempre tuvieron las armas en las manos para cada vez que se les ofrecía
ocasión de alzarse contra los tiranos ingas que los tenían opresos,
procurando su libertad; así cada uno de los ingas no sólo proseguía por la
tiranía de su padre, más él también de nuevo empezaba la misma tiranía
por fuerzas y muertes, robos y rapiñas, por lo que ninguno de ellos pudo
pretender buena fe para dar principio a tiempo de prescripción, ni jamás
poseyó ninguno de ellos la tierra en pacífica posesión, antes siempre hubo
quien los contradijese y tomase las armas contra ellos y su tiranía; más
aun (..) no se contentaron con ser malos tiranos para los dichos naturales,
pero contra sus propios hijos, hermanos, parientes y sangre propia, y contra
sus propias leyes y estatutos se preciaron de ser y fueron pésimos y
pertinacísimos fosdífragos (pérfidos) tiranos, con un grado de inhumanidad
inaudita. Corno por sus costumbres y leyes tiránicas fuese constituido que el
mayor hijo legítimo sucediese el ingazgo, casi siempre lo quebrantaron, como
parece por los ingas que aquí referiré... "
Estaban frescas en el momento de llegar Pizarro al
Cuzco las noticias de las matanzas hechas por Atahualpa entre los familiares y
partidarios de Huáscar. Garcilaso de la Vega (G-25, p. 70) comenta que al morir
Atahualpa a manos de Pizarro y habiéndosele acordado exequias de emperador,
prefirió que sus restos fueran traslados a Quito, patria de su madre, aun con
protocolo mucho más austero, porque:
"...de ser enterrado en Cuzco, temió no hiciesen en su cuerpo
algunos vituperios e infamias por saberse aborrecido."
En efecto, el Inca:
"... fue ejecutado con afrenta como fue darle garrote en plaza
pública, con voz de pregonero que iba publicando las tiranías que había
hecho y la muerte de Huáscar entonces creyeron muy deveras (los indios) que
los españoles eran hijos de aquel su dios Viracocha, hijo del sol, y que los
había enviado del cielo para que vengasen a Huáscar y a todos los suyos y
castigasen a Atahualpa. Ayudó mucho a esto la artillería y arcabuces que los
españoles llevaron, porque dijeron que como a verdaderos hijos les había
dado el sol sus propias armas, que son el relámpago, trueno y rayo, que ellos
llaman illapa..."
La crueldad de los incas, que Sarmiento de Gamboa
pretende genérica, es circunscripta por Garcilaso al conflicto dinástico de
Atahualpa con Huáscar, pues en otros casos, los soberanos habían sido
recordados por su buen trato, y así diría:
"...quedóles este reconocimiento de la antigua costumbre de sus
reyes, que no estudiaban sino en como hacerles bien por lo cual merecían los
renombres que les daban."
(Garcilaso, G-25, p. 75)
También en los territorios que habían sido
escenario de la ya en decadencia, pero espléndida civilización maya, los
españoles contaron con la alianza de diez contra cinco de los quince señoríos
subsistentes, probablemente, estos últimos, los dominadores. Los numerosos
ejemplos de parcialidades y grupos de indios que actuaron espontáneamente como
quinta columna a favor de los españoles para tomar revancha de sus tiranos
responden a la misma motivación psicológica que aparece reiteradamente en la
historia. Resultarían fundamentales para la victoria final de las temerarias
pero insignificantes huestes europeas. Esto no excluye que, a poco andar, los
blancos redentores contra aztecas, mayas, incas y otros opresores indios, los
hayan reemplazado con nuevos procedimientos de tributos, despojos, trabajos
forzados y castigos.
Otro caso claro de determinación precolombina de una
identidad negativa a raíz de un desprecio cultural sistemático es el del
pequeño grupo de los uru, pobladores de los juncales que bordean el lago
Titicaca. Desde mucho antes de la conquista española, los uru habían sido
despreciados y maltratados por sus vecinos aymaras y quechuas que los tenían
como verdaderos parias. Así los describiría Garcilaso de la Vega en los
Comentarios Reales de los Incas. El desprecio era tan manifiesto que los había
obligado a recluirse en sí mismos y a fortalecer su propio orgullo racial
inventando explicaciones míticas para explicar su diferente origen y el
desprecio en que vivían. Todavía hoy la situación se observa, aunque
condicionada por factores nuevos.
La mutación invertida
Nos hemos referido a la regla general en que la
mutación o traslado cultural se cumple desde el moreno hacia el resplandor de
la cultura europea. Ha quedado constancia de casos excepcionales en que la
migración cultural fue hecha en el sentido inverso, en españoles y otros
europeos que se adhirieron entusiastamente a la cultura aborigen.
