LA PSICOLOGÍA DEL CRIOLLO
Los rasgos de la infraestructura tradicional
Las presiones foráneas o de la superestructura moderna
La identidad negativa o en retirada (retreatist)

"Aun cuando todas las razas del globo tuvieran idéntico potencial innato, la verdad es que los resultados tangibles económicos y sociales no dependen de potenciales abstractos, sino de capacidades desarrolladas.Muclos pueblos han demostrado que es posible avanzar 'de imitador a iniciador'. "
(Sowell, S-55, p.13)


     Nos referiremos ahora a los fenómenos sociales que se engloban mundialmente como colonialismo, con el carácter que asumieron en la conquista de la América Latina. En el espacio americano, la derrota militar y el sometimiento a servidumbre de los aborígenes primero, y de los esclavos africanos, después, sería tanto o más completa que en las diversas regiones del Asia, África y Oceanía a las que llegaría la enorme audacia de los europeos.
     Las culturas precolombinas distaban de ser homogéneas, ni de similar aptitud militar, pero tras una resistencia inicial más o menos decidida, todas sucumbieron frente a los peninsulares y éstos, para afianzar su dominio sobre poblaciones que los superaban enormemente en número, recurrieron a la destrucción masiva de las instituciones, los templos y los ídolos, y al sometimiento de los líderes políticos y religiosos tradicionales. Estas catástrofes político-militares se vieron agravadas terriblemente por las ya citadas epidemias introducidas indeliberadamente por los europeos, y además, por las fuertes demandas de la conquista, que siguieron pesando sobre la población autóctona, tanto para las subsiguientes expediciones de exploración y ocupación, como para mover las nuevas producciones, por primera vez orientadas a los voraces mercados abiertos en el Viejo Mundo. Dichas tremendas conmociones seguidas por la reducción a diversas formas de servidumbre bajo la Pax Hispánica que sucedió al derecho de conquista serían inconscientemente asociadas por los derrotados con poderes mágicos o con ayudas demoníacas de los vencedores. Ello se vería confirmado por el desprecio absoluto con que los europeos recibían las amenazas de represalias de los dioses indígenas. La consecuencia sería que la población de cultura tradicional compuesta por indios, africanos y todas las cruzas morenas, caería en formas de identidad negativa o en retirada, de las cuales no ha conseguido todavía evadirse.
     Esta realidad muy difundida en diversos pueblos sometidos al coloniaje por los triunfadores occidentales fue advertida desde muy temprano.
Veamos por ejemplo la cita de De Paw:

"... de las experiencias practicadas entre los criollos resulta que, como los niños indígenas dan en su primera juventud algunas señales de penetración, que se apagan al salir de la adolescencia, llegan a ser entonces indolentes, desaplicados; no obtienen la perfección en ninguna ciencia ni arte; así se dice en forma de proverbio que son ciegos cuando los otros hombres comienzan a ver, porque su entendimiento se abate y decrece en la época misma en que el de los europeos tiende a alcanzar su mayor vigor."
(De Paw, fide García, G-18, p. 4)

     Con estas frases, De Paw fue un notable precursor en la descripción del carácter en retirada del moreno, manifestándose precisamente al salir de la niñez, aunque él lo atribuyó en su tiempo a una influencia mefítica general del ambiente americano, lo que pronto quedaría desechado. Los verdaderos causales de la creación del temperamento negativo son la escasa predisposición propia de las culturas aborígenes para incorporar los rasgos modernos, el violento desprecio que dicha rigidez inspiraba en los dominadores y la dependencia total en que quedarían las masas morenas bajo los minúsculos grupos de invasores europeos. La sensación de derrota absoluta de las poblaciones arcaicas reiteradamente vencidas en la confrontación con los occidentales influirá empobreciendo su potencial intelectual.
     En las poblaciones mixtas, en las cuales conviven dominadores de mayor inteligencia racional con dominados de mentalidad mágico-emocional, ambos grupos se influirán recíprocamente. La idiosincrasia de los dominados será incomprensible sin la presencia de los dominadores y tampoco se podrá adelantar en la comprensión de los dominadores, sin cotejarla continuamente con la de los dominados que los rodean.

La identidad negativa en los dominados

"La agresión más feroz del colonizador ha sido despojarlos (a los colonizados) de su historia, porque sin historia no se es y con una historia falsa, ajena, se es otro, pero no uno mismo."
(Guillermo Bonfil Batalla)
"Muchos antropólogos han interpretado toda la vergüenza étnica y el traslado a la cultura dominante como un servilismo. Un análisis menos dogmático interpreta mejor ese proceso como la única manera de situarse a la altura de los tiempos asiéndose a la cultura importada como a una tabla salvadora y no como un enemigo inaceptable."
(Sebreli, S-33, p. 60)

     La convicción de la debilidad frente al poderío abrumador de los blancos y el desprecio de todos sus valores culturales tradicionales (withdrawal of status respect) produciría en los indios y en los africanos esclavos adultos, desde los primeros contactos, reacciones violentas de frustración y de ira que deberían ser disimuladas para evitar las sanciones que caían inexorablemente sobre los rebeldes. La función paterna de formación de la personalidad del hijo quedaría fuertemente afectada por este duelo interno. Con la defenestración o destrucción de una minoría de jefes, sacerdotes y sabios habían desaparecido de un golpe todos los símbolos y manifestaciones que habían sido las bases de la personalidad de cada grupo aborigen desde el origen de los tiempos. Esta frustración profunda haría que padre y madre indios y mestizos reforzaran los aspectos autoritarios e irracionales de su conducta afectando fuertemente la formación de los hijos e instalando un ciclo recurrente de frustración y reconocimiento del atraso (Hagen, H-4, p. 411).
     El rezago de una cultura frente a otras, sería sistemáticamente negado por una corriente de pensamiento relativista que tuvo auge en la primera mitad del siglo XX, sobre bases filosóficas antiuniversalistas y particularistas de los siglos precedentes. Lévi-Strauss, un partidario del relativismo, sintetizaría su tesis diciendo:

"En verdad no existen pueblos niños; todos son adultos, incluso aquéllos que no poseen el diario de su infancia y de su adolescencia..."
(Lévi-Strauss, L-27, p. 369)

     Actualmente, el relativismo, como la mayoría de los enfoques particularistas, ha perdido mucha influencia, salvo en sus manifestaciones emocionales resurgentes en los recientes comunitarismos. No solamente se acepta en términos académicos la gradación, obvia hasta para ojos profanos, de las culturas humanas desde el salvajismo originario hacia etapas sucesivas de civilización, sino que los pueblos, que ya Lévi-Strauss debió diferenciar como fríos y calientes, han pasado a ser denominados pueblos lentos y pueblos rápidos, según la velocidad con que incorporan los elementos que caracterizan el avance en la civilización; el pensamiento racional, la organización eficaz, el capital social, las tendencias tecnotrópicas. Esto requirió, como cimiento, privilegiar el aborde universalista que concibe a la humanidad como un todo, con subtipos y variedades dentro de la verdad objetiva.
     Aún en su tiempo Lévi-Strauss había debido admitir que:

"La antropología -definida en ese entonces como 'epifenómeno del colonialismo' dedicado al estudio de los pueblos primitivos- debió la ventaja epistemológica de una visión más objetiva de los pueblos a ser la hija de una era de violencia, y a las consecuencias de la dominación de la mayor parte de la humanidad por las naciones occidentales. "

