MESTIZAJE, BARBARIE Y CIVILIZACIÓN
El mestizaje en América Latina
Raza y cultura
Paideuma e identidad
El genio de las culturas
Tecnofobia y tecnotropismo
Bárbaros y civilizados
Personalidad realizadora y capital social
La escala mundial del tecnotropismo
El balance de coloniaje y mestización

"La identidad es el reconocimiento de una pertenencia comunitaria en términos de compromiso moral y afectivo rnás que legal, con profundas raíces en el lenguaje y en el conjunto de creencias, valores e ideales que articulan la tradición cultural. Se reformula en un sentido político cuando es o aspira a ser nación." (Jiménez, José, "Sin patria: los miembros de pertenencia en el mundo de hoy: familia, país, nación", en: Nuevos paradigmas: cultura y subjetividad, edit. Dora Fried Schistman, Paidós, 1994, fide Montevechio, M-69)
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"La identidad cultural supone una conciencia de la alteridad, compartida por los integrantes de una sociedad, en cuanto a poseer rasgos afines - valores, necesidades, modos de vida- que los distinguen de otras sociedades."
(Biagini, B-31, p. 39)


     Cualquier intento de diagnóstico, pronóstico o tratamiento de una cultura tendrá que referirse a la misma como es visualizada por sus propios miembros.
     Las diversas definiciones de la identidad de un grupo humano resultan aplicaciones del concepto general de paideuma, en forma de valores concientes o subconcientes de la personalidad de dicho grupo, su diferenciación de otros y el establecimiento de fronteras psicológicas dentro de las cuales sus fuerzas morales pueden avanzar hacia sus objetivos y desarrollar su potencial y su capital social. En su acepción vulgar; la identidad de un grupo humano coincide con el viejo concepto de esprit de corps. Éste puede aplicarse desde la comunión espiritual de dos amigos, que los ayuda a sobrellevar juntos las contingencias de la vida, pasando por las solidaridades de partidarios de un mismo club deportivo, de los miembros de un centro de residentes regionales o la camaradería de una legión de veteranos de guerra, hasta las identidades multitudinarias de todos los nacidos bajo una misma bandera o de los creyentes en la misma religión. Estas solidaridades son en su mayoría de tipo notoriamente emocional, originadas en el denominado cerebro límbico. Muchas son de carácter subconsciente.
     El carácter unitivo de la identidad compartida le asigna gran popularidad en el vulgo. Cada ser se siente fortalecido al dejar de estar solo. Por lo mismo, la identidad será agitada como bandera de combate por los individuos extremos dentro de cada grupo, interesados en todo lo que pueda reforzarlos en las pugnas contra otros grupos.
     La solidaridad hacia adentro del grupo resultante de los valores, vivencias y creencias compartidas, se manifiesta frecuentemente como prevención y hasta agresividad hacia afuera o sea hacia quienes no participan de la misma identidad. Es parte del proceso instintivo de formación y consolidación de la identidad definida por los otros. En general, es más fácil para un grupo decidir lo que no quiere ser, sentir o hacer, que lo opuesto. Cualquier identidad de un grupo numeroso debe compatibilizar las identidades propias de los subgrupos culturales que lo integran. Como es lógico, esto se verá favorecido si las divergencias entre ellos son poco significativas.
     Las crisis de todo tipo y las amenazas exteriores constituyen verdaderos catalizadores de las identidades. El instinto de defensa con raíces en la prehistoria, al ser despertado por una amenaza real o imaginada, hace olvidar las diferencias menores, para resurgir éstas al terminar la emergencia. Nada puede haber consolidado más la identidad de los diversos grupos judíos de Israel que la amenaza estentórea de los árabes que los rodean. Lo mismo puede decirse del alma rusa que nunca cohesionó tanto a los cientos de nacionalidades que comprende, como bajo las invasiones sueca, napoleónica o hitleriana.
     Existen diferencias muy grandes en el tipo de identidad de diferentes grupos, y esto permite clasificaciones diversas. Según su firmeza y el consenso con que son vistas por el grupo mismo, tendremos identidades positivas, congruentes con sus raíces tradicionales y su accionar presente, en tanto que otras identidades serán negativas, cuando, por renegar de sus propios elementos, procuran entronizar paradigmas ajenos. Un tercer tipo de identidad puede definirse como difuso, en el cual sus epígonos siguen en búsqueda afanosa de variantes en los valores y actitudes tipo. Puede existir una cuarta variedad de identidad escéptica, en la cual todos los caminos posibles son tomados sin convicción, con beneficio de inventario, y, por último, existen identidades conflictivas, rasgos culturales que sugieren consciente o inconscientemente graves duelos interiores dividiendo, más que unificando, tradición, presente y visión del futuro. Estos conflictos se tornan particularmente graves en las sociedades de tipo estamental, en las cuales las capas sociales netamente diferenciadas y a la defensiva de sus respectivos privilegios, tienden a configurar subidentidades fortaleciendo dichas diferencias y subrayando los aspectos que las enfrentan.

