MESTIZAJE, BARBARIE Y CIVILIZACIÓN
El mestizaje en América Latina
Raza y cultura
Paideuma e identidad
El genio de las culturas
Tecnofobia y tecnotropismo
Bárbaros y civilizados
Personalidad realizadora y capital social
La escala mundial del tecnotropismo
El balance de coloniaje y mestización

"Hay un poquito de barbarie en todos nosotros, pero algunos son mucho más bárbaros que otros..."
(Bloom, B-46, p. 238)

"La idea de cultura en el sentido de cultivar la tierra existía de antiguo. En la segunda mitad del sigloXVII su uso se aplicó metafóricamente al cultivo del espíritu"
Beneton, Philippe, Histoire des mots culture et
civilization, París, Presses de la Fondation Na
tionale des Sciences Politiques
, 1975, p. 23)


     El concepto de transición de etapas bárbaras a etapas civilizadas en la idiosincrasia cultural de los pueblos, como un proceso continuo en el que se debe seguir avanzando por procesos de transformación psicosocial, responsabilidad indelegable de ellos mismos, se ha afianzado en la sociología moderna en forma mucho más coherente y racional que las premisas que hoy parecen ingenuas de la sociología decimonónica, que tenían por ineludible un avance por etapas hacia una escatología paradisíaca. Ésta podía ser la sociedad sin clases del marxismo; o la sin gobierno de los ácratas; la aproximación al punto Omega de Teilhard de Chardin u otras alternativas con mucho de ilusorio o de voluntarismo ideológico.
     Los conceptos de barbarie y de bárbaro han existido de antiguo, referidos a la onomatopeya de las lenguas germánicas, celtas, eslavas, persas, árabes y mongólicas de las fronteras del helenismo grecorromano. Esta idea permitió, ya varios siglos antes de Cristo, definir como bárbaros a pueblos sin ciudades, sin cultivos, sin moneda, ni comercio, con estructura tribal y con sentido comunal de la propiedad.
      Por el contrario, civilización, vinculada etimológicamente a ciudad (civitas), se extendió desde Francia recién a partir de 1770.

"El concepto de civilización ingresó en el discurso culto de Occidente como el nombre de una cruzada proselitista consciente librada por hombres del saber y destinada a extirpar los vestigios de las culturas silvestres, los modos de vida y patrones de cohabitación locales y confinados en la tradición.'
(Bauman, B-16, p. 135)

