MESTIZAJE, BARBARIE Y CIVILIZACIÓN
El mestizaje en América Latina
Raza y cultura
Paideuma e identidad
El genio de las culturas
Tecnofobia y tecnotropismo
Bárbaros y civilizados
Personalidad realizadora y capital social
La escala mundial del tecnotropismo
El balance de coloniaje y mestización

"Taiato las diferencias socioeconómicas intergrupales dentro de un país como las diferencias mayores entre naciones o entre civilizaciones, reflejan las grandes diferencias culturales que han absorbido en el pasado. La historia de las diferencias culturales entre pueblos nos permiten comprender, no sólo las diferencias entre pueblos en particular, pero también cómo las estructuras culturales afectan el adelanto económico y social de la raza humana."
(Sowell, S-55, p. 1)


     En nuestros días, cuando en todo el mundo la concepción de los crisoles de razas (melting pots) cede paso a los mosaicos de culturas, a la identidad en lo diferente y al iguales pero separados y cuando, además, se hace evidente la reindigenización y el regreso a lo iberoamericano de los bolsones de culturas europeas en América; el debate vuelve a adquirir importancia, aunque todavía existan más posiciones apriorísticas o ideológicas que datos objetivos para fundar conclusiones racionales. Sin embargo, se ha ido creando gradualmente un cuerpo de doctrina de creciente solidez que ubica la aptitud de cada pueblo para avanzar en la carrera de la civilización en sus caracteres culturales individuales y colectivos, manifestados en relación con el funcionamiento de instituciones eficaces (Mc Neil, M-50; North, N-8 y N-9).
      Una parte considerable de la formulación de los estereotipos del aborigen y del mestizo dominados, así como el del ibérico colonizador dominante, surgieron de la necesidad política de sistematizar los códigos psicológicos que intentaban explicar y justificar las fuertes asimetrías sociales presentes en el modelo colonial. Procesos semejantes han sido protagonizados por todas las naciones imperiales en sus colonias, frente a una generalizada pasividad o impotencia de las infraestructuras colonizadas para reclamar con éxito una ubicación mejor. Los procesos de descolonización iniciados en la América Española, en 1810, y generalizados en Asia y África hacia mediados del siglo XX traerían consigo esfuerzos reivindicatorios de las culturas aborígenes y africanas, en forma de movimientos indigenistas, afroamericanistas y négritudes, pero en su mayoría los núcleos tradicionales, casi siempre demográficamente los más numerosos, a pesar del repliegue de la dominación extranjera, siguen constituyendo las bases humildes de las sociedades y predominan en las estadísticas de población carcelaria.
      En la mayoría de las comunidades híbridas o en las que evidencian presiones de culturas ajenas, se evidencia una confusión perniciosa entre los conceptos de raza y cultura. Aún los estudiosos distinguidos han llevado el debate hasta un forcejeo semántico, del cual sale favorecida la expresión etnia, a la cual se asigna la propiedad de reflejar más acabadamente el fenotipo actual de los grupos humanos (Soustelle, S-53, p. 240). Nosotros nos atendremos a la definición tradicional de raza como el aire de familia somático y mental hereditariamente fijo(1), en tanto que la segunda, o cultura, comprende los caracteres incorporados desde el medio, potencialmente modificables y educables. Ambas vertientes, la racial, etnia o genoma y la cultural, eran difícilmente diferenciables una de otra en las poblaciones mientras se mantenían secularmente aisladas. Tal era el caso de los europeos, de los aborígenes de América y de los africanos (todos con sus diversos subgrupos) en el siglo XV, al iniciarse la era de las exploraciones y conquistas que los pusieron en contacto, cuando aún ninguno sabía prácticamente nada de la vida de los otros. En esas circunstancias, cada estereotipo cultural calcaba el estereotipo racial que le había servido de portador somático desde siempre.
     La situación se ha transformado considerablemente tras cinco siglos de contactos e inculturaciones recíprocas. Es evidente que se ha producido un flujo sostenido de incorporaciones culturales que alejan totalmente a gran cantidad de individuos de su carácter somático originario. Hay hoy infinitos ejemplos de seres racialmente indios, negros y mestizos, pero culturalmente más blancos que muchos blancos y lo mismo en sentido inverso. Sin embargo, los fundamentalistas raciales insisten con frecuencia en presentar a los caracteres somáticos y los culturales unidos indisolublemente, lo que no se ajusta a la realidad y facilita el mantenimiento de rencores ya anacrónicos.
     La diferenciación clara conceptual entre raza y cultura tiene gran trascendencia ya que nos acerca a la básica discusión sobre las causas profundas del desarrollo y el primitivismo de los grupos humanos, transmitidos luego a sus descendientes puros o híbridos. Existen teóricamente dos posibilidades:

  1. que las deficiencias tecnotrópicas sean debidas a fallas o limitaciones biológicas impresas en el mapa cromosómico de la raza y por lo tanto, inamovibles (salvo por mutación) y trasmisibles por herencia. Esta explicación ha sido sostenida por diversos autores para varias razas o grupos humanos, basada en mediciones de cociente intelectual. De las más recientes y amplias, alrededor de las cuales se ha generado un intenso debate, son las de Herrstein y Murray (M-84) y, en un sentido más amplio, los aportes novedosos de Sowell (S-55). Recientemente la reaparición sistematizada del concepto de la inteligencia emocional agrega una nueva dimensión al análisis (Goleman, G-37 y G-37b).

  2. que la deficiencia o limitación sea puramente cultural, derivada de la evolución histórica del grupo y de las posibilidades que lo han rodeado como individuos y en conjunto, desde el pasado más remoto hasta el presente, transmitidas de generación en generación en la determinación psicológica de su personalidad.

     Para el análisis hasta sus consecuencias más profundas, hemos sostenido en trabajos anteriores (Ras, R-7) que mientras los apasionamientos racistas y antirracistas hagan difícil obtener mediciones fidedignas de los numerosos parámetros que deben integrar un cociente intelectual realmente significativo para el tecnotropismo, existe un acuerdo tácito amplio para asignar toda la responsabilidad del atraso a factores del segundo tipo, o sea de caracter cultural, no hereditarios, o sea modificables por un esfuerzo educativo suficientemente coherente y prolongado.
     Aún considerado íntegramente con este carácter educable, a inicios del siglo XXI el atraso de las culturas folk frente a las modernas sigue siendo un hecho obvio e indiscutible, admitiendo que la educación puede introducir con mayor o menor rapidez caracteres redentores, hasta equipararlas en un futuro más o menos próximo a los paideumas adelantados.
     Más allá de la aceptación de la necesidad de incorporar en la cultura capital social en forma de instituciones, personalidades realizadoras, conocimientos, y actitudes tecnotrópicas, aspectos que pocos osarían cuestionar, sobresale como factor esencial la velocidad con que cada comunidad sea capaz de incorporar estos cambios procivilización. Dentro de la carrera de todos los grupos humanos hacia estructuras sociales más evolucionadas, que permiten un mejor desempeño en las relaciones productivas y espirituales, lo que interesa es avanzar más rápido que los demás y ello se mide por la eficacia tecnotrópica de las instituciones y el comportamiento realizador de sus gentes, capaces de encarar con éxito proyectos de toda índole para triunfar sostenidamente sobre los de otros grupos humanos competidores.
     Este carácter esencialmente dinámico y competitivo de las culturas en su avance desde el premodernismo al modernismo es uno de los elementos fundamentales de la vida presente.

Notas al pie

(1) La aparición de trabajos recientes subrayando la comunidad de rasgos genéticos entre las razas, sumadas a la diversidad dentro de la misma, no alcanza a invalidar el concepto general de aire de familia hereditario que hace inconfundibles a los grupos étnicos.