La vision particularista

... "Nuestra reacción natural es la de dividir la humanidad en amigos y enemigos; entre los que pertenecen a nuestra tribu o a nuestra colectividad emocional y los que permanecen fuera de éstas; entre los creyentes y los descreídos; entre los compatriotas y los extranjeros; entre los camaradas de clase y los enemigos de clase; entre los conductores y los conducidos."
(Popper, P-36, T 2)

"No puede haber amigos verdaderos sin enemigos reales. Si no odiamos lo que no somos, no podemos amar lo que somos. Estas son las viejas verdades que redescubrimos dolorosamente después de más de un siglo de discurso sentimental. Quienes las denienguen, deniegan su familia, su tradición, su cultura, su nacimiento, su propio ser... Para pueblos era busca de su identidad y reinventando su etnicidad, los enemigos son esenciales y las enemistades potencialmente más peligrosas ocurren en los intersticios entre las principales civilizaciones."
(Didbin, Michael, Dead Lagoon)

     Existen respecto a las identidades grupales dos concepciones valorativas, francamente opuestas, que responden a diferentes cosmovisiones y a herencias intelectuales enfrentadas. La trascendencia del tema y su obvia importancia para la determinación del comportamiento de los grupos humanos obligan a un análisis criterioso de ambas posiciones.
     Para la actitud intelectual particularista resulta fundamental que un grupo humano comparta sin retaceos un sistema de creencias, actitudes y valores -lo que nosotros venimos designando como paideuma-. Subraya los componentes de la inteligencia emocional, con sus respuestas rápidas y no-racionales, ligadas a la memoria arcaica, a los reflejos intuitivos e instintivos del ser.
     Alrededor de ese sistema compartido, hombres y mujeres de dicha comunidad adquirirán personalidad grupal y podrán actuar en proyectos, tanto conjuntos como individuales, desplegando la plenitud de su potencial de energías. Esto hace que la autoconciencia grupal juegue por sí misma una función importante en el comportamiento humano. La trascendencia de la sensación y emoción de la identidad se refleja en conceptos como el que sigue:

"La movilización espiritual en tiempo de conflicto es algo más que hablar desde el púlpito o la tribuna: es una necesidad humana.
Al son de los tambores y los clarines se saca a relucir a santos, antepasados, héroes, profetas y dioses; se invocan los mitos nacionales, las filosofías y las religiones, de modo que el más sencillo ciudadano pueda entenderlos, se tensa lo metafísico para dar un buen golpe. Si los adversarios son más o menos de igual poder, se va a la batalla confiadamente, orando cada bando a su dios, y una derrota limitada se refleja no en el dios, sino en la devoción y energía de sus adoradores. Cuando ambos oran al mismo dios, uno de los dos perderá, pero el dios no. Pero cuando una de las culturas es visiblemente inferior y lo conoce, la fe está en peligro. El hombre ha hecho a los dioses no a su imagen y semejanza, sino según sus necesidades; y cuando las necesidades cambian o no se satisfacen, tienen que cambiar los dioses también. El hecho nuevo de la superioridad y la dominación de los extraños ha de hallar un lugar, ha de naturalizarse y explicarse, en términos locales, en un nivel espiritual."
(Reed, R-24, p. 136)