      Los procesos civilizatorios vienen siendo estudiados recientemente desde el adoucissement de moeurs y de los hábitos de convivencia, hasta el cambio de valores, escrúpulos y pudores, el creciente monopolio de la violencia legítima por el Estado moderno y la vigencia de garantías jurídicas que intentan desterrar la situación anterior de permanente beligerancia (Elías, E-4). Los estudios de la antropología y paleontología modernas, desde Morgan a fines del siglo XIX, han escalonado las grandes etapas de civilización de los pueblos, desde el salvajismo inicial de la horda troglodita, llamado por algunos el período bestial o preético, en el que predomina la concepción mágica del universo: Este concepto es similar al estado de naturaleza, más utilizado. en ciencias políticas, o el de sociedad cerrada de Bergson, transitando luego por la barbarie, hacia la civilización, en sucesivas etapas de control de la emocionalidad por la racionalidad. En la sociología reciente muchos autores tienden a identificar la barbarie con lo premoderno y la civilización con la modernidad.
     Barbarie y civilización aparecen como personajes eternos de la historia latinoamericana, aunque raramente han sido interpretados como fenómenos de un proceso civilizatorio común a todos los pueblos del mundo. La barbarie en Occidente estaba demasiado atrás en la historia como para compararla con la que encontraban los europeos en sus expediciones. Entre nosotros, más bien se las ha examinado como rasgos propios de las fuerzas humanas funcionando específicamente en el área y el momento. Esto ha hecho que los estudiosos que las han tratado llegaran a conclusiones muy diversas según sus lentes ideológicos y los vínculos que mantenían con los intereses en juego. No hay duda, sin embargo, que la persistente dicotomía cultural vigente en los pueblos latinoamericanos se encarna en esas dos expresiones, que han venido evolucionando a lo largo del tiempo sin perder los rasgos que las condenan a enfrentarse duramente. Tal vez este conflicto ha sido descripto y teorizado con mayor claridad en el Río de la Plata gracias a la renombrada interpretación de Domingo F. Sarmiento, pero puede sin duda extrapolarse a muchos problemas de otras poblaciones latinoamericanas. De hecho, se acepta genéricamente en éstas la barbarie como el estado cultural del indio y del africano silvestres trasmitido a su descendencia étnicamente pura o mestiza (Colombres, C-56). Encontramos todavía a criollos que celebran a la civilización como supremo objetivo y camino, en tanto que otros ostentarán orgullosos su adhesión a la barbarie.
     Tras el análisis psicosocial efectuado arrancando desde los orígenes de las culturas híbridas criollas y su evolución histórica, fluye fácilmente la concepción de una pugna permanente entre dos niveles de civilización encarnados desde los primeros contactos del arcaísmo cultural de la infraestructura autóctona, dotada de escasa acumulación de capital social, frente al relativo adelanto de los embajadores de Occidente, como superestructura importada de adelanto superior.
     En la población híbrida resultante, dividida en estamentos generación tras generación, encontraremos coexistiendo individuos y grupos en los que siguen predominando algunos rasgos tradicionales bárbaros, con predominio de pulsiones emocionales, y otros individuos y grupos que sentirán y favorecerán los rasgos que podemos definir, en general, como modernos o civilizados, con una propuesta predominantemente racionalista. Entre ambos extremos habrá toda una gama de tipos intermedios. La pugna entre ambos grupos por imponerse protagoniza la historia y la política de los países criollos y es hoy parte fundamental de las identidades nacionales. El nivel tecnotrópico alcanzado representa el armamento con que ellos pueden competir en un mundo globalizado y de tecnología crecientemente compleja y dinámica, como es el de la transición del siglo XX al XXI. La desbarbarización sigue procesándose en el presente, con diferentes ritmos, en todas las poblaciones criollas, de modo comparable a lo que acontece en todos los pueblos del mundo. Los triunfos y derrotas de los campeones de la civilización o de la barbarie en las mil batallas de esta larga guerra determinan aceleraciones o frenamientos de todo el proceso, con aumentos o reducciones de los componentes del capital social efectivo en la comunidad. En último análisis son una expresión de la pugna permanente que se libra en la mente de todos los hombres entre los componentes de la inteligencia emocional vecina al instinto y a los reflejos disparados por la experiencia filogenética milenaria actuando frecuentemente desajustada del estímulo presente (vulgarmente definida como el corazón) contra la inteligencia racional, que se esfuerza por controlar, disciplinar y orientar a la anterior, bajo el dictamen del cerebro, eligiendo los caminos por la reflexión presente y no el impulso arcaico. A una relativa debilidad de la supervisión cerebral objetiva obedece el triunfo de las pulsiones salvajes, bárbaras o premodernas en la conducta cotidiana, las explosiones arbitrarias de violencia y la baja racionalidad general de las comunidades folk, que van quedando históricamente rezagadas frente a los pueblos civilizados. En estos últimos las mismas bases emocionales están presentes, pero se ven compensadas y condicionadas por impulsos racionales más poderosos, en los procesos que se conocen como disciplinamiento, individual y colectivo de largo plazo.
     El tema es complejo y de solución ardua, porque existen numerosas referencias a la elevada aptitud del hombre primitivo para resolver los problemas de la supervivencia en el ambiente virgen en que vive (Diamond, D-43, p. 19); en todo caso, mejor que el hombre civilizado. Es sabido que el occidental no puede prescindir del guía indígena para penetrar en las selvas, praderas y desiertos por vez primera. La diferencia se aprecia ni bien el hombre moderno puede echar las bases de sus instituciones, operadas racionalmente, cosa totalmente inaccesible para el nativo de nivel folk. Basándose en sus instituciones eficaces, a veces apenas esbozadas, frecuentemente crueles, el hombre moderno consigue dominar los ambientes más cerriles, pronto prescinde del hombre primitivo y generalmente lo domina, cualquiera sea su coeficiente intelectual primario teórico-práctico, pero sin el apoyo de instituciones adecuadas.
     En Latinoamérica es continua la indignación y la protesta de las minorías modernizantes contra la persistencia de rasgos de barbarie en sus comunidades. Periodistas comprometidos, los líderes de miras elevadas y no pocos pensadores condenan los resabios arcaicos y abogan por la adopción de hábitos, valores y actitudes civilizadas, calcados algunos de comunidades extranjeras más modernas o productos de elaboración racional propia, aunque deban buscar siempre cohabitar con las raíces tradicionales. Los oficialismos y las oposiciones que quieren mantenerse dentro del sistema deben contemporizar realistamente sus intenciones civilizatorias con los valores, actitudes y comportamientos individuales y colectivos del soberano, que intuyen encuadrados tenazmente en diferentes formas y grados de barbarie, o si se quiere manifestarse optimista, en sucesivas etapas de desbarbarización, que todavía distan de ser catalogables como algo próximo a la civilización. Son necesarios líderes preclaros e idearios altamente positivos para acelerar el proceso que es, por naturaleza, moroso. De ahí la importancia de insistir sobre el tema para comprender su funcionamiento y evolución.
