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La esclavitud rigió pareja en todo el mundo para los
pueblos y minorías débiles o derrotados. En el Nuevo Mundo, la puesta en
producción de áreas muy extensas con cultivos tropicales, la minería y otras
labores requirieron la mano de obra de millones de negros arrancados
despiadadamente de sus culturas tribales. Observadores extranjeros en el siglo
XVIII, recorrieron extensas áreas del África en las cuales la esclavitud era
habitual desde mucho antes de constituirse en un negocio internacional.
Ya se ha hecho notar que, para que los esclavos tuvieran aptitud laboral debían
proceder de culturas con cierto avance cultural, calculándose que, en América,
cada negro rendía aproximadamente el trabajo de cuatro indios, máxime para el
trabajo en clima tórrido. Los africanos de culturas recolectoras muy primitivas
como los hotentotes y bosquimanos eran tan inservibles para el trabajo como los
indios nómades y, por lo tanto, dejados de lado en la trata.
Los embarques se originaban en su mayoría de la entonces llamada
slave coast en
el golfo de Guinea, que incluía desde la Costa de Marfil, la Costa de Oro y
Benin, hasta Calabar, en la desembocadura del Níger. Aquí se adquirían y
embarcaban remesas de los bravos araros, además de tuedos, igbos, nagos,
tumbas, minas, kormatins y yorubas, estos dos últimos de religión orichá, a
quienes se valoraba especialmente por su temperamento relativamente dócil. Más
al sur, las capturas eran de parcialidades del grupo bantú, incluyendo a
carabalis y bibis de la costa, mandingas, congos, benguelas y luandos del
interior. Otros mercaderes recogían sus cargamentos en Mozambique y Madagascar,
en la costa oriental del África denominada genéricamente área oriental del
ganado. Por último, algunos esclavos procedían de las Costas de Berbería y
Senegal, senegaleses, poalar, bambaras y hasta sudaneses, muchos de religión
islámica y reputados como rebeldes. En un comienzo las capturas procedían de
poblaciones costeras, pero los grupos negros más belicosos como los yao, los
ashanti, y las etnias del Dahomey, además de diversas parcialidades árabes,
sabían desde tiempos remotos la forma de perseguir a las piezas que buscaban
refugio en el interior para llevarlas en colleras hasta la costa, donde las
vendían a los tratantes. Esta diversidad de origen hacía que muchos de los
esclavos fueran bozales incapaces de comunicarse hasta entre sí, lo cual
empeoraba el banzo o depresión, frecuentemente mortal, por agravar los
padecimientos infecciosos que diezmaban a los negros hasta conseguir adaptarse a
la servidumbre. Un flujo continuo de importación era necesario para compensar
la mortalidad elevada de los africanos (Studer, S-67; Walvin, W-3; Thomas, T-7b;
y otros).
Las observaciones de la época indican que en América la mayoría de los
trabajos pesados, buena parte de las tareas rurales, las artesanías y los
quehaceres domésticos eran realizados por negros. La merma, y hasta la completa
desaparición en algunos lugares (Antillas) de los indios obligaría a recurrir
al trabajo esclavo, el cual permitiría surgir los emporios cañeros,
cafetaleros, tabacaleros, algodoneros, arroceros y de otros cultivos tropicales
que enriquecieron a muchos en las metrópolis.
Al cohabitar con las demás razas la sangre africana se introdujo
predominantemente, pero no exclusivamente, en las capas sociales más bajas de
la población local (Herrera Vegas, H-33; Rosenblatt, R-37). Existió, además,
un número considerable de negros manumitidos, o exentos de servidumbre, por
haber comprado su libertad o huido de las colonias enemigas o devenidos
cimarrones por fugar de sus amos, el cual se mezclaba en los arrabales y
rancheríos con la población marginal y en las tolderías, tanto amigas o de
razón, como aucas(2). La población de castas y mancebos de la tierra
tendría, pues, notable presencia africana. Aunque se sigue mencionando para
algunas regiones su tasa de mortalidad elevada tendiente a blanquear
progresivamente las sucesivas generaciones. (Ribeiro, R-27; Walvin, W-3), vastos
sectores de las zonas tórridas de Centroamérica y el Caribe hoy tienen
población notoriamente afroamericana.