     La fortaleza de la identidad, sea autoconsciente o intuitiva, ha actuado históricamente como aglutinante imprescindible para las acciones humanas. El que ha sido denominado por los antropólogos mono desnudo o bípedo implume tiene franca preferencia por actuar en banda. Sólo por excepción preferirá actuar solitario. Permanentemente, pero en especial en momentos de crisis, la identidad de cualquier grupo es la argamasa que crea las alianzas más entrañables y brinda las posibilidades de sobreponerse en conjunto a enemigos que individualmente serían insuperables.
     La perennidad ínsita en las sobrevivencias tradicionales las pone a cubierto de los cuestionamientos, les provee un consenso colectivo, más allá de las divisiones entre grupos, clases, etnias o culturas que suelen fracturar la sociedad. La preservación del patrimonio histórico físico (monumentos, museos) y espiritual (romancero, folklore, hábitos y valores profundos) se convierte en testimonio de vigor y supervivencia de la trayectoria histórica y fundante de cada pueblo. Es una manifestación accesible al vulgo del paideuma, frecuentemente amenazado y puesto en entredicho por las catástrofes y sacudones violentos, como también se constata a causa de la aceleración de la historia.

"La tradición popular, trasmitida de unas generaciones a otras, revela la existencia de un culto (por) la memoria de los tiempos pasados y de los hombres que fueron su alma; revela que hay una preocupación permanente por mantener la unidad del drama social, sin la que el espíritu colectivo se expondría a perder su punto de apoyo." 
(González, G-43, p. 18)

     El contrato narcisista de la tradición involucrado en los cimientos de la identidad de una comunidad cumple la tarea fundamental de colocar a cada mortal como eslabón de una cadena generacional. Es la manera de que cada uno tenga acceso a la historicidad de sus propios valores y comportamientos integrándose al imaginario social del grupo. Cada hombre y cada mujer necesita sentir y convencerse de que su propio ser fisico y espiritual, y las intituciones que le son familiares, son los prototipos aceptados por todo el grupo, a partir de los cuales juzga a los de afuera.
     Es un hecho de frecuente constatación que la identidad se empobrece o deja de existir porque predomina en la comunidad un pacto denegatorio de sus raíces. Cuando así sucede, ésta solamente es capaz de actuar como si, en una imitación pobre de las culturas realizadoras ajenas, pero que han sido tomadas como ejemplos dignos de imitación. El grupo se convierte en un montón de seres humanos agitándose incoherentes, sin llegar a constituir una verdadera comunidad dinámica, hasta que, eventualmente, consiga incorporarse netamente a los nuevos paradigmas, o sea, edificar una nueva identidad.
     La existencia de un mito grupal histórico, compartido, con figuras y hechos ejemplares, es un pasado usable imprescindible para cohesionar una identidad presente y afirma las bases para proyectarse enérgicamente hacia el futuro .

..."Si el sujeto pierde toda certeza del origen pierde el punto de apoyo que le garantice su inclusión en el conjunto. Cada sujeto diferirá permanentemente el encuentro entre el yo y el ideal."
(Castoriades Aulangier, fide Montevechio, M-70, p. 973)

     El serbio Ivan Colovic, citado por Goytisolo (G-50), se refiere al escenario iconográfico y el discurso político del nacionalismo étnico diciendo:

"...evoca y recrea un conjunto de personajes, sucesos y lugares míticos con miras a crear un espacio-tienapo, igualmente mítico, en el que los ascendientes y los contemporáneos, los muertos y los vivos, dirigidos por los jefes y los héroes, participen en un acontecimiento primordial y fundador: la muerte y resurrección de la patria."