     En términos generales se define la conducta bárbara y su basamento mental en las actitudes bastas y simples, además de la tendencia al exceso y al rechazo de los límites en todos los actos, desde el comer y el beber, hasta en las relaciones, las rivalidades y pendencias.
     Por el contrario, los rasgos civilizados son el predominio del control y los límites de conducta, una creciente aptitud para el pensamiento abstracto y un refinamiento de hábitos, con la aparición de la cortesía, el respeto a las reglas, la ironía y la sensibilidad estética, además del mejor uso de la tecnociencia, incluso en las manifestaciones de la violencia.
     Inútil insistir en que coexisten en todos los hombres ambas vertientes de pensamiento y a ello se deberán las explosiones salvajes en individuos o en grupos que pudieran clasificarse como cultos o civilizados (desbordes de multitudes, ferocidad por miedos o xenofobia, etc.) y, a la inversa, manifestaciones de bondad, belleza y dulzura en poblaciones clasificadas como primitivas o bárbaras. Estas expresiones variadas de la realidad humana no deben ocultar el valor del racionalismo cerebral para construir las instituciones básicas del tecnotropismo.
     Se han efectuado muy diversas tentativas, primordialmente como ensayo social penetrante, para describir el temperamento o idiosincrasia bárbaros de los pobladores de la América Latina. En general, la connotación de barbarie se aplicó preferentemente a las masas mestizas que, dentro de la general tendencia a sacudirse el yugo de la servidumbre colonial, transferido luego a los gobiernos criollos, eran particularmente temibles por su belicosidad, capacidad de desplazamiento y por haber abrazado el liderazgo de caudillos militares. Tales, por ejemplo, las poblaciones de jinetes-vaqueros independientes y combativos de las fronteras ganaderas de toda América, desde los charros y vaqueros mexicanos y tejanos, hasta los gauchos litoraleños y orientales y los de las Sierras Pampeanas interiores en el Río de la Plata, los huasos del Sur de Chile, pasando por los llaneros colombo-venezolanos, los cangageiros del nordeste brasileño, los montuvios, de la costa ecuatoriana, y otros.
     Casi siempre las descripciones se han concentrado en los caracteres diferenciales de estos tipos regionales, aun cuando todos ellos tienen rasgos comunes muy marcados y reconocen orígenes similares dentro de las culturas criollas. Así, por ejemplo Daus (D-4) siguiendo a Schubart, Sorokin y otros, considera exclusivo de la población de jinetes de las sierras pampeanas de La Rioja y Catamarca el carácter pendenciero-heroico de caudillos y montoneros. El gaucho pampeano, por su lado, separado del anterior por poco más de cien leguas de llanuras, ha sido objeto de millares de descripciones y teorizaciones sobre su muy similar tendencia a caudillaje y montonera, que perduraría en la Banda Oriental y el Río Grande do Sul hasta la Guerra dos Farrapos y otros episodios ya en pleno siglo XX. Lo mismo puede señalarse de estudios sobre los llaneros del Orinoco (Izard, 1-13) o Las lanzas coloradas, de Uslar Pietri, además de los episodios de la Revolución Mexicana de 1910, que han sido brillantemente descriptos (Rulfo, R-45).
Desde el punto de vista más general de la dicotomía civilización-barbarie en relación con el tecnotropismo, que se sigue en esta obra, dejando de lado el rasgo sobresaliente de la agresividad o pacifismo que adquirieron enorme importancia durante los períodos de guerras civiles que asolaron reiteradamente a los países criollos, es posible reconocer también caracteres de barbarie o primitivismo en numerosas poblaciones mestizas que se mantuvieron como prosaicos peatones, así como también en muchos de los grupos dirigentes dominadores, aun cuando éstos se envanecieran de pertenecer al conjunto de los decentes, supuestamente civilizados.
     Las descripciones que siguen servirán para aclarar el punto.
     Existen trabajos sociológicos que describen la cultura criolla uruguaya (Barran, B-9 y B-10), reconocidamente comparable con otras de la familia criolla, como una transición epocal que avanza saliendo de una barbarie inicial, hacia una civilización, que es entendida como disciplinamiento. El análisis psicológico y cultural realizado es un aporte importante, aunque en él han sido soslayados los aspectos políticos de la barbarie y la anarquía. Es una omisión singular, puesto que estos factores tuvieron enorme vigencia y perduraron en la Banda Oriental y la Mesopotamia desde Artigas, Hereñú, Otorgués, `Blasito", "Andresito", y sus seguidores, pasando por Oribe, Fructuoso Rivera, hasta Aparicio Saravia, ya en nuestro siglo, cuando hacía décadas que otras nacientes naciones criollas avanzaban en sus Organizaciones Nacionales.
     Otra limitación consiste en que el análisis efectuado para la Banda Oriental arranca de 1800, a pesar de ser evidente que el origen de la barbarie es inseparable de las raíces tradicionales aborígenes y africanas incorporadas al tronco criollo desde mucho antes de esa fecha(1).
     Por otra parte, la obra de Barran estudia, tanto a la barbarie inicial como al disciplinamiento posterior, sin hacer distingo entre los variados protagonistas, y haciendo una distinción tenue entre los escenarios urbano y rural, como factores de ambiente importantes dentro de la pugna por superar la barbarie. Este disciplinamiento en bloque no parece coincidir con la experiencia histórica. Aunque ciertos rasgos bárbaros son perceptibles en todos los sectores sociales y a través de las épocas, hay referencias coincidentes en muchos estudios a que la naciente burguesía, el clero y los funcionarios europeos o de orientación europeísta, en su mayoría urbanitas, eran los principales promotores de las actitudes decentes y civilizadas, con mayor presencia de componentes racionales, en tanto que las masas rurales y de los arrabales eran las que se aferraban con mayor tenacidad a las formas bárbaras, encabezadas por las indiadas, los mulatos y zambos del servicio domestico, a los que se unían los blancos y mestizos marginales más consustanciados con los grupos tradicionales anteriores (González, G-44, p. 197; Jesualdo, J-7). Barbarie y civilización han convivido desde el inicio de la conquista hasta hoy mismo, encarnados en grupos políticos y sociales opuestos en ardua pugna.
     La tarea de Barran es fecunda en cuanto destaca el sentido profundo de las pulsiones de mente y cuerpo no controladas que caracterizan a la barbarie. Él las rastrea en la actitud alegre e irreverente, la risa guaranga y la broma pesada, para desmitificar todo lo que representa el orden y los valores de la convivencia ordenada. Estos signos vitales son analizados en el uso habitual de la violencia corporal, las diversiones, el juego, el carnaval, la actitud frente a la muerte, la sexualidad y otros aspectos de la convivencia cotidiana. Es muy lúcida la referencia aislada sobre la esterilidad de la propuesta política de los bárbaros:

"Los órdenes de dominación... no eran enjuiciados (por el bárbaro) desde el espíritu, desde la razón contestataria, contraponiéndoles otros órdenes; eran enjuiciados desde el cuerpo, desde la risa niveladora, irrespetuosa y burlona, desde el desorden... no tenía capacidad de inventar un nuevo orden porque partía del desorden. Eso no la hizo mergos peligrosa para el futuro orden civilizado dado su vínculo con lo más profundo y aún no domesticado del hombre."
(Barran, B-9, p. 17)

     Resulta importante combinar estos caracteres con la antigua postulación sarmientina que ubicaba el epicentro de la barbarie en las masas aboriginizadas del medio rural y a la civilización, por el contrario, en la ciudad. Los enfrentamientos campo vs. ciudad, puerto vs. interior, populismo llanero vs. oligarquías criollas costeras o las guerrillas del norte de México desolando haciendas gachupinas han sido glosados por numerosos estudiosos después de Sarmiento y resultan factores de interpretación importante para todo el convulso período de las guerras civiles. Todavía hoy es más pronunciado el tradicionalismo en los ambientes rurales.
     Es evidente que las expresiones de la barbarie sintetizadas constituyen un mal caldo de cultivo para la aparición y fortalecimiento de instituciones capaces de sustentar un nivel mayor de actividad social, económica y política. ¿Cómo mejorar dentro de ese ambiente el funcionamiento de tribunales, leyes, bancos, finanzas y producción? ¿Cómo sostener proyectos de inversión, encarar acciones a largo plazo, o asumir compromisos comerciales riesgosos sujetos al capricho de factores tan volátiles? La lucha por instalar instituciones más sólidas quedaría en manos de las burguesías, generalmente urbanas.