     En los hechos, desde los primeros contactos interétnicos los nativos captaron intuitivamente la precariedad de las diversas presentaciones de su capital social frente al de los conquistadores. A pesar de la penosa servidumbre a que habían quedado reducidos, la mayoría de sus rebeliones fueron esporádicas y fragmentarias. La mayoría de las exhortaciones a sublevarse que les propusieron reiteradamente quienes querían hacer valer su abrumador número fueron desoídas, aunque, en algunos casos, la lucha fue prolongada y heroica. Esa convicción de fondo será una de las causas fundamentales del estupor paralizante que ha sido citado, y la hará caer en complejos de inferioridad condicionadores de su evolución ulterior en generaciones sucesivas. Las consecuencias de estos profundos traumas han sido englobados como el síndrome de la taza que se ha roto (Arciniegas, A-35) y analizados más recientemente como la determinación de una identidad en retirada (retreatist) denominada específicamente para el modelo latino-americano, como personalidad negativa (Montevechio, M-69, p.28; Montero, M-69; y otros).
     Personalidades de este tipo surgen de la inseguridad del niño moreno que continúa recibiendo valores e ideas reverenciados por sus padres como parte inseparable de su mente emocional ancestral, los que ve muy pronto despreciar por los sectores altos de la sociedad, cuya opinión cuenta por ser quienes tienen la estructura cultural-institucional que les permite esgrimir la fuerza y controlar la producción y distribución de bienes y prestigio. El conflicto o duelo interior en cada moreno socava su identidad tradicional y, a la vez, dificulta su incorporación franca a la cultura dominadora, que es la más actualizada en términos de civilización.
     El factor complementario a ser tenido en cuenta es la forma cómo los colonizadores impusieron su control policial sobre las masas dominadas. En los incisos 5.4., al referirnos a los grados y tipos de marginalidad establecidos en la sociedad de castas, se describirá el temor de los blancos a la rebeldía potencial de los morenos. Para controlarla, la pequeña cúpula caucásica impondría lo que ha sido bautizado como el terror colonial, bastante similar en todos los imperios.
     En el característico mundo de relaciones humanas que se desarrolló en todos los colonialismos se ve la influencia permanente de los derivados de la dominación de unos grupos sobre otros. Éstos complejos de inferioridad y de superioridad  se basaban en ciertas circunstancias objetivamente ciertas, como era la considerable delantera de los europeos en cuanto a bagaje de valores tecnotrópicos de fondo y a nivel tecnológico institucional alcanzado, lo que les creaba por derivación una cosmovision ampliada y una racionalidad superior (Martínez Peláez, M-31), pero a esto vendrían a sumarse factores surgidos del monopolio de la violencia celosamente preservado para sí por los dominadores.
     Las formas de dominación y la necesidad de recurrir a la fuerza para sostenerla fueron muy diferentes según las circunstancias locales. En los emporios mineros y de ricas plantaciones, con mercados opulentos y numerosa mano de obra sometida, existirían amplios recursos tributarios y motivaciones para imponer abiertamente la dominación hasta mucho después de apagados los focos iniciales de resistencia armada, mediante matanzas, torturas y autos de fe para obtener la revelación de riquezas o para sustituir las religiones tradicionales por el cristianismo (Dirks, D-50; Martínez Peláez, M-31; Walvin, W-3; Wankar, W-5; y otros).
     En las regiones con población sometida menos numerosa o en las fronteras ganaderas, donde la amplitud del escenario y la supervivencia de población aborigen no sometida mantenían siempre disponible para los siervos la posibilidad de fuga de la coyunda colonial, la ley y el orden se basarían en formas de coacción más remotas, con rasgos y limitaciones característicos (Ras, R-19). En dichos lugares, las autoridades coloniales multiplicarían los intentos, frecuentemente infructuosos, para disciplinar e imponer obligaciones a los vagos y malentretenidos, ladronicios, malévolos, protervos, vagamundos, cuatreros y otros epítetos de la época con que se identificaba a los marginales rurales, indios, mestizos, africanos cimarrones, y blancos renegados, en lo que se seguía una tradición que tenía antiguas raíces en Europa (España, Inglaterra(1), Italia, Rusia(2), etc.) para lidiar con similares problemas de marginalidad, como el señalado para la Argentina (Slatta, S-48; Amaral, A-27; Rodríguez Molas, R-33; Gori, G-48 y G-49), para México (Florescano, F-16; Martín, M-25), para Venezuela (Loy, L-41; Izard, I-13), para Chile (Pinto Rodríguez, P-32), para Cuba (Garret; Bell; Saco, S-8) y así en toda la región.
     A pesar de las diferencias de matiz entre regiones, en todos los casos, muchos de los caracteres señalados reiteradamente como típicos de los grupos morenos y atribuidos habitualmente a su idiosincrasia profunda, como la haraganería, la inmoralidad, su hurañía y taimada desconfianza, se muestran a un examen más zahorí como reacciones provocadas por la realidad de la convivencia forzada con los amos blancos. El indio, el negro y los mestizos obligados por la ley de los españoles y criollos blancos a trabajos forzados en tareas nuevas, frecuentemente unidos a desarraigos y esfuerzos penosos, y con remuneraciones bajas responderían del único modo a su alcance, o sea oponiendo su resistencia pasiva y una labor a desgano (Crossan, J. D., The Historical Jesus, San Francisco, Cal., Harper, 1991-92). Esa actitud se hará carne en los morenos, hasta el punto de mantenerse persistentemente aun cuando se les abren oportunidades más favorables. Hay numerosos ejemplos en que la población de castas obra con más entusiasmo y diligencia cuando hacerlo la beneficia a ella y no exclusivamente a otros (Martín-Baró, M-26; Martínez Peláez, M-31; y otros), pero todavía hoy el rendimiento laboral de los morenos compite mal en general con el de trabajadores de otras culturas y existen también numerosas referencias a que la haraganería era característica sumamente difundida en los aborígenes desde antes de haber estado sometidos, ni de haber tenido contacto con los europeos.
     Los mecanismos coercitivos impuestos con severidad creciente por las autoridades virreinales a tono con el aumento de la población marginal y los perjuicios que ocasionaban serían reiteradas por sus sucesores criollos, en el siglo XIX, cuando el estado de guerra permanente creó obligaciones de personal más apremiantes compartidas para la producción y los ejércitos (Salvatore, S15, S-16, S-18 y S-18b). El problema de los vagos y malentretenidos sería general en las comunidades criollas, tanto coloniales como posteriores, habiendo dado lugar a profuso debate y a literatura, ya sea reivindicatoria o condenatoria. El lamento lírico de Martín Fierro y la muerte de Santos Vega en las fronteras ganaderas del Río de la Plata son de los ejemplos más completos de una situación que parecía llegar a un final feliz cuando la dirigencia de los argentinos europeístas pudo ilusionarse con que la cultura patricia morena había quedado sepultada por el aluvión inmigratorio cosmopolita y una era de abundancia económica.
     En los lugares de América Latina que no disfrutaron de estas bonanzas, la situación de dependencia de la población morena y sus rebeldías se mantendrían hasta los hechos contemporáneos.

El traslado ritualista al dominador

     La población afectada por signos de personalidad negativa fluctuará en una ambivalencia entre los estereotipos más superficiales de ambas culturas en pugna dentro de sí. Por un lado, por momentos, intentará pasarse al campo de los blancos con armas y bagajes, abjurando violentamente de su raíz tradicional por considerarla un lastre. Existieron algunos casos exitosos de traslación completa, de este tipo, en contados hijos mestizos reconocidos de padres europeos, aceptados plenamente por la sociedad española. Tales los hijos legítimos o legitimados de varios de los jefes conquistadores (Lipschutz, L-31, p. 273) y en algunas nobles aborígenes o principales que, previo bautismo, se casaron con españoles. También la institución del padrinazgo permitió a algunos indios puros incorporarse plenamente al grupo del padrino cristiano y, por último, el mestizaje con porcentajes crecientes de sangre blanca facilita grandemente el proceso.
     Un grupo más numeroso estará compuesto por quienes se identificarán con el agresor en la definición inicial de Ana Freud. En estos casos, la indefensión frente al poder exterior lleva al individuo a sacarse a sí mismo mentalmente de la condición de víctima y sumarse a los victimarios. Reacciones defensivas similares se han observado en todos los tiempos y situaciones. La tremenda experiencia de los prisioneros políticos o raciales del totalitarismo del siglo XX muestra muchos casos de reclusos que, acosados psicológicamente y aterrados, llegaban a sentirse verdaderamente culpables de los crímenes que se les achacaban, explicándose así las abyectas confesiones y autoinculpaciones para los que se llegó a diseñar toda una tecnología del lavado de cerebros. Casos similares son los de los reclusos nombrados celadores o guardianes de sus compañeros y que terminaban imponiéndoles una disciplina y castigos más duros que los propios carceleros. Tal ha sido descripto para los kapos de los campos de concentración nazi para judíos o de los gulags y asilos psiquiátricos soviéticos para disidentes.
     Los aborígenes y mestizos que muestran de este modo su rechazo a su cultura tradicional serán más papistas que el Papa en lograr el triunfo de la cultura importada sobre las masas de las que ellos se han desprendido mentalmente. Es el caso característico de los llamados calpixtles, en México y Guatemala. Capataces o caporales, generalmente castas africanas, encargados de supervisar el trabajo de los braceros indios y reputados por su crueldad con ellos y su obsecuencia hacia los patrones blancos. Se harta proverbial para ellos la definición de Motolinia: "...una de las plagas trabajosas (...) con que hirió Dios y castigó esta tierra...". Los dominadores agravan el problema configurando un estereotipo de los dominados en el que resalta su primitivismo e incompetencia, habilitándolos solamente para servir. Para quien convive con los morenos como dominador éstos son haraganes, taimados, sin moral familiar, borrachos y ladrones. Se desestimarán sus reclamos aduciendo que tienen suficientemente para vivir en descansada riqueza, que rechazan la civilización y abusan de cualquier buen trato. Este estereotipo tiene algunas bases objetivamente ciertas, primordialmente en su escasa capacidad de abstracción y aptitud para el uso de una diversidad de herramientas tecnológicas, pero está magnificado por el desprecio cultural hacia lo otro, que es, además, cada vez más incapaz de defenderse. La mayoría de los dominados tienden a aceptar esa concepción peyorativa del dominador, en un notorio complejo de inferioridad etno-cultural común a la mayoría de los pueblos colonizados(3).
     Un ejemplo característico de negación de la cultura tradicional en los aborígenes de toda América, sería la rápida desaparición de los cultos idolátricos, los sacrificios humanos, el canibalismo ritual y la sodomía explícita muy difundidos entre los indios al tiempo de la conquista (Staden, S-57; Villalta, V 20; Díaz del Castillo, D-47; Sahagun, S-10; Baudez y Picasso, B-13; Mandrini, M-12; Cabeza de Vaca, C-1). La desaparición de la antropofagia sin dejar rastros sería tan rápida y total que algunos escritores cristianos llegaron a dudar de que nunca hubiera existido y hasta atribuyeron su mención a intentos de calumniar a las culturas aborígenes (De Azara, D-10, Lugones, L-45). Sin embargo, la difusión de estas formas de extrema barbarie ha sido reiteradamente confirmada. Citas procedentes de la época de la conquista de Tenotchitlan revelarán los reacciones profundas que despertaba el canibalismo indígena entre los conquistadores:

"... y cada día sacrificaban delante de nosotros tres o cuatro o cinco indios, y los corazones ofrecían a sus ídolos, y la sangre pegaban por las paredes, y cortábanles las piernas y los brazos y muslos, y lo comían como vaca que se trae de las carnicerías en nuestra tierra, y aún tengo creído que lo vendían a menudo en los tianguez, que son mercados (..) y todos los caciques, papas(4) y principales respondieron que no les estaba bien dejar sus ídolos y sacrificios, y que aquellos dioses les daban salud y buenas sementeras y todo lo que habían menester; y que en cuanto a lo de las sodomías, que pondrán resistencia en ello para que no se use más."
(Bernal Díaz de Castillo, D-47)

     U otra:

"Los prisioneros fueron sacrificados ante los españoles, pero al ver aquello los blancos se estremecieron de horror y asco. Escupieron en el suelo, cerraron los ojos entre escalofríos, apartaron los mirada llenos de espanto. Rechazaron las viandas rociadas con preciosa sangre: veían cómo exhalaban vapores y ello les ponía enfermos, como si ingiriesen carne corrompida. Moctezuma ordenó el sacrificio porque tenía a los extranjeros por dioses, los adoraba, creía en ellos. Eran llamados dioses venidos del cielo', y a los negros se les llamaba `dioses ensuciados'."
(Fray Bernardino de Sahagún, Código Florentino)

     Muy rápidamente la misma reacción de horror ante la antropofagia, antes venerado componente de los ritos más sagrados, se extendería a los mismos indios, por aceptación del lente cultural de los conquistadores, hasta provocar su rápida desaparición carente del apoyo de sus mismos oficiantes.
     El traslado cultural del indio a lo blanco se manifestaría frecuentemente alrededor de la aceptación entusiasta o fingida de la catequización en la religión verdadera, considerada por los mismos españoles como un componente esencial de la transformación cultural del aborigen.
     A la inversa, el combate de los españoles contra los fetichismos indígenas sería uno de los rasgos más notables y persistentes del contacto cultural de la conquista. Valga como ejemplo el relato de cómo se manifestó esto durante la invasión de la Nueva España que se reiterará en todas las expediciones:

"...dijo Cortés a los caciques que los habían de derrocar (a los ídolos). Y desde que aquello vieron mandó el cacique gordo a otros sus capitanes que se apercibiesen muchos guerreros en defensa de sus ídolos: (..) y dijeron a Cortés que porque les queríamos destruir, y que si les hacíamos deshonor a sus dioses o se los quitábamos, que todos ellos perecerían, y aún nosotros con ellos (..) y no lo hubo bien dicho cuando subimos sobre cincuenta soldados y los derrocamos, y vienen rodando aquellos sus ídolos hechos pedazos, y eran de manera de dragones espantables, tan grandes como becerros, y otras figuras de manera de medio hombre, y de perros grandes y de males semejanzas. Y cuando así los vieron hechos pedazos, los caciques y papas que con ellos estaban lloraban y tapaban los ojos, y en su lengua totonaque les decían que los perdonasen, y que no era más en su mano, ni tenían culpa, sirio esos teules, que os derrocan, y que por temor de los mexicanos no nos daban guerra"...
(Bernal Díaz del Castillo, D-47)

     En muchos lugares de América, desde los que habían sido grandes imperios hasta las tribus ignotas, numerosos indios insistirían tercamente en sus antiguas creencias y ritos y en el respeto a sus hechiceros y sacerdotes. Diría Cortés y Larraz, arzobispo de la Diócesis de Guatemala, hacia fines del siglo XVIII:

"... los indios generalmente se conservan en sus idolatrías antiguas, y su cristianismo no es más que apariencia e hipocresía..."

     El aferrarse al paganismo, parte fundamental de su identidad en entredicho, era componente de base de su resistencia al invasor. Dirá el mismo prelado:

"... tienen a los españoles y ladinos (mestizos) por forasteros y usurpadores de estos dominios, por cuyo motivo los miran con odio implacable y en lo que los obedecen es por puro miedo y servilismo. Ellos no quieren cosa alguna de los españoles, ni la religión, ni la doctrina, ni las costumbres..."

     Por lo mismo, los españoles insistirán con opuesta tenacidad en la erradicación de todo vestigio del paganismo demoníaco, destruirán los santuarios, derribarán los ídolos que los indios intentarán reconstruir subrepticiamente, expatriarán a shamanes y amautas. Tomará mucho tiempo hasta que los indios acepten la mediación de los sacerdotes en sus relaciones con la dirigencia criolla y que comprendan que, en general, éstos tienden a favorecerlos. La magia de los exorcismos del hechicero y los torrentes de sangre de los sacrificios serán lentamente sustituidos por la devoción a santos, vírgenes y redentores crucificados. El oropel del ritual católico terminará por oscurecer las celebraciones tradicionales. Por último, la nostalgia cósmica hará interpretar el mensaje trascendente del Dios personal. El traslado será lento y tropezará con muchos rechazos y rebeldías. Las creencias seguirán compartiendo por largo tiempo los rasgos del falso self habitual en otros rasgos culturales incorporados por la población morena. Las conversiones serán con frecuencia sólo nominales o fingidas; no abundarán místicos, ni santos. Aparecerán infinidad de sincretismos de ritos e imágenes cristianas con relictos de las idolatrías tradicionales. Los renacimientos y mesianismos compartirán dogmas y símbolos de ambas vertientes, pero lentamente, la religión en conjunto se constituirá en una introducción a la cultura dominante a través del gran portón abierto por la Iglesia y su concepción generosa del hombre, a menudo en conflicto con los grupos ibéricos seglares de objetivos más mezquinos.
     A fines del siglo XX, con todas sus limitaciones, la religión católica así como diversas iglesias reformadas, han adquirido arraigo profundo entre los criollos. La trabajosa, lenta y todavía incompleta incorporación de la religión, la lengua y los limitantes formales de la conducta en forma de ley de los invasores terminarán siendo los factores fundamentales para que la Latinoamérica actual sea considerada como un retoño de la cultura de Occidente.
     Otro signo típico de identidad negativa del tipo de identificación con el agresor; es la extrema saña desplegada por los indios, mestizos, mulatos y zambos aliados -los más inclinados a aceptar e incorporarse a la cultura cristiana- al participar en las infames malocas en busca de esclavos entre los indios rebeldes. La observación del Marqués de Esquilache, en 1616, sobre los mestizos, "son rayo para los indios", se repetirá acerca de los mamelucos y caboclos que constituían el grueso de las bandeiras paulistas cazadoras de esclavos para los engenhos, como con referencia a los jenízaros y montañeses, mestizos de mapuche y huilliche con blanco, en el sur de Chile, y del mismo modo en todas las regiones de Latinoamérica.
     Habrá muchas referencias de este tipo particularmente para el gaucho, enemigo mortal del indio, a quien odia y teme, hasta que la marginación desde la cultura blanca lo arroje, a su pesar, al asilo de la toldería.
     Como, a pesar de todos estos intentos, el trasvasamiento desde la cultura dominada a la dominante es parcelado, lento y dificil, y como los rasgos sobrevivientes físicos y culturales tradicionales se conservan tozudamente dentro del estereotipo o macchietta del moreno, devolviéndolo reiteradamente al nicho social y legal del que ha pretendido evadirse, la frustración será frecuente. Las tentativas de pasarse a la cultura europea estarán expuestas a desaires y postergaciones. La mayoría se empantanará en situaciones intermedias. Cada fracaso será una nueva espina clavada en la población que no puede desprenderse de los rasgos físicos morenos, e infundirá en ella resentimientos, desarraigo, y más ira reprimida.
     Se constatará con frecuencia que individuos del grupo moreno intentan audazmente abandonar sus raíces culturales trasladándose desde su ambiente tradicional a centros de la cultura hegemónica, pero que al cierto tiempo emprenden el regreso. No han podido sobreponerse a sus propios limitantes psicológicos arraigados en una tradición muy profunda y consolidada (Hagen, H-3).
     Hay abundantes referencias a individuos de las culturas folk más diversas llevados a Europa y educados formalmente en la cultura occidental, quienes, vueltos a su ambiente primitivo, recuperaron pronto sus actitudes anteriores y sirvieron muy poco para la función culturizadora para la cual habían sido preparados (Bitterli, B-38).
     La mayoría de la población tradicional sometida al desprecio de sus valores preciados caerá en actitudes ritualistas y en formas de personalidad como sí (as if), también llamadas de falso self o de discurso sobreadaptado, bien definidas en términos psicoanalíticos. Esta actitud está en la base de lo que se ha denominado el sello de la insinceridad en los latinoamericanos (Marías, M21). La imitación de los modelos de conducta europeos se hará sólo superficial aunque aparatosa. La indignación inconsciente por el oprobio de sus valores y de los héroes de su memoria emocional hará que, aunque ostenten externamente los valores europeos y aparezcan formalmente como identificados con ellos, no podrán ejercerlos en plenitud. Las personas con psicología de este tipo serán capaces de ocupar posiciones sociales y económicas de nivel bajo y mediano, pero fracasaran ni bien se les requieran aptitudes verdaderamente creativas o de liderazgo competitivo. Es conocida la resistencia de las firmas coloniales para dar puestos dirigentes a los morenos, porque la experiencia les indica que no tienen cabeza para el negocio aunque sean razonables trabajadores en el taller o la oficina, donde pueden actuar con limitada iniciativa (White y Holmberg, W-10). Este condicionamiento tiene el efecto secundario de reafirmar en los dominadores la convicción de su propia superioridad indiscutible, sin reparar en que el origen del problema es, en buena parte, un bloqueo psicológico y no un defecto biológico de los dominados.