     La suma de escenas del pasado usable consolidadas componen la cosmovisión propia del grupo, que pasa a integrar su imaginario colectivo y le brinda un marco acogedor de pertenencia y una seguridad de aceptación social. Es esta la función edificante de la tradición como cimiento para la consolidación de una identidad presente y una inspiración futura. Adquieren toda su capacidad edificante las ficciones orientadoras (Shumway, S-42) o los mitos fundacionales y el pasado usable (Finley, F-14; Commager, S-59; Ras, R-8)

"Cualquiera que pueda ser el juicio de la historia sobre los hechos generales de la conquista, era su relación con la moral y la justicia humanas, la poesía exaltará los nombres de esos soldados que conquistaron su gloria con su sacrificio, y la tradición americana perpetuará sus triunfos y sus desgracias rodeados con todo el encanto de lo extraordinario y de lo sublime; porque ellas se levantan de la esfera analítica para vibrar como música de la naturaleza sobre el nivel de los acontecimientos, retratando y exaltando lo que haya era ellos de maravilloso y de patético, de tierno y de dramático, y susceptible de despertar la fantasía y perpetuarse por el sentimiento y la admiración."
(González, G-43, p. 60)

     Como se ve una apelación a lo más profundo del hombre, hasta lo fantasioso, mucho más allá de lo que puede captar su razón.
Y se verá también actuar a la identidad como un mecanismo de defensa frente al ataque de los cambios impuestos por la adecuación a los tiempos. La resistencia a la modernización suele recurrir a la invocación hacia atrás de valores y actitudes preciados, al resurgimiento de lealtades culturales y religiosas, al rechazo de novedades institucionales, a la reentronización de ideales, próceres o usos políticos que parecían olvidados, al retorno a formas productivas artesanales (hippies), todas formas de resistencia al cambio que se hacen más notables con la aceleración de los procesos sociales.

La visión universalista

     Hasta aquí la visión particularista de los fenómenos sociales y su importancia. Sin embargo, este enfoque puede ser y ha sido atacado como parroquialismo intelectual y por su desvinculación con los grandes principios de la humanidad:

"La falacia lógica del relativismo cultural consiste en deducir la validez moral de toda costumbre o tradición por el mero hecho de ser aprobada por determinada cultura, es decir por el mero hecho de existir. Se subordina, de este modo, la ética al poder constituido, o por lo menos, al éxito."
(Sebreli, S-33, p.63)

     Hemos definido el narcisismo trófico o unitivo subyacente en las identidades grupales como etnocentrismo cohesionante. Su misma esencia hace que cuando se exacerba llegue a crear los destinos manifiestos, los hipernacionalismos y los chauvinismos, formas de arrogancia colectiva y beligerante, capaces de violentar a otros pueblos o culturas. Es la exasperación del castellano "al de casa, con la razón o sin ella" que se traduce ampliado al inglés como "my country, right or wrong". Es manifestación de un encierro mental opuesto a la apertura general, a la humanidad sobre el grupo, a la ciudadanía del mundo.

"Sabemos por amarga experiencia que el miedo a la diferencia, especialmente cuando se expresa mediante un reductivo y excluyente nacionalismo que niega cualquier derecho al otro, puede conducir a una verdadera pesadilla de violencia y de terror"
(Juan Pablo II, octubre de 1995)

