El concepto de transición de etapas bárbaras a etapas
civilizadas en la idiosincrasia cultural de los pueblos, como un proceso
continuo en el que se debe seguir avanzando por procesos de transformación
psicosocial, responsabilidad indelegable de ellos mismos, se ha afianzado en la
sociología moderna en forma mucho más coherente y racional que las premisas
que hoy parecen ingenuas de la sociología decimonónica, que tenían por
ineludible un avance por etapas hacia una escatología paradisíaca. Ésta
podía ser la sociedad sin clases del marxismo; o la sin gobierno de los
ácratas; la aproximación al punto Omega de Teilhard de Chardin u otras
alternativas con mucho de ilusorio o de voluntarismo ideológico.
Los conceptos de barbarie y de bárbaro han existido de
antiguo, referidos a la onomatopeya de las lenguas germánicas, celtas, eslavas,
persas, árabes y mongólicas de las fronteras del helenismo grecorromano. Esta
idea permitió, ya varios siglos antes de Cristo, definir como bárbaros a
pueblos sin ciudades, sin cultivos, sin moneda, ni comercio, con estructura
tribal y con sentido comunal de la propiedad.
Por el contrario, civilización, vinculada
etimológicamente a ciudad (civitas), se extendió desde Francia recién a
partir de 1770.
"El concepto de civilización ingresó en el discurso culto de
Occidente como el nombre de una cruzada proselitista consciente librada por
hombres del saber y destinada a extirpar los vestigios de las culturas
silvestres, los modos de vida y patrones de cohabitación locales y confinados
en la tradición.'
(Bauman, B-16, p. 135)
Los procesos civilizatorios vienen siendo
estudiados recientemente desde el adoucissement de moeurs y de los hábitos de
convivencia, hasta el cambio de valores, escrúpulos y pudores, el creciente
monopolio de la violencia legítima por el Estado moderno y la vigencia de
garantías jurídicas que intentan desterrar la situación anterior de
permanente beligerancia (Elías, E-4). Los estudios de la antropología y
paleontología modernas, desde Morgan a fines del siglo XIX, han escalonado las
grandes etapas de civilización de los pueblos, desde el salvajismo inicial de
la horda troglodita, llamado por algunos el período bestial o preético, en el
que predomina la concepción mágica del universo: Este concepto es similar al
estado de naturaleza, más utilizado. en ciencias políticas, o el de sociedad
cerrada de Bergson, transitando luego por la barbarie, hacia la civilización,
en sucesivas etapas de control de la emocionalidad por la racionalidad. En la
sociología reciente muchos autores tienden a identificar la barbarie con lo
premoderno y la civilización con la modernidad.
Barbarie y civilización aparecen como personajes
eternos de la historia latinoamericana, aunque raramente han sido interpretados
como fenómenos de un proceso civilizatorio común a todos los pueblos del
mundo. La barbarie en Occidente estaba demasiado atrás en la historia como para
compararla con la que encontraban los europeos en sus expediciones. Entre
nosotros, más bien se las ha examinado como rasgos propios de las fuerzas
humanas funcionando específicamente en el área y el momento. Esto ha hecho que
los estudiosos que las han tratado llegaran a conclusiones muy diversas según
sus lentes ideológicos y los vínculos que mantenían con los intereses en
juego. No hay duda, sin embargo, que la persistente dicotomía cultural vigente
en los pueblos latinoamericanos se encarna en esas dos expresiones, que han
venido evolucionando a lo largo del tiempo sin perder los rasgos que las
condenan a enfrentarse duramente. Tal vez este conflicto ha sido descripto y
teorizado con mayor claridad en el Río de la Plata gracias a la renombrada
interpretación de Domingo F. Sarmiento, pero puede sin duda extrapolarse a
muchos problemas de otras poblaciones latinoamericanas. De hecho, se acepta
genéricamente en éstas la barbarie como el estado cultural del indio y del
africano silvestres trasmitido a su descendencia étnicamente pura o mestiza
(Colombres, C-56). Encontramos todavía a criollos que celebran a la
civilización como supremo objetivo y camino, en tanto que otros ostentarán
orgullosos su adhesión a la barbarie.
Tras el análisis psicosocial efectuado arrancando
desde los orígenes de las culturas híbridas criollas y su evolución
histórica, fluye fácilmente la concepción de una pugna permanente entre dos
niveles de civilización encarnados desde los primeros contactos del arcaísmo
cultural de la infraestructura autóctona, dotada de escasa acumulación de
capital social, frente al relativo adelanto de los embajadores de Occidente,
como superestructura importada de adelanto superior.
