En nuestros días, cuando en todo el mundo la
concepción de los crisoles de razas (melting pots) cede paso a los mosaicos de
culturas, a la identidad en lo diferente y al iguales pero separados
y cuando,
además, se hace evidente la reindigenización y el regreso a lo iberoamericano
de los bolsones de culturas europeas en América; el debate vuelve a adquirir
importancia, aunque todavía existan más posiciones apriorísticas o
ideológicas que datos objetivos para fundar conclusiones racionales. Sin
embargo, se ha ido creando gradualmente un cuerpo de doctrina de creciente
solidez que ubica la aptitud de cada pueblo para avanzar en la carrera de la
civilización en sus caracteres culturales individuales y colectivos,
manifestados en relación con el funcionamiento de instituciones eficaces (Mc
Neil, M-50; North, N-8 y N-9).
Una parte considerable de la formulación de los
estereotipos del aborigen y del mestizo dominados, así como el del ibérico
colonizador dominante, surgieron de la necesidad política de sistematizar los
códigos psicológicos que intentaban explicar y justificar las fuertes
asimetrías sociales presentes en el modelo colonial. Procesos semejantes han
sido protagonizados por todas las naciones imperiales en sus colonias, frente a
una generalizada pasividad o impotencia de las infraestructuras colonizadas para
reclamar con éxito una ubicación mejor. Los procesos de descolonización
iniciados en la América Española, en 1810, y generalizados en Asia y África
hacia mediados del siglo XX traerían consigo esfuerzos reivindicatorios de las
culturas aborígenes y africanas, en forma de movimientos indigenistas,
afroamericanistas y négritudes, pero en su mayoría los núcleos tradicionales,
casi siempre demográficamente los más numerosos, a pesar del repliegue de la
dominación extranjera, siguen constituyendo las bases humildes de las
sociedades y predominan en las estadísticas de población carcelaria.
En la mayoría de las comunidades híbridas o en
las que evidencian presiones de culturas ajenas, se evidencia una confusión
perniciosa entre los conceptos de raza y cultura. Aún los estudiosos
distinguidos han llevado el debate hasta un forcejeo semántico, del cual sale
favorecida la expresión etnia, a la cual se asigna la propiedad de reflejar
más acabadamente el fenotipo actual de los grupos humanos (Soustelle, S-53, p.
240). Nosotros nos atendremos a la definición tradicional de raza como el aire
de familia somático y mental hereditariamente fijo(1), en
tanto que la segunda, o cultura, comprende los caracteres incorporados desde el
medio, potencialmente modificables y educables. Ambas vertientes, la racial,
etnia o genoma y la cultural, eran difícilmente diferenciables una de otra en
las poblaciones mientras se mantenían secularmente aisladas. Tal era el caso de
los europeos, de los aborígenes de América y de los africanos (todos con sus
diversos subgrupos) en el siglo XV, al iniciarse la era de las exploraciones y
conquistas que los pusieron en contacto, cuando aún ninguno sabía
prácticamente nada de la vida de los otros. En esas circunstancias, cada
estereotipo cultural calcaba el estereotipo racial que le había servido de
portador somático desde siempre.
La situación se ha transformado considerablemente tras
cinco siglos de contactos e inculturaciones recíprocas. Es evidente que se ha
producido un flujo sostenido de incorporaciones culturales que alejan totalmente
a gran cantidad de individuos de su carácter somático originario. Hay hoy
infinitos ejemplos de seres racialmente indios, negros y mestizos, pero
culturalmente más blancos que muchos blancos y lo mismo en sentido inverso. Sin
embargo, los fundamentalistas raciales insisten con frecuencia en presentar a
los caracteres somáticos y los culturales unidos indisolublemente, lo que no se
ajusta a la realidad y facilita el mantenimiento de rencores ya anacrónicos.
La diferenciación clara conceptual entre raza y
cultura tiene gran trascendencia ya que nos acerca a la básica discusión sobre
las causas profundas del desarrollo y el primitivismo de los grupos humanos,
transmitidos luego a sus descendientes puros o híbridos. Existen teóricamente
dos posibilidades:
-
que las deficiencias tecnotrópicas sean debidas a fallas o limitaciones
biológicas impresas en el mapa cromosómico de la raza y por lo tanto,
inamovibles (salvo por mutación) y trasmisibles por herencia. Esta
explicación ha sido sostenida por diversos autores para varias razas o
grupos humanos, basada en mediciones de cociente intelectual. De las más
recientes y amplias, alrededor de las cuales se ha generado un intenso
debate, son las de Herrstein y Murray (M-84) y, en un sentido más amplio,
los aportes novedosos de Sowell (S-55). Recientemente la reaparición
sistematizada del concepto de la inteligencia emocional agrega una nueva
dimensión al análisis (Goleman, G-37 y G-37b).
-
que la deficiencia o limitación sea puramente cultural, derivada de la
evolución histórica del grupo y de las posibilidades que lo han rodeado
como individuos y en conjunto, desde el pasado más remoto hasta el
presente, transmitidas de generación en generación en la determinación
psicológica de su personalidad.
Para el análisis hasta sus consecuencias más
profundas, hemos sostenido en trabajos anteriores (Ras, R-7) que mientras los
apasionamientos racistas y antirracistas hagan difícil obtener mediciones
fidedignas de los numerosos parámetros que deben integrar un cociente
intelectual realmente significativo para el tecnotropismo, existe un acuerdo
tácito amplio para asignar toda la responsabilidad del atraso a factores del
segundo tipo, o sea de caracter cultural, no hereditarios, o sea modificables
por un esfuerzo educativo suficientemente coherente y prolongado.
Aún considerado íntegramente con este carácter
educable, a inicios del siglo XXI el atraso de las culturas folk frente a las
modernas sigue siendo un hecho obvio e indiscutible, admitiendo que la
educación puede introducir con mayor o menor rapidez caracteres redentores,
hasta equipararlas en un futuro más o menos próximo a los paideumas
adelantados.
Más allá de la aceptación de la necesidad de
incorporar en la cultura capital social en forma de instituciones,
personalidades realizadoras, conocimientos, y actitudes tecnotrópicas, aspectos
que pocos osarían cuestionar, sobresale como factor esencial la velocidad con
que cada comunidad sea capaz de incorporar estos cambios procivilización.
Dentro de la carrera de todos los grupos humanos hacia estructuras sociales más
evolucionadas, que permiten un mejor desempeño en las relaciones productivas y
espirituales, lo que interesa es avanzar más rápido que los demás y ello se
mide por la eficacia tecnotrópica de las instituciones y el comportamiento
realizador de sus gentes, capaces de encarar con éxito proyectos de toda
índole para triunfar sostenidamente sobre los de otros grupos humanos
competidores.
Este carácter esencialmente dinámico y competitivo de
las culturas en su avance desde el premodernismo al modernismo es uno de los
elementos fundamentales de la vida presente.
Notas al pie
(1) La aparición de trabajos
recientes subrayando la comunidad de rasgos genéticos entre las razas, sumadas
a la diversidad dentro de la misma, no alcanza a invalidar el concepto general
de aire de familia hereditario que hace inconfundibles a los grupos étnicos.
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