     El concepto de la identidad cultural es una forma de particularismo que no debe significar una férula para impedir todo cuestionamiento al carácter o los comportamientos de los hermanos de identidad. Se ha visto condonar los mayores crímenes cuando sus autores son de los nuestros. Puede convertirse en la apología del prejuicio.
     Con el avance de los tiempos, la complejización de las culturas y la globalización de las comunicaciones, los elementos propios de cada identidad grupal son ahogados y diluidos por las diversidades importadas, pero, por lo mismo, son frecuentes las reacciones tribalistas y arcaístas para reinstalar los paideumas tradicionales atacados y que se siente la urgencia por proteger (Popper, P-36, 12, p.415).
     Muchos pensadores han llegado a aceptar la utilidad operativa de los prejuicios compartidos, aún en los casos que, objetivamente analizados, suenan falsos. Schelling, De Maistre, Gandhi, Barrés, Sorel, y hasta Lévi-Strauss y Herder elevaron a los mitos como fuentes de energías ocultas de los pueblos. Y, por supuesto, son numerosísimos los ejemplos de políticos sagaces que agitaron los mitos nacionales y los odios hacia afuera para reforzarse en el poder.
     Un ejemplo típico fue la exaltación de la identidad germánico-aria por los nazis.
     Segun Alfred Rosenberg:

"El valor que a un dios o a un héroe se le infunde es lo eterno, tanto para bien como para mal. Puede morir una forma de Odín, pero Odín, es decir el arquetipo eterno de las anímicas fuerzas primigenias del hombre nórdico, vive hoy lo mismo que hace cinco mil años... el último saber posible de una raza se contiene ya en su primer mito."

     Y según Sebreli (S-33, p. 101):

"El retorno a los orígenes fue la huida de una sociedad corno la alemana de interguerras, que tenía serios problemas para integrarse al nivel histórico contemporáneo. La falta de un consenso entre los grupos antagónicos que impidieron la estabilización de la democracia en la República de Weimar, llevó a la búsqueda, en el nazismo, de la solidaridad emocional e irracional de los grupos primitivos, las tribus o las familias numerosas de los tiempos arcaicos. La `sopa del pueblo' tomada de una misma fuente por los nazis, es la reconstrucción de la antigua costumbre espartana. Aún los cultos dionisíacos intentaron ser revividos por las orgías de Rohem y los efebos de las S.A. "

     Hitler mismo postularía:

"...ningún ser humano puede tener relaciones íntimas con una realización cultural si no emana de los elementos de su propio origen."