En la población híbrida resultante, dividida en
estamentos generación tras generación, encontraremos coexistiendo individuos y
grupos en los que siguen predominando algunos rasgos tradicionales bárbaros,
con predominio de pulsiones emocionales, y otros individuos y grupos que
sentirán y favorecerán los rasgos que podemos definir, en general, como
modernos o civilizados, con una propuesta predominantemente racionalista. Entre
ambos extremos habrá toda una gama de tipos intermedios. La pugna entre ambos
grupos por imponerse protagoniza la historia y la política de los países
criollos y es hoy parte fundamental de las identidades nacionales. El nivel
tecnotrópico alcanzado representa el armamento con que ellos pueden competir en
un mundo globalizado y de tecnología crecientemente compleja y dinámica, como
es el de la transición del siglo XX al XXI. La desbarbarización sigue
procesándose en el presente, con diferentes ritmos, en todas las poblaciones
criollas, de modo comparable a lo que acontece en todos los pueblos del mundo.
Los triunfos y derrotas de los campeones de la civilización o de la barbarie en
las mil batallas de esta larga guerra determinan aceleraciones o frenamientos de
todo el proceso, con aumentos o reducciones de los componentes del capital
social efectivo en la comunidad. En último análisis son una expresión de la
pugna permanente que se libra en la mente de todos los hombres entre los
componentes de la inteligencia emocional vecina al instinto y a los reflejos
disparados por la experiencia filogenética milenaria actuando frecuentemente
desajustada del estímulo presente (vulgarmente definida como el corazón)
contra la inteligencia racional, que se esfuerza por controlar, disciplinar y
orientar a la anterior, bajo el dictamen del cerebro, eligiendo los caminos por
la reflexión presente y no el impulso arcaico. A una relativa debilidad de la
supervisión cerebral objetiva obedece el triunfo de las pulsiones salvajes,
bárbaras o premodernas en la conducta cotidiana, las explosiones arbitrarias de
violencia y la baja racionalidad general de las comunidades folk, que van
quedando históricamente rezagadas frente a los pueblos civilizados. En estos
últimos las mismas bases emocionales están presentes, pero se ven compensadas
y condicionadas por impulsos racionales más poderosos, en los procesos que se
conocen como disciplinamiento, individual y colectivo de largo plazo.
El tema es complejo y de solución ardua, porque
existen numerosas referencias a la elevada aptitud del hombre primitivo para
resolver los problemas de la supervivencia en el ambiente virgen en que vive
(Diamond, D-43, p. 19); en todo caso, mejor que el hombre civilizado. Es sabido
que el occidental no puede prescindir del guía indígena para penetrar en las
selvas, praderas y desiertos por vez primera. La diferencia se aprecia ni bien
el hombre moderno puede echar las bases de sus instituciones, operadas
racionalmente, cosa totalmente inaccesible para el nativo de nivel folk.
Basándose en sus instituciones eficaces, a veces apenas esbozadas,
frecuentemente crueles, el hombre moderno consigue dominar los ambientes más
cerriles, pronto prescinde del hombre primitivo y generalmente lo domina,
cualquiera sea su coeficiente intelectual primario teórico-práctico, pero sin
el apoyo de instituciones adecuadas.
En Latinoamérica es continua la indignación y la
protesta de las minorías modernizantes contra la persistencia de rasgos de
barbarie en sus comunidades. Periodistas comprometidos, los líderes de miras
elevadas y no pocos pensadores condenan los resabios arcaicos y abogan por la
adopción de hábitos, valores y actitudes civilizadas, calcados algunos de
comunidades extranjeras más modernas o productos de elaboración racional
propia, aunque deban buscar siempre cohabitar con las raíces tradicionales. Los
oficialismos y las oposiciones que quieren mantenerse dentro del sistema deben
contemporizar realistamente sus intenciones civilizatorias con los valores,
actitudes y comportamientos individuales y colectivos del soberano, que intuyen
encuadrados tenazmente en diferentes formas y grados de barbarie, o si se quiere
manifestarse optimista, en sucesivas etapas de desbarbarización, que todavía
distan de ser catalogables como algo próximo a la civilización. Son necesarios
líderes preclaros e idearios altamente positivos para acelerar el proceso que
es, por naturaleza, moroso. De ahí la importancia de insistir sobre el tema
para comprender su funcionamiento y evolución.