La reivindicación de lo tradicional

"Con la toma de conciencia del fenómeno de identidad negativa se produce la exacerbación del sentimiento de la identidad positiva y la sobrevaloración de la cultura propia. La idealización del pasado, la completud narcisística perdida, contrapuesta a la realidad de despojo, sometimiento y enfermedad."
(Montevechio, M-69, p. 31)

     Simultánea, alternada o confusamente mezclada con la reacción de abjurar de la cultura tradicional reemplazándola con pautas de los dominadores, aparecerá una reacción inversa en los grupos despreciados, consistente en una hiper reivindicación de la cultura tradicional sobreponiéndose al descorazonamiento y a la deserción de sus propios hermanos.
     En el capítulo III se ha analizado cómo el instinto gregario profundo en los seres humanos crea una tendencia firme a la identificación con el grupo propio y a la defensa de sus caracteres. En las comunidades aborígenes y africanas y sus cruzas expuestas a la dominación y desprecio de los cristianos se registrará con frecuencia una reacción que promueve la resurrección de viejos valores y prácticas culturales, en muchos casos semiolvidados o refugiados en nichos étnicos remotos. Se trata de una manifestación del pentimento(5), que en psicología social representa un retorno hacia tramos de la memoria emocional.
     Es frecuente que los aborigenistas que sustentan estas posiciones reivindicativas adopten una visión rosada del pasado que se proponen reinstaurar, que desentierren sus raíces, seleccionando los aspectos favorables y encubriendo o negando los desfavorables. Estos intentos pueden encuadrarse en la mitificación conducente a la erección de un positivo pasado usable (Finley, F-14; Steele Commager, S-59; Ras, R-8 y R-10), pero con frecuencia se exceden hasta caer en la historia fraguada (bogus history) o mistificación.
     Las manifestaciones tradicionalistas pueden mantenerse en aspectos pintorescos o folklóricos reafirmatorios de una identidad raigal, pero sin propiciar comportamientos y actitudes folk en la vida cotidiana. Esto no obstaculiza, sino más bien favorece, la evolución hacia una personalidad marcadamente tecnotrópica y realizadora. Infinidad de etnias europeas, norteamericanas o asiáticas muy progresistas exhiben alegre y orgullosamente sus atuendos típicos, sus bailes y canciones tradicionales y sus ritos centenarios en determinadas ocasiones, para seguir al día siguiente manejando contratos, laboratorios, ordenadores, usinas y equipos ultramodernos. Cuando una comunidad ha constituido un capital social abundante y sólido, la tradición cumple cabalmente su función integradora (Montevechio, M-69, M-70 y otras). Sin embargo, en los morenos latinoamericanos son difíciles estas salidas ordenadas y sin baches hacia niveles más modernos, por la presencia irritativa de las castas dominadoras y por el desnivel cultural demasiado pronunciado. A ello se debe que la reafirmación cultural de los grupos tradicionales con dificultades para enarbolar banderas convincentes de su pasado usable recaiga en declaraciones altisonantes y en actitudes con fuertes connotaciones tecnófobas, aferrándose a estilos culturales inconducentes para seguir el ritmo del avance general de la civilización, o por lo menos, para acumular conocimientos aprovechables y construir instituciones tecnotrópicas.
     Los resentimientos son con frecuencia tan fuertes que la reivindicación de la cultura autóctona apunta selectivamente contra el aporte cultural de los blancos, dándose la paradoja de escritos, proclamas, láminas intensamente antieuropeos, cabalgando en los idiomas y los medios tecnológicos que han sido aportados íntegramente por la denostada cultura importada, la cual, por otra parte, es ya inseparable de la nueva cultura en formación. Es fácil percibir, por otra parte, que las sublevaciones nativistas y los mesianismos que abogan por expulsar al blanco y volver a los usos tradicionales nunca han desdeñado usar las armas, los caballos y otros elementos aportados desde Occidente (Sheehan, S-39, p. 216). En estos últimos casos, la racionalidad ha ganado la batalla dentro de la mente del moreno.
     La tendencia a la reafirmación etnocéntrica hacia atrás, frecuentemente paranoica, es muy difundida en los pueblos expuestos a la denigración generalizada de sus rasgos culturales. Sus efectos sociales son de resultados inuy dudosos para una evolución positiva (Glazer y Moynihan, G-34).

La búsqueda de responsables externos

"Una sociedad, necesita arrojar siempre sobre alguno la responsabilidad de sus faltas. Cuando mayor es el remordimiento que experimenta, mejor dispuesta se encuentra a buscar el culpable que por ella, haga penitencia; y cuando lo ha castigado bastante, se acuerda el perdón a sí misma y se congratula de su inocencia."
(Romero, R-36, p. 33)

"Palpita en el proceso argentino (y en los de otros pueblos criollos) la idea de que el Estado ha desgobernado al país. Álvaro Barros habló de la desgracia permanente de entregar los destinos de nuestro país a inexpertos o malos gobernantes... Esa, idea persiste en Alberdi, Sarmiento, Echeverría."
(Mafud, M-6, p. 276)

     La rabia impotente de los grupos incapaces de altas realizaciones tecnotrópicas frenadas por su propio primitivismo y, más aún cuando se sienten culturalmente subyugadas, se manifestará en diversas formas de rechazar la propia porción de responsabilidad en el balance social alcanzado. Atribuirán todos sus problemas y la parálisis de su institucionalización al influjo de factores exteriores confabulados en su contra. Dentro de esta tendencia, será frecuente, por ejemplo, que la culpa del estancamiento en la civilización sea atribuida a defectos de los propios gobernantes o grupos dominantes, y también a la potencia hegemónica de turno en el mundo. En general, el latinoamericano, de psicología folk, pasiva frente a la naturaleza y proclive a la interpretación mágica de los fenómenos, no cree que éxitos y fracasos se deban a sus propios actos. Le resulta inás lógico atribuirlos a la influencia de factores exteriores inmanejables. Es lo que ha sido denominado el complejo de Israfel (Stark, S-58, p. 34) por referencia a un poema en el que Edgar Allan Poe, tras describir la inefable melodía del canto del ángel coránico Israfel, termina diciendo con mal disimulado despecho:

"Were I to dwell
Where Israfel
Hath dwelt, and he where I
He might not sing so wildly well
A mortal melody
And a nobler note than this might swell
From my lyre in the sky,"

("Si yo viviera
Donde Israfel
Ha vivido, y él donde lo hice yo
El pudiera no cantar
Tan magníficamente bien
Y una nota más noble que esa podría brotar
De mi lira en el cielo.")

     Estos versos son una velada autobiografía de un Poe atormentado por la mezquindad del público que no apreciaba sus versos y lo sumía en la pobreza. El poeta expresa su convicción de que si él canta con la armonía de una urraca no es porque tenga cuerdas vocales bastas, sino que le faltó vivir y cantar en un ambiente celestial.
     Esta actitud se manifiesta habitualmente en América Latina en la búsqueda de chivos emisarios y siniestros enemigos exteriores a quienes atribuir la responsabilidad por sucesos cuya determinación, bien estudiada, revela la responsabilidad decisiva de la propia esencia cultural.
     El complejo de Israfel es decididamente avieso cuando está presente como tónica general de una comunidad, imperando en ella un consenso fatalista por el cual no sirve de nada esforzarse para crear uno mismo su destino, sino esperarlo todo del juego providencial de factores externos.
     Una tendencia similar se percibe en muchos estudios hechos por teóricos del mundo subdesarrollado que reivindican una suerte de derecho metodológico a priorizar los enfoques particularistas, subjetivos e ideológicos, lo que los lleva a conclusiones poco objetivas o dogmáticas.      La aparición de movimientos nacionalistas muy vocales y su influencia chauvinista en sectores importantes de la sociedad responde al mismo sustráctum de búsqueda ansiosa de culpables externos para todos los males, lo que termina siendo contraproducente para la velocidad del avance.
     Puede reconocerse en esta actitud, sin embargo, un atisbo de verdad. Hemos referido que el tecnotropismo es un fenómeno colectivo que no rinde sus efectos si no es compartido por la colectividad. El clima psicológico realizador debe crear un escenario comunitario en el cual germina y fructifica la constructividad social de cada individuo mejorando el balance del capital social. A la vez, la riqueza y el poder aportados por el tecnotropismo actúan en bola de nieve creando instituciones fuertes y abundancia de recursos. Esto facilita grandemente la concreción de los emprendimientos, aún los más triviales. Así se explica que muchas individualidades aisladas se sientan frustradas en sus aspiraciones al vivir en una sociedad subdesarrollada. Son numerosos los ejemplos en todas las épocas de la historia, desde la antigüedad más remota, de personas emigradas desde las comunidades que les quedaban estrechas, hacia los ambientes donde podían realizarse mejor. Los centros culturales, desde las Babilonia, Atenas y Roma antiguas, hasta la Nueva York o el París de nuestros días, han atraído siempre a los cerebros que hubieran vegetado estériles en ambientes más mezquinos. Infinidad de personas originadas en comunidades tecnófobas triunfan ampliamente al trasladarse e insertarse en grupos humanos e instituciones con climas psicosociales más modernos y fecundos para la realización. Todos los países del Tercer Mundo lamentan estas deserciones que minan su propio capital social por la fuga de cerebros distinguidos. Las causas son obvias.