     La utilización de un ejemplo de identidad tan ampliamente rechazado como el nazi, que conduciría a un conflicto mundial de magnitud nunca vista, debe complementarse con la mención de otros innumerables casos de identidades grupales aunque no tuvieran resultados tan catastróficos a mediano plazo. Nos hemos referido ya a las identidades nacionales de los países occidentales en sus épocas.de expansión imperial. También resulta un ejemplo muy ilustrativo el caso de la identidad nacional WASP en los Estados Unidos determinante del fuerte carácter del American way of life y su correlativo destino manifiesto, hasta servir de fundamento a políticas como la del speak slowly and carry a big stick, de Theodore Roosevelt.
     No hace falta recordar los sádicos genocidios y las purgas étnicas que han sacudido la última década del siglo XX, como un resurgimiento magnificado mil veces de lo que ocurría hace diez mil años, cuando la horda de una caverna se lapidaba contra la de la vecina.
     Entre los latinoamericanos mismos algunos subgrupos culturales como los americanistas prohispanos nostálgicos del equilibrio patricio llegarán a cuestionar la república y el orden jurídico constitucional inspirados en el modelo republicano estadounidense, por considerarlo ajeno al ser nacional. Entre los hispanófilos habrá quienes aún hoy repudian la influencia liberalizadora dieciochesca de los Borbones y propician seriamente un retorno al ideario de los grandes Habsburgo.
     En resumen, el debate sobre la identidad cultural parece destacar la eficacia social del esprit de corps, pero, paralelamente, la posibilidad siempre presente de que ese sentimiento cohesionante se exagere hasta adquirir caracteres francamente indeseables, hasta criminales, y que pueden resultar suicidas por invitar reacciones opuestas, de similar o mayor violencia. Como en muchos fenómenos sociales, el desafio consiste en hallar el equilibrio en un justo medio, una aurea mediocritas, que garantice solidez colectiva a una comunidad, sin caer en un cierre mental pernicioso. En esencia es un proceso más que exige el predominio y control del sector de la inteligencia racional sobre la emocional.
     Ya para Weber y para muchos autores posteriores la civilización es una tendencia de racionalización que conduce al desencantamiento del mundo por vía de un creciente conocimiento de las ciencias y las técnicas post galileicas. Es en esto que se cifra el largo periodo de supremacía occidental por haber permitido reflejar la racionalidad científica sobre todos los actos sociales, a despecho de recaídas circunscriptas y fugaces en fases de verdadera barbarie. El avance continuo del objetivismo racionalista consolidador de instituciones eficaces debe constituirse en el parámetro de comparación universal para analizar cerebralmente cada caso, aunque en cada uno será inevitable tener en cuenta residuos trascendentes surgidos del corazón.
     También conviene recordar que la causación secundaria de los fenómenos sociales, expuesta inicialmente por Gunnar Myrdal, está haciendo que la generalización del pensamiento científico racional, con su desdén por los símbolos y los ritos de profundo valor subjetivo, se convierta en uno de los principales causantes del malestar tan notorio en la civilización moderna en la que el hombre queda como un barco a la deriva.
     No es un problema fácil, puesto que la función clave de la identidad cultural para la eficacia social de los pueblos a corto plazo, la convierte en un factor político-táctico-estratégico de primera categoría que muchos se sienten tentados de esgrimir a su favor egoístamente, con franco olvido del viejo concepto tomista del bien común que conserva incólume su prestigio moral.
      Serán habituales las apologías o los denuestos contra álguna identidad, procedentes de los grupos que se benefician o se sienten amenazados por ella, aunque sea en términos de competencia legítima y, más aún, cuando se originan circunstancias extremas, como ocurre con desoladora frecuencia.
     El hecho de ser el grado y la calidad de la identidad, más que la identidad misma, sus aspectos fundamentales, crea frecuentes dualismos. Citemos como ejemplo las declaraciones de Elie Wiesel, ganador del Premio Nobel de la Paz por su denuncia del Holocausto. Después de criticar duramente al fundamentalismo, o sea una de las formas de identidad militante definiéndolo como uno de los problemas más acuciantes del mundo actual (Wiesel, W11), termina confesando que conserva en su estudio neoyorkino una fotografía de su humilde casa natal en Europa, porque para él es esencial recordar siempre nuestro origen. Una reivindicación emocional de sus propias raíces tradicionales. La identidad que él rechaza para otros, le parece fundamental para la supervivencia de su propia estirpe.
     En términos éticos todas las identidades, y más cuanto más fuertes sean, se constituyen en limitantes estrechos para una visión ecuánime del mundo. Sin embargo, en términos de conflicto humano -y el conflicto parece ser una forma inseparable de la humanidad- la identidad es un arma muy fuerte, que por ser una manifestación difícilmente gobernable del alma humana debe ser morigerada por la razón.
     A esta altura conviene recordar que el universalismo que acompañó a la difusión planetaria de la civilización occidental está siendo cada vez más fuertemente resistido. Numerosas identidades religiosas, culturales, étnicas y regionales, largamente encubiertas por el concepto del Estado Nacional, también demandan el reconocimiento de sus particularidades. No solamente los pueblos musulmanes, los confucianos, los sucesores de las ex URSS, Yugoeslavia, Checoeslovaquia, sino también infinidad de minorías, tribus y hasta sectas religiosas en todos los puntos del globo remarcan sus diferencias combativamente. La amenaza implícita por la experiencia histórica, es que toda segregación cultural de este tipo tiende a limpiar al mundo y a sí misma de quienes no comparten su cosmovisión. Es inevitable que quienes se abrazan ardientemente a una identidad cultural militante caigan bajo gobiernos autocráticos autoerigidos en campeones del grupo y capaces de los mayores crímenes para entronizar la ideología considerada como la única merecedora de supervivencia (Huntington, H-48; Touraine, T 15; Miguens, M-59).
     Esta situación crea desafíos adicionales para quienes, como los latinoamericanos deben buscar su alineamiento dentro de los grandes grupos civilizatorios, además de insertarse dentro de la economía irreversiblemente globalizada.