Aunque lo habitual fue que los prisioneros blancos
aprovecharan toda oportunidad para huir y reunirse con su gente, también hay
infinidad de ejemplos en la literatura, desde el marinero andaluz Gonzalo
Guerrero, náufrago de las primeras expediciones en México, hasta las
narraciones posteriores de cautivos varones y mujeres, o de prófugos y
desertores, que se identificaron plenamente con la cultura india a la que
habían llegado, casi siempre, contra su voluntad, y, en muchos casos, tras
superar una primera época de esclavitud muy severa (Díaz del Castillo, D-47,
p. 40; Lipschutz, L-31; Drimmer, D-62; Baigorria, B-3; Lehmann, L-15).
En la mayoría de los casos, los blancos convertidos en
indios ganarían prestigio como guerreros, hechiceros, jefes y consejeros,
además de casarse a la usanza india y tener hijos. Lehmann deja constancia de
que la inteligencia de los cautivos caucásicos les permitía predominar y
destacarse entre los indios, lo que no pasa de una observación empírica,
aunque propuesta por un observador sagaz.
Fracasos y éxitos en la inculturación
"...desde un punto de vista político las
aspiraciones ahora dominantes han sido formuladas según las pautas del
estado benefactor y democrático moderno de los países ricos de Occidente.
En realidad sus raíces se remontan a la época de la Ilustración que
inspiró las revoluciones norteamericana y francesa. Una de las ironías de
la historia es que estas ideas y estos ideales fueran llevados a los países
(subdesarrollados) principalmente por el colonialismo, que así,
involuntaria e inconscientemente, destruyó sus propios fundamentos."
(Myrdal, Gunnar)
"La expansión de Occidente ha promovido la modernización y la
occidentalización de las sociedades nooccidentales. Los líderes
intelectuales y políticos de dichas sociedades (en lo que va del siglo XX)
han respondido a la influencia occidental en una o varias de tres formas
rechazando tanto la modernización como la occidentalización; aceptando la
primera y rechazando la segunda."
(Huntington, H-47, p. 72)
En poblaciones como las latinoamericanas, en las cuales se conjugó una
infraestructura autóctona tradicional pasiva y una superestructura importada
fuertemente dominante, es frecuente que las identidades negativas resultantes se
conserven contumaces y rebeldes frente a los esfuerzos desplegados para acelerar
su modernización.
En verdad, pasados los tiempos iniciales de la imposición violenta de las
pautas culturales que convenían a los colonizadores, se han sucedido infinitos
intentos bienintencionados de los occidentales para acelerar la modernización
de los dominados. La aceleración de la acumulación de capital social termina
siendo conveniente para todos, por mejorar la productividad de la mano de obra y
porque achica los bolsones de pobreza. Es conocido también el comercio de
intereses, lobbies e influencias que pueden generarse alrededor de estas
políticas (Clifton, C-52), así como la falta de realismo con que se proponen
ciertas soluciones, pero la intención benévola es frecuente.
Por último, la descolonización masiva difundida en el último medio siglo, ha
colocado el poder político de las ex colonias en manos de gobernantes salidos
de las mayorías autóctonas, con lo que han desaparecido las dominaciones
foráneas. Sin embargo, se han multiplicado los fracasos en la incorporación de
valores y actitudes más modernos en los grupos tradicionales. En numerosos
ejemplos de descolonización se percibe una marcada tendencia a reenquistarse en
la identidad arcaica precolonial. Entre los infinitos ejemplos nacionales,
regionales y extranjeros que pueden traerse a colación, extraeremos algunos,
por ser muy conocidos y por su significación considerable.
La experiencia de las misiones jesuíticas del Alto Paraná, de mocovíes, de
pampas, araucanos, huilliches y otras parcialidades en diversos puntos de
América, ha sido motivo de ardorosos debates, pero quedan pocas dudas de que el
paternalismo benévolo de la orden avanzó muy lentamente en la modernización
de los catecúmenos y su admirable administración e instituciones se
derrumbaron al desaparecer el liderazgo de los padres. Un ejemplo semejante
puede citarse para las misiones franciscanas de California (Jackson y Castillo,
J-1) y otras.
El fracaso de los intentos de similar propósito llevados a cabo por sucesivos
gobiernos y entidades civiles y religiosas en los Estados Unidos puede
encontrarse en Sheehan (S-39) y en particular para los sioux, en Hagen (H-4, p.