El mesianismo

"Cuando una cultura tradicional tiembla frente a la amenaza de una sociedad más adelantada... es probable que surja un profeta y que trace la realización de sus deseos. La escapatoria del callejón sin salida de lo humano mediante un mecanismo sobrenatural... con ello se desencadena un movimiento de renovación y vuelta al buen tiempo pasado. La motivación del profeta puede ser sincera ilusión, deseo de poder, fama o hasta dinero, o un compuesto de estas cosas. Sus adeptos lo siguen a causa de la presión de su insatisfacción social."
(Krobe)

     La cólera del dominado puede provocar explosiones de violencia que revisten con frecuencia la forma de movimientos mesiánicos. Figuras carismáticas encarnaran los resentimientos larvados, invocarán ayudas mágicas y convocarán a una liberación y a un mundo sin mal, capaz de sobreponerse a la superioridad, también considerada mágica, de los opresores. Cada uno recuperará así la identidad perdida. Movimientos de este tipo han provocado numerosas rebeliones suicidas en los más diversos lugares bajo tutela colonialista. Desde las sublevaciones de quechuas y aymarás cada vez que apareció algún supuesto o real heredero del Inca, como Manco (1536), Bohorquez (1650) o Tupac Amaru (1781), las maroon wars de las Antillas británicas, el levantamiento llanero de Boves (1810-1814), la Guerra Federal de Venezuela (1859-1863), las sublevaciones de los indios pueblos de Arizona y Nuevo México siguiendo al profeta Pope que predicaba el exterminio de los blancos, la de los chamanes de los tribeños araposo y los tukurias del Amazonas, la de Jamaica, en 1930, que pregonaba a Haile Selassie como Ras Tafari, redentor de los negros, también para llevarlos a la tierra sin mal, los bantúes de Sud África, que hacia 1857, sacrificaron todas sus reservas de alimentos porque sus hechiceros les habían prometido recomponer mágicamente su dominio de las tierras y los graneros, las sangrientas guerras de castas mayas, las de los derviches del Sudán, hasta los Mau Mau de Kenya, los rebeldes de Madagascar y las rebeliones indias de Yucatán en este siglo, todos reconocen este origen psicológico. Para la cultura gaucha en particular, ha sido estudiado el fenómeno de Tata Dios, el profeta de la útima montonera, que provocó una matanza de inmigrantes europeos en una reacción de este tipo en Tandil, en enero de 1872 (Nario, N-3, Montevechio, M-70 y otros), pero puede extenderse el concepto a muchos de los caudillismos montoneros de las anarquías y rebeliones populares del siglo XIX fuertemente apoyados en la reivindicación indigenista y morena, antimoderna y profolk.
     En muchos casos los mesías capaces de arrastrar consigo las hordas en empresas o en acciones demenciales que provocan la exacerbación de la reacción contraria, son individuos blancos, de caracteres somáticos marcadamente caucásicos (José Boves y también Zamora en los Llanos, el Comandante Marcos en Chiapas; Juan Manuel de Rosas y Felipe Varela, en la Argentina, etc.), pero que ejercen una seducción carismática y saben adular los sentimientos reprimidos en los morenos que los siguen fanáticamente.
     Como una manifestación similar y extrema del mesianismo se pueden catalogar las cazas de brujas emprendidas contra miembros que se consideran disidentes, tibios o malignos dentro del propio grupo, en una suerte de depuración ritual tendiente a recuperar una unidad sin fisuras (Cluckholm Clyde ). Muchas formas de danzas de los espíritus convocando a los antepasados en la lucha contra la amenaza actual, las cazas de brujas y de apóstatas en comunidades protestantes y los autos de fe de la Inquisición católica responden a esta aserción violenta de un integrismo cultural exacerbado, tanto como las persecuciones a los disidentes en los totalitarismos recientes.

La difícil integración hacia adelante

"Las razones especificas por las cuales algunas culturas reciben o se adaptan mejor a rasgos de otras siguen siendo una pregunta. Lo que no puede cuestionarse seriamente es que las culturas varían mucho en dicha receptividad. El punto clave no es el acceso a la tecnología, como ha sido la ingenua convicción hasta en los círculos oficiales más responsables, sino lo que se hace con dicho acceso."
(Sowell, S-55, p. 21)

     Lograr un equilibrio en la formulación de un pasado usable fundante, en todos los pueblos que parten de niveles culturales arcaicos, tropieza con la dificultad de lograr un equilibrio entre sus virtudes cohesionantes capaces de liberar la personalidad hacia posibilidades creativas y, por lo contrario, la evidente carga tecnófoba de una buena parte de sus valores y actitudes tradicionales, no conducentes al aprovechamiento del conocimiento tecnológico. Algunas reivindicaciones tradicionalistas ingenuas abogando por el retorno a sus raíces culturales arcaicas pueden llegar a constituir un anclaje en la historia y un flaco servicio para los morenos que aspiran verdaderamente a superar un atraso que aceptamos como exclusivamente cultural y modificable.
     Los dos tipos generales de reacción que hemos descripto, el conformista-permeable, y el rebelde-utopista, son caras de la misma moneda, resultantes ambos de una infraestructura arcaica rígida y condicionada por la presencia alucinante de otra cultura fuertemente hegemónica y despectiva. La combinación o alternancia de ambos determinan actitudes generales en la población que pueden definirse como de neurosis compensatoria y de dependencia hostil, dos formas típicas de la actitud pasiva, anárquica y rencorosa que caracteriza a las poblaciones aborígenes y mestizas que aún no han podido digerir el choque cultural con los grupos dominantes más modernos. Los múltiples procesos involucrados en la modernización que caracterizan a este tipo de evolución en el mundo entero están siendo bien estudiados en los casos de la América Latina (García Canclini, G-23), pero el avance es lento, perdiéndose posiciones en la ubicación de las comunidades en el mundo moderno, cuanto más pronunciados sean los caracteres negativos que venimos describiendo.
     El mestizo presa de una neurosis compensatoria, se coloca a sí mismo como víctima inocente de un proceso histórico que no alcanza a controlar. Ello le permite cifrar toda su búsqueda de seguridad psicológica y recuperación de identidad en sentirse el destinatario obligado de la atención y recursos de los dominadores a quienes sigue teniendo por todopoderosos. De esta forma, él no pone nada de sí para elevar su forma de vida. Inclusive, en muchos casos, el moreno recibirá la ayuda del blanco o de las burguesías blanqueadas con resentimiento, como intentando usar su propia dependencia, como arma para infundirles una sensación de culpa. Puede decirse que algunos miembros de los grupos dominados extraen una satisfacción íntima cuando muestran el fracaso de los intentos de los blancos por incorporarlos a la corriente moderna. Existen numerosos ejemplos de poblaciones colonizadas que reaccionan así, particularmente cuando parten de orígenes rnuy tradicionales (Hagen, H-4). En la Argentina se da el caso de los aborígenes que están menos aculturados, como los mapuches de los Andes australes o los matacos y wichis del chaco salteño (Saravia, S-26), y son frecuentes los ejemplos entre los contados indios todavía silvestres en otros puntos de América. Es frecuente observar en ellos un enquistarse en su atraso, un profundizar su propia parálisis, mostrando desconfianza y desdén por los aportes de los agentes sociales religiosos o laicos que intentan ayudarlos. Vestigios de la misma actitud son perceptibles también en manifestaciones sociales y políticas de grupos considerablemente más adelantados en su aculturación. En los casos de fracasos en la transición hacia estructuras culturales más afines con el mundo moderno son visibles estas actitudes. El contraste es muy marcado con la actitud individual y grupal de los pueblos que avanzan rápidamente en los valores y actitudes de base para el tecnotropismo. El comportamiento de aborígenes tradicionales de la América Latina, retraídos, resentidos, desconfiados y de agresividad encubierta es integralmente opuesto al de la población japonesa, surcoreana, taiwanesa o la de cualquiera de las minorías de éxito que citamos.