Las identidades latinoamericanas

"Todas las doctrinas que tratan de explicar realidades tan dramáticas, como la pobreza, los desequilibrios sociales, la explotación, la ineptitud para producir riqueza y crear empleo, y los fracasos de las instituciones civiles y la democracia en la América Latina se explican, en gran parte, como resultado de la pertinaz y generalizada actitud irresponsable de jugar al avestruz en lo que respecta a las propias miserias y defectos, negándose a admitirlos -y por lo tanto a corregirlos- y buscándose coartadas y chivos expiatorios (el imperialismo, el neocolonialismo, las transnacionales, los injustos términos del intercambio, el Pentágono, la CIA, el FMI, el Banco Mundial, etcétera) para sentirse siempre en la cómoda situación de víctimas y, con toda buena conciencia, eternizarse en el error."
(Vargas Llosa, V 6)

     Las comunidades y naciones integrantes del gran grupo de culturas criollas y sus componentes adolecen en general de identidades débiles, fragmentarias, por estar plagadas de conflictos profundos cuya etiología y patogenia interesa analizar. Es evidente que los pueblos criollos no tienen una identidad nacional única, compartida por todos o por una mayoría abrumadora de sus miembros, sino que coexisten en ellos dos o más identidades, propias de los grupos sociales étnica y culturalmente diferenciados presentes en su seno. La dificultad se agrava cuando las identidades referidas, no solamente son diferentes, sino francamente hostiles entre sí, con lo cual la identidad híbrida que supuestamente se encontraría en formación en estos países nuevos, viene marcada por desencuentros y conflictos profundos, ancestrales, cuya superación supone serios obstáculos para avanzar progresivamente. Las sociedades del tipo estamental, o sea las divididas en capas o castas sociales muy diferenciadas, gastan la mayor parte de su energía protegiendo celosamente los intereses de cada grupo contra la permanente amenaza de los demás. Así surge una autodefensa del orden formal por la violencia, que es vista por el vulgo como ilegítima e invita a la violencia para cambiarlo.
     Esto explica la necesidad de la fuerza en estas sociedades para mantener el orden y su caída reiterada en el cambio político violento. Así surge una actitud de evitación instrumental (instrumental avoidance) que previene y elude posibles complicaciones coartando permanentemente la iniciativa. Se reduce, de este modo la sinergia, y se impide la individualización creativa y la asociación cooperatoria.

"La principal habilidad que cuenta en estos países estamentales, que por eso son subdesarrollados, es la de defender los nichos sociales que se ocupan en la escala jerárquica y las posesiones económicas, contra las depredaciones de los otros grupos de la sociedad, a través del Estado, y no la de crear, producir o realizarse como persona."
(Miguens, M-59, p. 35)

     Los cambios históricos en América Latina al lograrse la independencia de España, las muchas asonadas y revoluciones voceando altisonantes propuestas, así como las normas que abolieron nominalmente fueros y privilegios y pregonaron enfáticamente la igualdad de todos ante la ley, no han modificado más que superficial y parcialmente el sistema estamental de privilegios grupales heredados de la colonia. La imitación de las clases elitistas, que prima en las clases medias en ascenso social, las hace copiar y fundirse en la estructura estamental, resistiendo así atrincheradas, las presiones de las masas integradas por individuos de personalidad pasiva y escaso armamento psíquico y social para reclamar con posibilidades un tratamiento ecuánime. Aún los dirigentes más populares que se supone encarnan los intereses de las clases humildes, cuando acceden a cargos elevados (legisladores, dirigentes sindicales, directores de empresas estatales, etc.) se amoldan a la imagen del nuevo estamento que ahora ocupan y actúan en consecuencia. Ello se debe en parte, al hecho que los nichos estamentales están fuertemente instalados y, en parte, porque no existe una presión coherente de los sumergidos para sustentar sus reclamos.
     Esta actitud se extiende a los movimientos y partidos políticos que surgen por métodos revolucionarios como representantes de las masas desposeídas y arrasan con la dirigencia preexistente. Adoptan nombres llamativos y exhiben actitudes doctrinarias y demagógicas para, tras poco andar, sustituir a los derrocados con idénticas actitudes estamentales. Lo que no se ha creado es una verdadera democracia sobre bases de racionalidad e imparcialidad.