En términos generales se define la conducta bárbara y
su basamento mental en las actitudes bastas y simples, además de la tendencia
al exceso y al rechazo de los límites en todos los actos, desde el comer y el
beber, hasta en las relaciones, las rivalidades y pendencias.
Por el contrario, los rasgos civilizados son el
predominio del control y los límites de conducta, una creciente aptitud para el
pensamiento abstracto y un refinamiento de hábitos, con la aparición de la
cortesía, el respeto a las reglas, la ironía y la sensibilidad estética,
además del mejor uso de la tecnociencia, incluso en las manifestaciones de la
violencia.
Inútil insistir en que coexisten en todos los hombres
ambas vertientes de pensamiento y a ello se deberán las explosiones salvajes en
individuos o en grupos que pudieran clasificarse como cultos o civilizados
(desbordes de multitudes, ferocidad por miedos o xenofobia, etc.) y, a la
inversa, manifestaciones de bondad, belleza y dulzura en poblaciones
clasificadas como primitivas o bárbaras. Estas expresiones variadas de la
realidad humana no deben ocultar el valor del racionalismo cerebral para
construir las instituciones básicas del tecnotropismo.
Se han efectuado muy diversas tentativas,
primordialmente como ensayo social penetrante, para describir el temperamento o
idiosincrasia bárbaros de los pobladores de la América Latina. En general, la
connotación de barbarie se aplicó preferentemente a las masas mestizas que,
dentro de la general tendencia a sacudirse el yugo de la servidumbre colonial,
transferido luego a los gobiernos criollos, eran particularmente temibles por su
belicosidad, capacidad de desplazamiento y por haber abrazado el liderazgo de
caudillos militares. Tales, por ejemplo, las poblaciones de jinetes-vaqueros
independientes y combativos de las fronteras ganaderas de toda América, desde
los charros y vaqueros mexicanos y tejanos, hasta los gauchos litoraleños y
orientales y los de las Sierras Pampeanas interiores en el Río de la Plata, los
huasos del Sur de Chile, pasando por los llaneros colombo-venezolanos, los
cangageiros del nordeste brasileño, los montuvios, de la costa ecuatoriana, y
otros.
Casi siempre las descripciones se han concentrado en
los caracteres diferenciales de estos tipos regionales, aun cuando todos ellos
tienen rasgos comunes muy marcados y reconocen orígenes similares dentro de las
culturas criollas. Así, por ejemplo Daus (D-4) siguiendo a Schubart, Sorokin y
otros, considera exclusivo de la población de jinetes de las sierras pampeanas
de La Rioja y Catamarca el carácter pendenciero-heroico de caudillos y
montoneros. El gaucho pampeano, por su lado, separado del anterior por poco más
de cien leguas de llanuras, ha sido objeto de millares de descripciones y
teorizaciones sobre su muy similar tendencia a caudillaje y montonera, que
perduraría en la Banda Oriental y el Río Grande do Sul hasta la Guerra dos
Farrapos y otros episodios ya en pleno siglo XX. Lo mismo puede señalarse de
estudios sobre los llaneros del Orinoco (Izard, 1-13) o Las lanzas coloradas, de
Uslar Pietri, además de los episodios de la Revolución Mexicana de 1910, que
han sido brillantemente descriptos (Rulfo, R-45).
Desde el punto de vista más general de la dicotomía civilización-barbarie en
relación con el tecnotropismo, que se sigue en esta obra, dejando de lado el
rasgo sobresaliente de la agresividad o pacifismo que adquirieron enorme
importancia durante los períodos de guerras civiles que asolaron reiteradamente
a los países criollos, es posible reconocer también caracteres de barbarie o
primitivismo en numerosas poblaciones mestizas que se mantuvieron como prosaicos
peatones, así como también en muchos de los grupos dirigentes dominadores, aun
cuando éstos se envanecieran de pertenecer al conjunto de los decentes,
supuestamente civilizados.
Las descripciones que siguen servirán para aclarar el
punto.
Existen trabajos sociológicos que describen la cultura
criolla uruguaya (Barran, B-9 y B-10), reconocidamente comparable con otras de
la familia criolla, como una transición epocal que avanza saliendo de una
barbarie inicial, hacia una civilización, que es entendida como
disciplinamiento. El análisis psicológico y cultural realizado es un aporte
importante, aunque en él han sido soslayados los aspectos políticos de la
barbarie y la anarquía. Es una omisión singular, puesto que estos factores
tuvieron enorme vigencia y perduraron en la Banda Oriental y la Mesopotamia
desde Artigas, Hereñú, Otorgués, `Blasito", "Andresito", y sus
seguidores, pasando por Oribe, Fructuoso Rivera, hasta Aparicio Saravia, ya en
nuestro siglo, cuando hacía décadas que otras nacientes naciones criollas
avanzaban en sus Organizaciones Nacionales.