La identidad negativa en los dominadores. La mentalidad colonial

     Deben mencionarse como parte del paideuma de identidad negativa, las actitudes que asume la minoría dominante, fuertemente influida también ella, por la convivencia con la mayoría dominada.
Resulta particularmente importante analizar la forma de pensar y de sentir de estos componentes de la comunidad porque entre ellos se encuentra el porcentaje mayor de altos coeficientes intelectuales y las formaciones culturales más sólidas y completas dentro de cada comunidad. Exclusión hecha de partidismos políticos y sectoriales, es evidente que a estas personas y grupos corresponde en buena parte la ubicación como élite, en las mejores condiciones para servir a la comunidad como líderes o conductores. Genios políticos sumamente positivos han surgido históricamente de todos los niveles frente al desaflo de la circunstancia. Desde pastores como Viriato y Pizarro, hasta presidentes como el indio puro Benito Juárez, o Abraham Lincoln, criado este último descalzo, como un poor white, en una log cabin de la frontera oeste, hay innumerables ejemplos de ascensos desde orígenes humildes a posiciones destacadísimas, pero la proporción abrumadora de los dirigentes y los iluminados surgen de las capas educadas de cualquier población. No sólo salen de allí los conductores de las actividades económicas, sociales y políticas cotidianas, sino que de este mismo grupo puede esperarse con la mayor probabilidad la aparición fortuita e imprevisible de las personahdades geniales, capaces por sí mismas de inducir cambios perspectivos fuera de lo común. Un Pedro el Grande, un Kemal Ataturk, un Hindenburg, un Ghandi, o un De Gaulle pertenecen a esta legión selecta que aparece providencialmente y sin aviso, para provocar reorientaciones profundas superando fuertes reacciones contra el elitismo .
     En los hechos, sin embargo, a que nos venimos refiriendo, el contacto de los dominadores con una masa morena sumisa deriva frecuentemente en la formación de la personalidad que puede definirse como de sahib o hwana blanco.
     En general, estos individuos sienten débilmente el desafio de dominar la naturaleza que caracteriza a las élites de las comunidades realizadoras (Hagen, H-4; Daus, D-4; Sorokin, S-52; Sowell, S-55; etc.). Un reconocimiento intuitivo de las limitaciones del medio en que actúan les hace rehuir los proyectos audaces. Serán modernos a medias o modernos como si. Sus esfuerzos se dirigirán preferentemente a mantener las distancias con los grupos más atrasados de la sociedad, para lo cual ellos edifican una tipología diferencial denominada de exclusión. Así, por ejemplo, se asignará a los dominados la función de sudar y ensuciarse en el trabajo, cosas de las cuales ellos huirán, y se sentirán armados de poderes intelectuales superiores atribuidos a una tradición y experiencia de comando social, virtudes que son negadas sistemáticamente en los oprimidos. Asignarán, asimismo, prestigio a determinadas actividades como las ligadas a la tierra, más que al comercio y, por supuesto, a la industria, que es tenida como cosa ajena, y frecuentemente delegada en los empresarios extranjeros. Por estas razones las clases dirigentes en los países subdesarrollados frecuentemente ocupan las posiciones por herencia de estirpe vinculada a la pigmentocracia, más que por idoneidad o ilustración personal, lo que les confiere un estilo administrativoejecutivo característico. Los líderes actúan solos o con un séquito de asesores confidenciales y dependientes, pero no se sienten cómodos en la consulta abierta y en el trabajo en equipo, porque son formas que socavan la autoridad personal lograda dentro del sistema vertical. No se conciben las técnicas del think tank o del brain storming comunes en los ambientes tecnotrópicos, en los que cada uno aporta y se ubica por su mérito efectivo. El miedo a perder status frente a dependientes y subordinados o ante competidores internos que puedan eventualmente exhibir apoyos semejantes y moverles el piso, lleva a la gente con poder a actuar a la defensiva, a custodiar celosamente su territorio y a nunca malquistarse discutiendo la opinión de quienes están más arriba en la pirámide administrativa o social(6). Es conocida la tendencia a trasladar todas las decisiones de importancia hacia la cúspide, y hay numerosas referencias a la lentitud de la ejecución en todo tema que por su complejidad o compromiso no admita la decisión arbitraria del jefe de turno, sin descender a una consulta en la que su omnipotencia pueda salir menoscabada.
     Un complejo de superioridad se reafirma en ellos, porque en la convivencia diaria las mayorías morenas que los rodean no compiten por las posiciones altas y abunda la oferta de mano de obra no calificada y dispuesta a cumplir las tareas de bajo prestigio, que en los países desarrollados exigen importar trabajadores extranjeros. Las posiciones sociales económicas y políticas destacadas se distribuyen así sin fuerte competencia entre los grupos modernos y educados, quienes disfrutan de notorias comodidades y ventajas que conspiran contra el desarrollo de su afán realizador, la variable logro de McClelland (M-43). Se difunden las políticas de club y las administraciones prestan escasa atención a la población dominada que queda congelada como una plebe con voz casi inaudible y sin abogados.
     La excepción a esta regla, es la aparición bastante frecuente de caudillos populistas de entre los propios sectores dominantes, que ascienden políticamente adulando los valores de la mayoría folk, aunque ello signifique, de hecho, fomentar tendencias tecnófobas y limitar fuertemente la creatividad de los grupos ejecutivos y la creación de instituciones eficaces, con decisiones subóptimas. Hay ejemplos de esto en casi todos los países latinoamericanos, y en la Argentina son legión.
     Mientras duraron las administraciones coloniales sería sistemática la separación total entre patrones y esclavos en la sociedad de castas. Una excepción que debe señalarse a esta regla por haber tenido fuerte influencia en el Río de la Plata es la relación entre patrones y peones en las tareas ganaderas de estancias y cimarronaje. En éstas, los propietarios, casi siempre blancos o muy blanqueados, convivían estrechamente con sus peonadas ejerciendo sobre ellas un liderazgo espontáneo derivado de su baquía y prestigio en las artes camperas y en una cultura de jinetes-vaqueros con infinidad de valores compartidos.
     Esta situación, iniciada con la aparición de los primeros mancebos de la tierra, perduraría durante todo el período colonial y se trasladaría hasta el surgimiento del poder rural encarnado en los caudillos, casi siempre patrones ricos promovidos a jefes de milicias rurales y de ahí a jefes político-militares reclutando sus montoneras entre gauchos mestizos e indios dependientes de su actividad productiva (Goldman y Salvatore, G- ; Zorrilla, Z-10).
     Cuando las masas nativas, por su excesivo primitivismo no se prestaban a la servidumbre, como ocurrió con muchos grupos tribales, sería frecuente el abuso de los jefes de frontera, de los bolicheros y de los colonos civilizados en el trato con los morenos desviando las raciones y ayudas gubernamentales, usurpando las tierras, usando pesas y medidas trucadas, vendiendo mercadería inservible, prohibida o dañosa, o con promesas, diferimientos y otros subterfugios.
     En la post descolonización, la minoría blanca desde el resabio de superioridad que le confiere su sentido de destino manifiesto, seguirá considerando a los morenos como ciudadanos de segunda clase, pero ahora éstos no dependerán de la dominación política del blanco. Desarrollarán otros comportamientos regidos por las actitudes culturales propias al resurgir los caracteres de la cultura tradicional, pero ya ahora con muchos rasgos incorporados durante el período de traslado ritualista hacia la población que ha sido anteriomente dominante. Se sostendrá asimismo, como se ha hecho notar, una actitud de rechazo y falta de agradecimiento hacia los que son, en muchos casos, aportes civilizatorios francos, pero incorporados mediante el proceso antipático del coloniaje.
     En el caso de culturas duales como las criollas, no debe olvidarse que las actitudes y valores de sus grupos dominantes, además de su participación en la psicología general de una sociedad mixta con rasgos negativos, traen desde su propio origen los rasgos culturales procedentes de la raíz ibérica y de las raíces cosmopolitas mediterráneas agregadas posteriormente, y también poco predispuestas a incorporar las fases adelantadas del tecnotropismo.
     Con el avance de los tiempos y gracias al continuo proceso de aculturación de todos los grupos de origen diferente hacia una progresiva integración cultural, que aún se muestra lejana, y con una movilidad social vertical, que es reconocida como intensa, irán decantando categorías y grados de desprecio y diferenciación entre los grupos imbuidos de las actitudes y comportamientos adelantados, frente a los grupos más retrasados en el prolongado viaje de alejamiento desde sus culturas arcaicas en pos del modernismo realizador.
     Aparecerán en las comunidades criollas personas muy embebidas en las modalidades culturales del modernismo tecnotrópico. Serán en general las más europeizadas o agringadas y las que más distancia tomarán con los grupos tradicionales. Predominan en estos grupos los ejecutivos y empresarios, los científicos, algunos periodistas comprometidos, los estudiosos, los diplomáticos, o los simples visitantes, quienes se sienten a menudo perplejos y frustrados por no alcanzar a interpretar los fenómenos psicosociales poderosos que explican las actitudes (los enigmas) de los criollos morenos. El fastidio evidenciado por este tipo de personalidades ha sido una constante histórica desde antiguo. Se percibe en críticos nacionales (Biagini, B-31, cap. 11, De Sarmiento al positivismo) y en visitantes o comentaristas extranjeros, algunos de alto fuste.
     Aún tras la descolonización es muy perceptible la actitud colonial (Dirks, D-50) en algunos extranjeros y hasta en muchos nacionales que se autoclasifican en las posiciones más modernas para subestimar o expresarse negativamente de la cultura criolla. Aún en los análisis efectuados con metodología científica, es común que se pasen por alto los fundamentos psicosociales de las culturas hiibridas de la América Latina, para la interpretación de los hechos históricos y del presente(7) y, en otros, los casos reflejarán intensamente los tabúes y preconceptos provocados por las propias actitudes negativas y sus reacciones frecuentemente emocionales.
     Un tipo especial de choque cultural frecuente en la actualidad es el protagonizado por los cada vez más numerosos profesionales y técnicos de países subdesarrollados que completan estudios o investigaciones superiores en instituciones del Primer Mundo. Han debido dedicar un período prolongado de su estadía en el exterior para adaptarse a los usos y modalidades eficientes, cerebrales y fríos del alto tecnotropismo, pero, una vez que los han internalizado, se les hace arduo el regreso a las costumbres y valores cálidos, permisivos y lánguidos del paideuma criollo. Las reacciones que este duelo produce son muy diversas, desde los que deciden abandonar sus patrias y volver al Primer Mundo(8) para seguir inmersos en el tecnotropismo realizador, con sus ventajas e inconvenientes, hasta los que, tras algunas fricciones con sus colegas y clientelas de la cultura submoderna se arrojan decididamente en ella intentando incorporarle algo de su experiencia recogida en el desarrollo. Y existen también los que permanecen largo tiempo amargados, segregados dentro de los enclaves circunscriptos de modernismo, o incorporados a los desprestigíadores tácitos o explícitos de los rasgos de la comunidad criolla, que ahora ven a través de su lente modernizada. Son evidentemente manifestaciones de la identidad negativa.
     Por último, describiremos una manifestación de identidad negativa todavía poco analizada psicológicamente y que afecta a un porcentaje menor del grupo dominador. Algunos individuos que responden claramente al estereotipo de la cultura hegemónica (funcionarios, sacerdotes e intelectuales), experimentan una suerte de remordimiento expiatorio por las servidumbres impuestas por su propio grupo social a los dominados, y se convierten en sus defensores acérrimos. No solamente reivindican los méritos efectivos de las culturas tradicionales exigiendo lógico respeto por su condición humana, sino que llegan a compartir sus mitificaciones y a disimular sus exageraciones. No es raro encontrar a caucásicos puros encabezando a los sectores más combativos del indigenismo y hasta auspiciando ardorosamente la lucha armada contra la dominación de los blancos, o recomendando arrojar por la borda como impura toda manifestación de la cultura occidental.
     Los diversos comportamientos descriptos configuran en su conjunto manifestaciones de la identidad negativa, presente en toda la comunidad, poco propicia para el funcionamiento de instituciones democráticas y expuesta al surgimiento de los caudillismos populistas tan característicos de todo el Tercer Mundo y de la América Latina en particular. Los mismos rasgos culturales se reflejan en las instituciones y en los comportamientos individuales y colectivos no realizadores, con bajos niveles de tecnotropismo y en la escasez de proyectos competitivos de alta tecnología y productividad destacada. El deslizamiento al Tercer Mundo y a las semidemocracias, son consecuencias inevitables.

