Estamos interpretando los fenómenos de la integración
étnica y cultural que tan marcados efectos han tenido desde la conquista de
América, como sólo uno más de los muchos procesos similares reiterados en el
mundo y en todas las épocas. Cada una de las pequeñas y grandes invasiones que
se han sucedido en la historia, la marcha de cada uno de los imperios, desde
tiempos inmemoriales, fueron acompañados por conflictos de culturas y cotejo de
instituciones cuyas derivaciones son perceptibles encubiertas en la casi
totalidad de las poblaciones presentes. Estos procesos sufrieron una notable
intensificación durante los siglos de la expansión imperial de Occidente.
Con el fin de ubicar mejor el problema a escala
histórica citaremos un solo ejemplo revelador, entre los infinitos disponibles.
A principios del siglo XIX, cuando Francia venía emergiendo de su Révolution,
la vista perspicaz del Conde de Saint Simon, uno de los pioneros de la
sociología científica, atribuiría todavía los difíciles problemas que
enfrentaba Francia para ingresar de lleno en la Revolución Industrial, a la
incompleta integración de los troncos inciales de galos y francos. Los galos
célticos originarios habían combatido contra César comandados por
Vercingétorix, antes de Cristo, pero la invasión de la nobleza militar
carolingia descendiente de Carlomagno, en el siglo VII de nuestra era, los
había relegado a los márgenes celtas del territorio como campesinado pobre(1).
Transcurridos desde entonces más de mil años de la
rica historia de Francia, los conflictos entre dos raíces genéticas y
culturales que pocos franceses contemporáneos eran capaces de percibir,
seguían condicionando los procesos sociales.
Actualmente se multiplican los estudios efectuados sobre poblaciones con
culturas diversas en el mundo entero para desentrañar los mecanismos
psicológicos profundos movilizados en la historia. Termina por reconocerse en
todos ellos motivaciones y mecanismos similares (Hagen, H-4; Me Clelland, M-45;
Hoselitz, H-39; Elías, E-4; Sowell, S-55; Goleman, G-37; North, N-8 y N-9;
etc.).
Dentro de estos fenómenos generales de
transculturación habrá matices importantes según sean las características de
los paideumas participantes en la relación. Puede ocurrir que dos mentalidades
puestas en contacto tengan rasgos distintivos, pero que su nivel general de
evolución en la civilización y su desarrollo institucional sean equiparables.
En ese caso, los intercambios pueden efectuarse inter pares, lo que los hace
más aceptables. Los sistemas internos de dominación, imprescindibles en toda
sociedad organizada, se establecen alrededor de normas racionales, que evitan
todo abuso del poder por alguno de los grupos y permiten la progresiva
preponderancia de la razón científica y tecnológica, en buena armonía con el
pensamiento emocional, en el equilibrio que caracteriza a las comunidades tecnotrópicas, progresistas. Ambos grupos pueden llegar a sublimar sus
otredades conflictivas (costumbres, lenguaje, religión, etc.) y se enriquecen.
Es el caso de alemanes, franceses e italianos en Suiza, o de flamencos y valones
en Bélgica. En otros casos, los conflictos pueden arrastrar por siglos, como
entre bosnios, serbios y croatas, o entre turcos y kurdos, o entre hutus y
tutsis, o entre musulmanes shiítas y sunnitas, y así en infinitos ejemplos, en
los cuales las dominaciones entre los grupos se mantienen en forma menos
racional por un equilibrio de poder apoyado en violencia explícita o por otros
predominios descarnados de uno de ellos. Precisamente las tendencias a la
multiplicidad cultural que prevalecen en el post-modernismo reciente tienden a
marcar más fuertemente las identidades diversas y a hacer más profundas las
líneas de frontera o de ruptura entre culturas, incrementando el número de
conflictos y escisiones por el fenómeno que Huntington bautizó como choque de
civilizaciones (H-47 y 48).
La definición del nivel relativo de unas culturas e
instituciones y el inevitable cotejo con otras, es tema dificil.
Fundamentalmente las culturas son diferentes entre sí, lo que crea
superioridades e inferioridades en aspectos parciales. En algunos casos los
desniveles generales son notorios facilitando su ordenamiento relativo, pero en
otros, se hace difícil sacar conclusiones.
Hay mucho escrito sobre las experiencias históricas de
pueblos con rasgos culturales altos para su momento, que fueron sojuzgados y
debieron civilizar a dominadores más bárbaros que se les habían impuesto
gracias a una superioridad político-militar circunstancial. Tal sucedió por
ejemplo en las culturas mesopotámicas antiguas obligadas a absorber a invasores
hititas, escitas, medos y persas de costumbres mucho más toscas (Racionero, R-1).
La formidable expansión de Occidente hasta dominar
todo el mundo recién descubierto se fundó en el manejo de herramientas
tecnológicas superiores de todo tipo por los europeos, que los colocaron en
situación de dominar a los demás pueblos, obligándolos a defenderse en
retirada. En algunos casos, se llegaría hasta la virtual asfixia de los
valores, creencias y estilos de pensamiento y el reemplazo de las instituciones
de los sometidos o éstos intentarían sobrevivir en identidades híbridas, que
mostrarán duros signos de la arrogancia de los miembros de la cultura
dominadora y las reacciones espasmódicas de los dominados pugnando por romper
su dependencia. Este es el caso de todas las culturas coloniales del mundo,
hijas de la oleada occidental, incluyendo a las criollas, mestizas morenas, de
europeo con aborigen y/o africano, que pueblan la América Latina. Hemos de
describir los mecanismos políticos, psicológicos y sociales por los cuales las
poblaciones criollas adoptaron el modelo social estamental recibido de sus
raíces, tanto las peninsulares como las tradicionales morenas, con profundas
diferencias de posición y privilegio entre diversas capas sociales, pero
además, lo reforzaron con una estratificación en castas de amos y siervos, que
dieron a las comunidades criollas características de estamentalidad aún más
marcadas.
Notas al pie
(1) Los mismos resabios culturales en la
gestación múltiple de los fenómenos históricos pueden descubrirse en
Francia, según algunos autores, en la represión del cisma de los albigenses
por Simon de Montfort, agente de los Capetos, en el siglo XI (Racionero, R-1),
renace durante la Revolución Francesa con la difusión de la teoría que la
identificaba con la expulsión de los amos teutónicos, en una postergada
revancha de los gálicos. Esto sería refutado a su vez, desde el exilio, por el
conde Gobineau con la postulación de su teoría de la raza aria dominante
(Popper, P-36). Coetáneamente, por paradoja, los revolucionarios ahogarían en
sangre las sublevaciones de los chouans, un reducto puro de origen celta.
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