"Lo revoluciorlario y progresista se asentaba entonces primordialmente en las incipientes fuerzas burguesas urbanas y en sus
ideólogos, y no en las campañas."
(Schneider, S-31, p. 101)

     Lo que se define como civilización en las culturas híbridas latinoamericanas es sinónimo de la paulatina desbarbarización o disciplinamiento, y hasta nuestros días sus mentores serán fundamentalmente los que tengan más marcados los valores y actitudes, para algunos, occidentales o modernos, y para otros, agringados o cipayos, en su desestima de los componentes racionales rechazados por foráneos al sentimiento vernáculo.
     En el lenguaje aceptado hoy en general, tanto por las ciencias sociales como por el vulgo, este proceso de civilización es denominado modernización, caracterizado necesariamente por el desencantamiento y desmitificación del mundo, por el auge de las ciencias experimentales y, fundamentalmente, por la organización racionalista de la sociedad, con su correlato de empresas productivas eficientes y aparatos estatales eficaces (García Canclini, G-23, p. 22). Algo así como la aceptación de la racionalidad formal y material, convertida en el sentido común de Occidente por la prédica desde Kant a los seguidores de Weber.
     El tránsito trabajoso desde la barbarie a la civilización debe entenderse como un proceso en dinámica evolución, aceptándose que hay componentes de la comunidad que actúan como agentes del cambio y otros que procuran frenarlo. Esta evolución va alejando a las comunidades criollas de los modelos de desorden predominantes en las primeras generaciones híbridas, en las cuales han estado más agudamente presentes los caracteres de debilidad de los controles racionales y de escasez de capital social propios de la infraestructura morena y las formas incorporadas de identidad negativa en todas sus presentaciones. Los rasgos típicos de la barbarie coinciden con las comunidades de escaso tecnotropismo, en las que predominan actitudes y valores psicosociales arcaicos, con el resultado de instituciones débiles. Los valores, creencias y actitudes que subyacen en el funcionamiento de estas sociedades, coinciden con los que se encuentran en todas las que recorren etapas primarias de disciplinamiento, ya superadas hace tiempo por los controles individuales y sociales en pueblos más desarrollados.
     A la vez, el interés y la capacidad para cosechar las bonificaciones conferidas por el liderazgo tecnológico y sus réditos económicos son los grandes motores de los imperialismos y motivo de las luchas interimperiales protagonizadas por los pueblos de tecnotropismo alto o ascendente compitiendo por ganar espacios comerciales o estratégicos en los que hacen jugar sus ventajas. Ya hemos visto que la misma cuota de poder que brinda a estos países su alto nivel tecnológico incrementa su soberbia y les hace actuar en diversas formas de destino manifiesto menospreciando a los demás y llegando, en muchos casos, a diversas formas de arrogance of power para retener o acrecer las posiciones privilegiadas que ocupan. En la figura N° 1 constan algunos de los jalones históricos importantes de la carrera en que están lanzados los países, desde los de alto tecnotropismo, hasta los más primitivos, que aún viven en el Paleolítico. Tales son la aparición de los grandes creadores, las batallas, como Lepanto, que marcó el punto de inflexión en el predominio de Occidente sobre el Islam, o las derrotas de la Armada Invencible y el combate de Trafalgar, hitos del predominio mundial de la talasocracia británica, y otros más recientes como la llegada del hombre a la luna o la caída del Muro de Berlín.
     El tecnotropismo tiene un carácter jánico que le permite actuar como punta de lanza de la civilización y, a veces, por el contrario, como abusador arbitrario. El encandilamiento producido por el aprovechamiento tecnológico puede inducir, además, al olvido de los principios morales, sin los cuales las técnicas pueden convertirse en peligros tremendos para la humanidad como se está evidenciando crecientemente, en la nueva barbarie, que tantas dudas y cuestionamientos suscita en nuestros días (Isaacson, I-12). Sin embargo, obviamente la reaparición de rasgos arcaicos o emocionales más o menos generales y duraderos, no alcanza para anular los méritos fundamentales aportados por sus componentes racionales.

Notas al pie

(1) Osvaldo Pérez (P-19, p. 7) consigna la estadística carcelaria de Montevideo hacia 1785, en la cual figuran un 57 por ciento de indios y mestizos y un 7 por ciento de africanos, frente a un 36 por ciento de blancos, entre los cuales varios contrabandistas portugueses. Dicha distribución racial sería persistente.