Otra limitación consiste en que el análisis efectuado
para la Banda Oriental arranca de 1800, a pesar de ser evidente que el origen de
la barbarie es inseparable de las raíces tradicionales aborígenes y africanas
incorporadas al tronco criollo desde mucho antes de esa fecha(1).
Por otra parte, la obra de Barran estudia, tanto a la
barbarie inicial como al disciplinamiento posterior, sin hacer distingo entre
los variados protagonistas, y haciendo una distinción tenue entre los
escenarios urbano y rural, como factores de ambiente importantes dentro de la
pugna por superar la barbarie. Este disciplinamiento en bloque no parece
coincidir con la experiencia histórica. Aunque ciertos rasgos bárbaros son
perceptibles en todos los sectores sociales y a través de las épocas, hay
referencias coincidentes en muchos estudios a que la naciente burguesía, el
clero y los funcionarios europeos o de orientación europeísta, en su mayoría
urbanitas, eran los principales promotores de las actitudes decentes y
civilizadas, con mayor presencia de componentes racionales, en tanto que las
masas rurales y de los arrabales eran las que se aferraban con mayor tenacidad a
las formas bárbaras, encabezadas por las indiadas, los mulatos y zambos del
servicio domestico, a los que se unían los blancos y mestizos marginales más
consustanciados con los grupos tradicionales anteriores (González, G-44, p.
197; Jesualdo, J-7). Barbarie y civilización han convivido desde el inicio de
la conquista hasta hoy mismo, encarnados en grupos políticos y sociales
opuestos en ardua pugna.
La tarea de Barran es fecunda en cuanto destaca el
sentido profundo de las pulsiones de mente y cuerpo no controladas que
caracterizan a la barbarie. Él las rastrea en la actitud alegre e irreverente,
la risa guaranga y la broma pesada, para desmitificar todo lo que representa el
orden y los valores de la convivencia ordenada. Estos signos vitales son
analizados en el uso habitual de la violencia corporal, las diversiones, el
juego, el carnaval, la actitud frente a la muerte, la sexualidad y otros
aspectos de la convivencia cotidiana. Es muy lúcida la referencia aislada sobre
la esterilidad de la propuesta política de los bárbaros:
"Los órdenes de dominación... no eran enjuiciados (por el
bárbaro) desde el espíritu, desde la razón contestataria, contraponiéndoles
otros órdenes; eran enjuiciados desde el cuerpo, desde la risa niveladora,
irrespetuosa y burlona, desde el desorden... no tenía capacidad de inventar un
nuevo orden porque partía del desorden. Eso no la hizo mergos peligrosa para
el futuro orden civilizado dado su vínculo con lo más profundo y aún no
domesticado del hombre."
(Barran, B-9, p. 17)
Resulta importante combinar estos caracteres con la
antigua postulación sarmientina que ubicaba el epicentro de la barbarie en las
masas aboriginizadas del medio rural y a la civilización, por el contrario, en
la ciudad. Los enfrentamientos campo vs. ciudad, puerto vs. interior, populismo
llanero vs. oligarquías criollas costeras o las guerrillas del norte de México
desolando haciendas gachupinas han sido glosados por numerosos estudiosos
después de Sarmiento y resultan factores de interpretación importante para
todo el convulso período de las guerras civiles. Todavía hoy es más
pronunciado el tradicionalismo en los ambientes rurales.
Es evidente que las expresiones de la barbarie
sintetizadas constituyen un mal caldo de cultivo para la aparición y
fortalecimiento de instituciones capaces de sustentar un nivel mayor de
actividad social, económica y política. ¿Cómo mejorar dentro de ese ambiente
el funcionamiento de tribunales, leyes, bancos, finanzas y producción? ¿Cómo
sostener proyectos de inversión, encarar acciones a largo plazo, o asumir
compromisos comerciales riesgosos sujetos al capricho de factores tan
volátiles? La lucha por instalar instituciones más sólidas quedaría en manos
de las burguesías, generalmente urbanas.