Comparación con otras identidades semejantes

     Aclarará el concepto de la identidad negativa en la América Latina compararla con situaciones similares de otras personas o grupos sometidos a una situación de dependencia, con la consecuencia agravante de desprestigio social. Es el caso de las mujeres que viven en ambientes fuertemente machistas, como son por ejemplo algunas comunidades musulmanas. En ellas, muchas mujeres aceptan convencidas su inferioridad frente al hombre, los roles sociales subalternos que éstos les imponen, la negación sexual y el uso de vestimentas tradicionales. Su identidad en retirada les impide apreciar su situación deprimida mantenida durante siglos y las convierte a ellas mismas en celosas defensoras del paideuma impuesto por los varones. Recientemente en escuelas francesas, las propias alumnas argelinas y sus madres exigían que se les perniitiera usar el chador en clase, así como otras figuras culturales surgidas del dominio masculino y que resultan incongruentes símbolos de atraso en Occidente.
     Otras mujeres, por el contrario, se sublevan enérgicamente, se convierten en militantes feministas y enfrentan a la cultura dominante, llegando a utilizar argumentos exagerados. Lo hemos visto en brotes reivindicatorios de este tipo en Pakistán y en Palestina, protagonizados por intelectuales exiliadas o desde la clandestinidad. Ambas reacciones, de conformismo y de rebelión que vemos a diario, a veces en duro conflicto entre sí, son similares a las de las poblaciones morenas de la América Latina mientras rigió la abrumadora hegemonía de los occidentales. Se mantienen en nuestros días debido a las brechas culturales profundas entre los grupos sociales que han subsistido de los choques históricos.

La identidad negativa precolombina

     Los estudios sobre las consecuencias psicológicas del desprecio del colonizador y la reacción en retirada del colonizado se han concentrado en los fenómenos derivados de la gigantesca expansión de Occidente sobre el resto del mundo, desde fines del siglo XV, hasta los problemas subsistentes tras la descolonización.
     Ello no debe ocultar, sin embargo, que reacciones psicológicas similares se producían antes de este período o fuera de los parámetros propuestos como clásicos por las ciencias sociales modernas. Las situaciones a que nos referimos, a veces remotas y sobre las cuales la documentación fehaciente es escasa deben haber alcanzado una magnitud histórica considerable.
     Si tomamos, por ejemplo, el caso de México al llegar Cortés, ya hacía unos 200 años que los señoríos originarios sedentarios, adoradores de Quetzalcoatl, y su cohorte de deidades benévolas, venían siendo sometidos a la expoliación de los belicosos aztecas, tenochcas, o mexicas, de cercano origen nómade, que les superponían una legión de dioses jóvenes, guerreros y sanguinarios, exigentes en sacrificios, como Huitzilopochtli-Tlaloc (lluvia), Xintecuth (fuego) y otros muchos (Coe, Snow y Benson; Bennett, B-24). La superioridad militar de los aztecas les permitía incursionar sistemáticamente sobre toltecas, tlaxcaltecas, tepanecas, huexotznicas, chololtecas y otras parcialidades cercanas, arrancando tributos y capturando víctimas para las multitudinarias hecatombes en los teocalis de Tenotchitlan que consumían decenas de miles de víctimas anuales. Han quedado registros detallados de esta dominación pirática en la crónica de Bernal Díaz del Castillo (D-47); en los Códices de Ramírez; en las versiones Tezozomoc y en los textos de Bernardino de Sahagún (S-10), de Durán y de otros testigos contemporáneos; base, a su vez, de transcripciones posteriores.
     Es de suponer que esas exacciones crueles sostenidas por la violencia deben haber ocasionado en los vencidos y esquilmados ira reprimida y derivaciones negativas por un mecanismo similar al estudiado para el colonialismo europeo. Debemos pensar que el amedrentamiento de las víctimas que parecen haber aceptado resignadamente las agresiones, obedeciera a un reconocimiento tácito de su impotencia frente al poderío de los guerreros mexicas, pero ello tiene que haber ido acompañado de fuerte rabia reprimida y ansias de venganza. Toltecas y tlaxcaltecas demostraron ser fieros guerreros en su inicial rechazo a Cortés y, no obstante, vivían como víctimas periódicas de las exacciones de los mexicas. Fue muy evidente la identificación mesiánica que hicieron de Cortés con Quetzalcoatl, cuyo retorno según los mitos, blanco y barbado, se produciría desde el Oriente para redimir a su pueblo de tantas desdichas. El jefe español manejó con certera intuición esos sentimientos profundos. Cuando con la ayuda de millares de guerreros de los grupos dominados expulsó a Cuahutémoc de las ruinas de Tenotchitlan, Cortés manifestaría al arengarlos:

"Venid acá, el Mexícatl con flechas y con escudos se apoderó de vuestra tierra, de vuestra pertenencia, allí donde vosotros le servíais. Pero ahora de nuevo con flechas y con escudos quedan en libertad Tlaxcaltecas, Tépanecas, Huexotznicas y Cholultecas. Ya nadie allí tendrá que servir al Mexícatl. ¡Recobrad vuestra tierra!..."
(León Portilla, Chimalpain, p. 160)

     Ya Beals (B-18) había destacado la importancia de la insurrección de los dominados por los aztecas como colaboradora importante en la conquista de México por los españoles. Esto ha sido confirmado por los estudios de Martínez Rodríguez (M-32); Hassig (H-23); y Whitehead (W-9), aunque Lipchutz (L-31), le atribuye menor significación.
En el tiempo de la conquista era evidente el resentimiento contra los tiranos indígenas de entonces.  Cortés, en una de sus conocidas cartas a Carlos V, el 15 de octubre de 1524, destacará el miedo de los indios a volver a sufrir la opresión de sus anteriores dominadores:

"Ha acaecido e cada día acaesce, que para espantar algunos pueblos a que sirvan bien a los cristianos a quienes están depositados, se les dice que si no lo hacen bien, que les volverán a sus señores antiguos, y esto temen más que otra ninguna amenaza ni castigo que se les puede hacer."

     Y también Sarmiento de Gamboa en su Historia índica, dirá del incario:

"...La general tiranía de estos tiranos crueles ingas del Perú contra los naturales de la tierra, como de la historia fácilmente colegirá quien con atención la leyere y considerase el orden (...) en el hecho de sus ingazgos violentos, sin voluntad ni elección de los naturales, los cuales siempre tuvieron las armas en las manos para cada vez que se les ofrecía ocasión de alzarse contra los tiranos ingas que los tenían opresos, procurando su libertad; así cada uno de los ingas no sólo proseguía por la tiranía de su padre, más él también de nuevo empezaba la misma tiranía por fuerzas y muertes, robos y rapiñas, por lo que ninguno de ellos pudo pretender buena fe para dar principio a tiempo de prescripción, ni jamás poseyó ninguno de ellos la tierra en pacífica posesión, antes siempre hubo quien los contradijese y tomase las armas contra ellos y su tiranía; más aun (..) no se contentaron con ser malos tiranos para los dichos naturales, pero contra sus propios hijos, hermanos, parientes y sangre propia, y contra sus propias leyes y estatutos se preciaron de ser y fueron pésimos y pertinacísimos fosdífragos (pérfidos) tiranos, con un grado de inhumanidad inaudita. Corno por sus costumbres y leyes tiránicas fuese constituido que el mayor hijo legítimo sucediese el ingazgo, casi siempre lo quebrantaron, como parece por los ingas que aquí referiré... "

     Estaban frescas en el momento de llegar Pizarro al Cuzco las noticias de las matanzas hechas por Atahualpa entre los familiares y partidarios de Huáscar. Garcilaso de la Vega (G-25, p. 70) comenta que al morir Atahualpa a manos de Pizarro y habiéndosele acordado exequias de emperador, prefirió que sus restos fueran traslados a Quito, patria de su madre, aun con protocolo mucho más austero, porque:

"...de ser enterrado en Cuzco, temió no hiciesen en su cuerpo algunos vituperios e infamias por saberse aborrecido."

     En efecto, el Inca:

"... fue ejecutado con afrenta como fue darle garrote en plaza pública, con voz de pregonero que iba publicando las tiranías que había hecho y la muerte de Huáscar entonces creyeron muy deveras (los indios) que los españoles eran hijos de aquel su dios Viracocha, hijo del sol, y que los había enviado del cielo para que vengasen a Huáscar y a todos los suyos y castigasen a Atahualpa. Ayudó mucho a esto la artillería y arcabuces que los españoles llevaron, porque dijeron que como a verdaderos hijos les había dado el sol sus propias armas, que son el relámpago, trueno y rayo, que ellos llaman illapa..."

     La crueldad de los incas, que Sarmiento de Gamboa pretende genérica, es circunscripta por Garcilaso al conflicto dinástico de Atahualpa con Huáscar, pues en otros casos, los soberanos habían sido recordados por su buen trato, y así diría:

"...quedóles este reconocimiento de la antigua costumbre de sus reyes, que no estudiaban sino en como hacerles bien por lo cual merecían los renombres que les daban."
(Garcilaso, G-25, p. 75)

     También en los territorios que habían sido escenario de la ya en decadencia, pero espléndida civilización maya, los españoles contaron con la alianza de diez contra cinco de los quince señoríos subsistentes, probablemente, estos últimos, los dominadores. Los numerosos ejemplos de parcialidades y grupos de indios que actuaron espontáneamente como quinta columna a favor de los españoles para tomar revancha de sus tiranos responden a la misma motivación psicológica que aparece reiteradamente en la historia. Resultarían fundamentales para la victoria final de las temerarias pero insignificantes huestes europeas. Esto no excluye que, a poco andar, los blancos redentores contra aztecas, mayas, incas y otros opresores indios, los hayan reemplazado con nuevos procedimientos de tributos, despojos, trabajos forzados y castigos.
     Otro caso claro de determinación precolombina de una identidad negativa a raíz de un desprecio cultural sistemático es el del pequeño grupo de los uru, pobladores de los juncales que bordean el lago Titicaca. Desde mucho antes de la conquista española, los uru habían sido despreciados y maltratados por sus vecinos aymaras y quechuas que los tenían como verdaderos parias. Así los describiría Garcilaso de la Vega en los Comentarios Reales de los Incas. El desprecio era tan manifiesto que los había obligado a recluirse en sí mismos y a fortalecer su propio orgullo racial inventando explicaciones míticas para explicar su diferente origen y el desprecio en que vivían. Todavía hoy la situación se observa, aunque condicionada por factores nuevos.