No todos los negros fueron tan primitivos como los mandingas y otros grupos del
interior del África de quienes se sabe que eran antropófagos. Sin embargo, en
general, los aportes africanos al capital social(3) de las culturas criollas
fueron cuantitativa y cualitativamente pobres, ya que casi todos ellos
practicaban cultos animista-fetichistas muy supersticiosos y tenían
instituciones y manejos tecnológicos atrasados.
La contribución de africanos, hombres y mujeres, sería fundamentalmente la de
su abnegado sudor, lo que resultaría básico para la construcción económica
de la mayor parte de América. Más recientemente, por vía de la educación en
las culturas criollas, ya numerosos descendientes de africanos y sus cruzas
cumplen tareas de mayor compromiso y forman parte de las clases medias de sus
respectivas comunidades. Uno de los aspectos en el que se percibe claramente la
dominante impronta africana es en la música y las danzas populares en las que
subsiste la percusión rítmica del negro, su sensualidad, apenas morigerada por
la vigilante mirada de la policía de los amos, y hasta en los nombres en los
que ha quedado impreso el origen: samba, conga, batuque, tango, milonga, rumba,
candombe, maxixa, y así otros, como el jazz y el negro spiritual de los Estados
Unidos Es relativamente reciente la recuperación por la cultura oficial de rasgos
africanos que se habían conservado persistentemente incorporados al folcklore.
Frecuentemente su pintoresquismo permite usarlos con éxito en la promoción del
turismo. Tal se constata en el Brasil, y en diversos lugares del Caribe,
vinculados con la creciente recuperación de identidades de minorías y grupos
que se habían conservado largo tiempo sumergidos.
En el Río de la Plata y en otros lugares, la presencia africana se fue
debilitando rápidamente, por absorción dentro de las etnias caucásicas o
aborígenes de mayor peso demográfico, o como consecuencia de la
predisposición de los negros a enfermedades infecciosas que eran agravadas por
los climas templado-fríos y por las malas condiciones de alimentación y
alojamiento con que se los mantenía. En la Argentina y en Chile, a pesar de ser
mantenida la población negra progresivamente libre desde inicios de la
Independencia, en condiciones de vida y trabajo mejores que en otros lugares,
prácticamente no quedan exponentes de las culturas africanas desde alrededor de
1930.
En las regiones como México, Guatemala y los países andinos, en los cuales no
faltó tan marcadamente la mano de obra de indios, se observaría una menor
introducción de africanos, registrándose, además, su frecuente promoción
laboral como personeros de confianza, capataces, mayorales, calpixtles,
encargados de maquinaria o producciones diversas, con mando frecuentemente
tiránico y temido por los indios que quedaban bajo sus órdenes.
Se ha señalado que la sola posibilidad de la servidumbre y la esclavitud de
masas humanas considerables en el Nuevo Mundo resultaría un poderoso factor
frenador para el desarrollo institucional. Quedarían establecidas relaciones
amo-siervo rígidas, formas de trabajo basadas en la baratura de la mano de obra
y mecanismos comerciales sencillos y tradicionales, excluyentes todos de la
experimentación de modelos institucionales modernizantes y en continuo
perfeccionamiento como ocurría en los países de Europa donde bullía la
Revolución Industrial con sus compañías de capital, sus bancos y financieras,
sus herramientas documentarias (cheques, cartas de porte, guías, pagarés,
notas de crédito, seguros, acciones, bonos, etcétera). Sin embargo, ese
condicionamiento no sería absoluto, ya que comunidades esclavistas como las de
los estados sureños de los Estados Unidos, se elevaron rápidamente en su
tecnotropismo.
Notas al pie
(1) Sólo para el Río de la Plata se estima un arribo,
durante el período colonial, de unos 60.000 esclavos africanos en embarques
lícitos, a los que deben sumarse aproximadamente otros tantos introducidos de
contrabando, para terminar constituyendo más del veinte por ciento de la
población total.
(2) La expresión auca tomada del quechua por las expediciones de Almagro y de
Valdivia, equivalía a rebelde, enemigo, traicionero. Sería aplicada a los
grupos de indios más belicosos de la frontera sur y fundamentalmente a los
huilliches (Casamiquela, C-36 y 37).
(3) El concepto capital social, de origen económico, se refiere al balance entre
los procesos de acumulación y amortización de índole social. Incluye los
componentes sutiles de personalidad individual, grupal e institucional
caracterizables como modernos, civilizados, tecnotrópicos o denominaciones
equivalentes, frente a su amortización o destrucción por diversos mecanismos
sociales.
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