471) y para tribus del Canadá, en Nolte (N-7). Para poblaciones descolonizadas
de otros continentes, sobre los cuales existe abundante literatura, hay
recopilaciones ilustrativas como las realizadas por Pepelakis et al. (P-16), por
Mannoni (M-15), por Dirks (D-50), por diversos organismos internacionales y
nacionales de asistencia, y otros. En demasiados casos el retroceso del poder
colonial ha traído una recaída en actitudes de barbarie acentuada, como las
guerras y matanzas tribales, las tiranías vernáculas, las asonadas
anárquicas, y otras. En la mayoría de los casos revisados resalta la porfía
por conservar los caracteres tradicionales y el rechazo a las formas de
aculturación hacia personalidades individuales y colectivas más modernas. La
consecuencia es que un porcentaje muy elevado de la población mundial sigue
sumida en el subdesarrollo porque el abandono de sus culturas folk representa un
salto excesivamente ambicioso que requiere tiempo.
En la práctica, los procesos de modernización se siguen sucediendo en los
pueblos criollos, con todos sus componentes teóricos de emancipación,
expansión, renovación y democratización, prácticamente desde los primeros
contactos interraciales con los ibéricos occidentales. Lo que preocupa es la
lentitud y las formas contradictorias, asimétricas e ilógicas con que éstos
son incorporados, con la consecuencia de perder terreno en la gran carrera del
desarrollo frente a otros países rápidos. La incorporación de las ideas,
valores y actitudes prestadas del Primer Mundo, dentro del molde de los
clientelismos y arcaísmos de los sectores morenos, es casi siempre forzada.
Esto puede llevar a conclusiones escépticas sobre las posibilidades de
evolución futura de las poblaciones tradicionales, tanto cuando han estado
expuestas a los duelos surgidos de sus contactos y choques con culturas más
dinámicas, como cuando han vivido aisladas en su propio primitivismo.
Para descartar todo pesimismo, ya se ha subrayado que la historia, tanto la
antigua como la reciente, ofrece ejemplos de comunidades primitivas que se han
mostrado capaces de superar el shock del desprecio de los valores preciados, que
no se han dejado amilanar por la superioridad tecnocientífica o la simple
fuerza bruta de las culturas dominadoras, y han logrado ascender al mismo nivel
de los adelantados, y aún superarlos, en un tiempo histórico breve. Analizar,
adecuar y seguir el ejemplo ofrecido por estos modelos aporta respuestas
luminosas para los grupos empeñados en acelerar la evolución tecnotrópica de
sus comunidades.
Es un ejemplo ilustrativo el modelo maorí-japonés que permitió a dichos
pueblos modernizarse rápidamente, bajo la tutela de sus propios líderes
tradicionales, que supieron cambiar ellos mismos con tal rapidez que fueron
capaces de encabezar el proceso. Otro ejemplo lo constituye la evolución de los
Tigres -o dragones- del Lejano Oriente, que están logrando éxitos asombrosos
sin abjurar de su tradición. Y puede señalarse el caso reiterado a lo largo de
la historia de los judíos, que han sabido siempre recuperarse de persecuciones,
exilios y pogroms (Johnson, J-11), o el de los armenios, probablemente hoy más
afluentes que sus antepasados masacrados por los turcos; o los antioqueños, en
Colombia, y los chinos de ultramar, descriptos por Hagen (H-4) como
personalidades altamente realizadoras; así como numerosas comunidades
trasladadas huyendo de las limitaciones del Viejo Mundo hacia América y
protagonistas de una elevación social y económica notable, y así otros muchos
ejemplos (S-55).
Notas al pie
(1) En los siglos XVI y XVII
rigió la pena de horca en Inglaterra para los campesinos desalojados de las
tierras y convertidos en pordioseros o bandoleros como un signo de la
transición del feudalismo al capitalismo.
(2) Evsey Domar en su
resumen sobre The Causes of Slavery or Serfdom: a Hipotesis (D?55), analiza las
bases económicas y políticas de estas estructuras en varios países.
(3) s En los imperios
coloniales ha sido proverbial la sumisión a los colonialistas referidos como
amo, sahib, massah, bwana, master u otra, según los lugares, como resultado del
dominio férreo impuesto por éstos.
(4) Papas era la denominación
para los encumbrados en la estructuras aristrocrático-religiosas de los
aztecas.
(5) La expresión pentimento
se utiliza en estética para definir la reaparición de la imagen originaria de
una obra debajo de una capa más reciente de pintura o escayola que la ocultaba.
(6) José Ortega y Gasset
extendió este concepto a todos los argentinos durante una de sus recordadas
visitas.
(7) La obra del profesor
Shumway The lnvention of Argentina (S. 42) es reveladora al respecto. El importante
estudio realizado sobre ideas y escritos argentinos no explora a fondo las
razones etno-culturales que subyacen en el dualismo político marcado, que
señala apropiadamente.
(8) '° Las instituciones de
investigación y de enseñanaza del tercer mundo tienen vasta casuística de los
fracasos y costos perdidos de la capacitación en el exterior para su personal,
debido en buena parte a los factores citados. A la inversa, no es raro que las
instituciones del primer mundo aprovechen dichas tendencia para proveerse de
talento a bajo costo.
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