La mutación invertida

     Nos hemos referido a la regla general en que la mutación o traslado cultural se cumple desde el moreno hacia el resplandor de la cultura europea. Ha quedado constancia de casos excepcionales en que la migración cultural fue hecha en el sentido inverso, en españoles y otros europeos que se adhirieron entusiastamente a la cultura aborigen.
     Aunque lo habitual fue que los prisioneros blancos aprovecharan toda oportunidad para huir y reunirse con su gente, también hay infinidad de ejemplos en la literatura, desde el marinero andaluz Gonzalo Guerrero, náufrago de las primeras expediciones en México, hasta las narraciones posteriores de cautivos varones y mujeres, o de prófugos y desertores, que se identificaron plenamente con la cultura india a la que habían llegado, casi siempre, contra su voluntad, y, en muchos casos, tras superar una primera época de esclavitud muy severa (Díaz del Castillo, D-47, p. 40; Lipschutz, L-31; Drimmer, D-62; Baigorria, B-3; Lehmann, L-15).
     En la mayoría de los casos, los blancos convertidos en indios ganarían prestigio como guerreros, hechiceros, jefes y consejeros, además de casarse a la usanza india y tener hijos. Lehmann deja constancia de que la inteligencia de los cautivos caucásicos les permitía predominar y destacarse entre los indios, lo que no pasa de una observación empírica, aunque propuesta por un observador sagaz.

Fracasos y éxitos en la inculturación

"...desde un punto de vista político las aspiraciones ahora dominantes han sido formuladas según las pautas del estado benefactor y democrático moderno de los países ricos de Occidente. En realidad sus raíces se remontan a la época de la Ilustración que inspiró las revoluciones norteamericana y francesa. Una de las ironías de la historia es que estas ideas y estos ideales fueran llevados a los países (subdesarrollados) principalmente por el colonialismo, que así, involuntaria e inconscientemente, destruyó sus propios fundamentos."
(Myrdal, Gunnar)
"La expansión de Occidente ha promovido la modernización y la occidentalización de las sociedades nooccidentales. Los líderes intelectuales y políticos de dichas sociedades (en lo que va del siglo XX) han respondido a la influencia occidental en una o varias de tres formas rechazando tanto la modernización como la occidentalización; aceptando la primera y rechazando la segunda."
(Huntington, H-47, p. 72)

     En poblaciones como las latinoamericanas, en las cuales se conjugó una infraestructura autóctona tradicional pasiva y una superestructura importada fuertemente dominante, es frecuente que las identidades negativas resultantes se conserven contumaces y rebeldes frente a los esfuerzos desplegados para acelerar su modernización.
     En verdad, pasados los tiempos iniciales de la imposición violenta de las pautas culturales que convenían a los colonizadores, se han sucedido infinitos intentos bienintencionados de los occidentales para acelerar la modernización de los dominados. La aceleración de la acumulación de capital social termina siendo conveniente para todos, por mejorar la productividad de la mano de obra y porque achica los bolsones de pobreza. Es conocido también el comercio de intereses, lobbies e influencias que pueden generarse alrededor de estas políticas (Clifton, C-52), así como la falta de realismo con que se proponen ciertas soluciones, pero la intención benévola es frecuente.
     Por último, la descolonización masiva difundida en el último medio siglo, ha colocado el poder político de las ex colonias en manos de gobernantes salidos de las mayorías autóctonas, con lo que han desaparecido las dominaciones foráneas. Sin embargo, se han multiplicado los fracasos en la incorporación de valores y actitudes más modernos en los grupos tradicionales. En numerosos ejemplos de descolonización se percibe una marcada tendencia a reenquistarse en la identidad arcaica precolonial. Entre los infinitos ejemplos nacionales, regionales y extranjeros que pueden traerse a colación, extraeremos algunos, por ser muy conocidos y por su significación considerable.
     La experiencia de las misiones jesuíticas del Alto Paraná, de mocovíes, de pampas, araucanos, huilliches y otras parcialidades en diversos puntos de América, ha sido motivo de ardorosos debates, pero quedan pocas dudas de que el paternalismo benévolo de la orden avanzó muy lentamente en la modernización de los catecúmenos y su admirable administración e instituciones se derrumbaron al desaparecer el liderazgo de los padres. Un ejemplo semejante puede citarse para las misiones franciscanas de California (Jackson y Castillo, J-1) y otras.
     El fracaso de los intentos de similar propósito llevados a cabo por sucesivos gobiernos y entidades civiles y religiosas en los Estados Unidos puede encontrarse en Sheehan (S-39) y en particular para los sioux, en Hagen (H-4, p. 471) y para tribus del Canadá, en Nolte (N-7). Para poblaciones descolonizadas de otros continentes, sobre los cuales existe abundante literatura, hay recopilaciones ilustrativas como las realizadas por Pepelakis et al. (P-16), por Mannoni (M-15), por Dirks (D-50), por diversos organismos internacionales y nacionales de asistencia, y otros. En demasiados casos el retroceso del poder colonial ha traído una recaída en actitudes de barbarie acentuada, como las guerras y matanzas tribales, las tiranías vernáculas, las asonadas anárquicas, y otras. En la mayoría de los casos revisados resalta la porfía por conservar los caracteres tradicionales y el rechazo a las formas de aculturación hacia personalidades individuales y colectivas más modernas. La consecuencia es que un porcentaje muy elevado de la población mundial sigue sumida en el subdesarrollo porque el abandono de sus culturas folk representa un salto excesivamente ambicioso que requiere tiempo.
     En la práctica, los procesos de modernización se siguen sucediendo en los pueblos criollos, con todos sus componentes teóricos de emancipación, expansión, renovación y democratización, prácticamente desde los primeros contactos interraciales con los ibéricos occidentales. Lo que preocupa es la lentitud y las formas contradictorias, asimétricas e ilógicas con que éstos son incorporados, con la consecuencia de perder terreno en la gran carrera del desarrollo frente a otros países rápidos. La incorporación de las ideas, valores y actitudes prestadas del Primer Mundo, dentro del molde de los clientelismos y arcaísmos de los sectores morenos, es casi siempre forzada.
     Esto puede llevar a conclusiones escépticas sobre las posibilidades de evolución futura de las poblaciones tradicionales, tanto cuando han estado expuestas a los duelos surgidos de sus contactos y choques con culturas más dinámicas, como cuando han vivido aisladas en su propio primitivismo.
     Para descartar todo pesimismo, ya se ha subrayado que la historia, tanto la antigua como la reciente, ofrece ejemplos de comunidades primitivas que se han mostrado capaces de superar el shock del desprecio de los valores preciados, que no se han dejado amilanar por la superioridad tecnocientífica o la simple fuerza bruta de las culturas dominadoras, y han logrado ascender al mismo nivel de los adelantados, y aún superarlos, en un tiempo histórico breve. Analizar, adecuar y seguir el ejemplo ofrecido por estos modelos aporta respuestas luminosas para los grupos empeñados en acelerar la evolución tecnotrópica de sus comunidades.
     Es un ejemplo ilustrativo el modelo maorí-japonés que permitió a dichos pueblos modernizarse rápidamente, bajo la tutela de sus propios líderes tradicionales, que supieron cambiar ellos mismos con tal rapidez que fueron capaces de encabezar el proceso. Otro ejemplo lo constituye la evolución de los Tigres -o dragones- del Lejano Oriente, que están logrando éxitos asombrosos sin abjurar de su tradición. Y puede señalarse el caso reiterado a lo largo de la historia de los judíos, que han sabido siempre recuperarse de persecuciones, exilios y pogroms (Johnson, J-11), o el de los armenios, probablemente hoy más afluentes que sus antepasados masacrados por los turcos; o los antioqueños, en Colombia, y los chinos de ultramar, descriptos por Hagen (H-4) como personalidades altamente realizadoras; así como numerosas comunidades trasladadas huyendo de las limitaciones del Viejo Mundo hacia América y protagonistas de una elevación social y económica notable, y así otros muchos ejemplos (S-55).

Notas al pie

(1) En los siglos XVI y XVII rigió la pena de horca en Inglaterra para los campesinos desalojados de las tierras y convertidos en pordioseros o bandoleros como un signo de la transición del feudalismo al capitalismo.

(2) Evsey Domar en su resumen sobre The Causes of Slavery or Serfdom: a Hipotesis (D?55), analiza las bases económicas y políticas de estas estructuras en varios países.

(3) s En los imperios coloniales ha sido proverbial la sumisión a los colonialistas referidos como amo, sahib, massah, bwana, master u otra, según los lugares, como resultado del dominio férreo impuesto por éstos.

(4) Papas era la denominación para los encumbrados en la estructuras aristrocrático-religiosas de los aztecas.

(5) La expresión pentimento se utiliza en estética para definir la reaparición de la imagen originaria de una obra debajo de una capa más reciente de pintura o escayola que la ocultaba.

(6) José Ortega y Gasset extendió este concepto a todos los argentinos durante una de sus recordadas visitas.

(7) La obra del profesor Shumway The lnvention of Argentina (S. 42) es reveladora al respecto. El importante estudio realizado sobre ideas y escritos argentinos no explora a fondo las razones etno-culturales que subyacen en el dualismo político marcado, que señala apropiadamente.

(8) '° Las instituciones de investigación y de enseñanaza del tercer mundo tienen vasta casuística de los fracasos y costos perdidos de la capacitación en el exterior para su personal, debido en buena parte a los factores citados. A la inversa, no es raro que las instituciones del primer mundo aprovechen dichas tendencia para proveerse de talento a bajo costo.