"Lo revoluciorlario y progresista se asentaba entonces primordialmente
en las incipientes fuerzas burguesas urbanas y en sus
ideólogos, y no en las campañas."
(Schneider, S-31, p. 101)
Lo que se define como civilización en las culturas
híbridas latinoamericanas es sinónimo de la paulatina desbarbarización o
disciplinamiento, y hasta nuestros días sus mentores serán fundamentalmente
los que tengan más marcados los valores y actitudes, para algunos, occidentales
o modernos, y para otros, agringados o cipayos, en su desestima de los
componentes racionales rechazados por foráneos al sentimiento vernáculo.
En el lenguaje aceptado hoy en general, tanto por las
ciencias sociales como por el vulgo, este proceso de civilización es denominado
modernización, caracterizado necesariamente por el desencantamiento y
desmitificación del mundo, por el auge de las ciencias experimentales y,
fundamentalmente, por la organización racionalista de la sociedad, con su
correlato de empresas productivas eficientes y aparatos estatales eficaces
(García Canclini, G-23, p. 22). Algo así como la aceptación de la
racionalidad formal y material, convertida en el sentido común de Occidente por
la prédica desde Kant a los seguidores de Weber.
El tránsito trabajoso desde la barbarie a la
civilización debe entenderse como un proceso en dinámica evolución,
aceptándose que hay componentes de la comunidad que actúan como agentes del
cambio y otros que procuran frenarlo. Esta evolución va alejando a las
comunidades criollas de los modelos de desorden predominantes en las primeras
generaciones híbridas, en las cuales han estado más agudamente presentes los
caracteres de debilidad de los controles racionales y de escasez de capital
social propios de la infraestructura morena y las formas incorporadas de
identidad negativa en todas sus presentaciones. Los rasgos típicos de la
barbarie coinciden con las comunidades de escaso tecnotropismo, en las que
predominan actitudes y valores psicosociales arcaicos, con el resultado de
instituciones débiles. Los valores, creencias y actitudes que subyacen en el
funcionamiento de estas sociedades, coinciden con los que se encuentran en todas
las que recorren etapas primarias de disciplinamiento, ya superadas hace tiempo
por los controles individuales y sociales en pueblos más desarrollados.
A la vez, el interés y la capacidad para cosechar las
bonificaciones conferidas por el liderazgo tecnológico y sus réditos
económicos son los grandes motores de los imperialismos y motivo de las luchas
interimperiales protagonizadas por los pueblos de tecnotropismo alto o
ascendente compitiendo por ganar espacios comerciales o estratégicos en los que
hacen jugar sus ventajas. Ya hemos visto que la misma cuota de poder que brinda
a estos países su alto nivel tecnológico incrementa su soberbia y les hace
actuar en diversas formas de destino manifiesto menospreciando a los demás y
llegando, en muchos casos, a diversas formas de arrogance of power para retener
o acrecer las posiciones privilegiadas que ocupan. En la figura N° 1 constan
algunos de los jalones históricos importantes de la carrera en que están
lanzados los países, desde los de alto tecnotropismo, hasta los más
primitivos, que aún viven en el Paleolítico. Tales son la aparición de los
grandes creadores, las batallas, como Lepanto, que marcó el punto de inflexión
en el predominio de Occidente sobre el Islam, o las derrotas de la Armada
Invencible y el combate de Trafalgar, hitos del predominio mundial de la
talasocracia británica, y otros más recientes como la llegada del hombre a la
luna o la caída del Muro de Berlín.
El tecnotropismo tiene un carácter jánico que le
permite actuar como punta de lanza de la civilización y, a veces, por el
contrario, como abusador arbitrario. El encandilamiento producido por el
aprovechamiento tecnológico puede inducir, además, al olvido de los principios
morales, sin los cuales las técnicas pueden convertirse en peligros tremendos
para la humanidad como se está evidenciando crecientemente, en la nueva
barbarie, que tantas dudas y cuestionamientos suscita en nuestros días
(Isaacson, I-12). Sin embargo, obviamente la reaparición de rasgos arcaicos o
emocionales más o menos generales y duraderos, no alcanza para anular los
méritos fundamentales aportados por sus componentes racionales.
Notas al pie
(1) Osvaldo Pérez (P-19, p. 7)
consigna la estadística carcelaria de Montevideo hacia 1785, en la cual figuran
un 57 por ciento de indios y mestizos y un 7 por ciento de africanos, frente a
un 36 por ciento de blancos, entre los cuales varios contrabandistas
portugueses. Dicha distribución racial sería persistente.
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