"Estos movimientos revolucionarios modernos son continuadores de la tradición colonial hispana de desprecio a la ley y al orden jurídico universalista, racional e igualitario sin acepción de personas, o sea aquel donde la imparcialidad impersonal es preferida a la simpatía parcial."
(Miguens, M-59, p. 41)

     A esta realidad innegable obedece que las sociedades criollas deban catalogarse como lentas en su evolución civilizatoria, perdiendo posiciones inclusive frente a sus madres-patria europeas. Estos conflictos van mucho más allá de las manifestaciones externas de la vida social, económica y política, ya que se encarnan en la intelligentzia, y en los liderazgos político-partidarios que aportan munición ideológica-científica en la disputa. De eso resulta que ninguno de los grupos es capaz de adoptar formas psicológicas creativas que le permitan liderar una identidad única, ni convertirse en minorías dinámicas que sobresalgan netamente sobre la infraestructura demográfica de nivel general inferior(1). Resulta evidente que al efecto amilanante derivado de la derrota frente a los representantes de culturas hegemónicas, se suma que los miembros de las culturas dominadas encuentran serias dificultades dentro de su propia disposición psicosocial para absorber los rasgos tecnotrópicos y los componentes de alto capital social ofrecidos por el contacto con las culturas adelantadas. La posibilidad que llegó inicialmente encarnada en los grupos dominantes odiados y las instituciones que ellos prohijaban, es hoy difundida ampliamente por las comunicaciones modernas. Libre del estigma de la dominación política extranjera, sigue siendo repudiada por su esencia cultural diferente derivada de su evolución histórica.
     Repitamos que el proceso de avance en la civilización, identificado actualmente con la modernización, implica básicamente salir de las formas culturales arcaicas en la que predominan actitudes de confianza en lo mágico, que aceptan la arbitrariedad y la dependencia de las personas, que toleran la excepción a la regla, el beneficio del interés inmediato y la remuneración al servicio personal, sin consideraciones éticas, sustituyéndolas crecientemente por conceptos de autonomía de la persona sujeta a la universalidad de la ley, la remuneración objetiva del mérito sin favoritismos y la ética del trabajo. En la acumulación de estos valores, esencia del tecnotropismo, consiste la capitalización social y ésta no es un fenómeno instantáneo. Tiene siempre una variable tiempo, dependiente de muchos factores.
     Para que una comunidad ejerza su tecnotropismo hacia una acumulación intensa de capital social en instituciones instrumentales debe generalizarse en sus miembros la convicción de que su ambiente es abierto y flexible para todos y que el esfuerzo legítimo en cantidad y calidad siempre es retribuible con justicia.
Todos los pueblos del mundo han acumulado en sus culturas e instituciones un juego de limitantes formales e informales que constituyen un clima adecuado para la acumulación de capital social en equilibrio dinámico. Este crece gracias al aumento de conocimientos y destrezas de la población, a la institucionalización y fortalecimiento de funciones y servicios, al prestigio en aumento de la excelencia, y la disciplina orgánica. No hace falta decir que esta es la realidad en comunidades cuyo paideuma contiene limitantes orientados hacia un fuerte tecnotropismo y con caracteres realizadores firmes.
     Por el contrario, la acumulación de capital social se hace más lenta, o hasta retrocede, cuando las personas más capaces son perseguidas o expulsadas, cuando se cierran o vegetan sin esperanzas las instituciones, cuando virajes súbitos en las políticas dejan inconclusas lineas de trabajo y formaciones individuales o institucionales costosas, si se encumbra a mediocres dóciles o comprometidos personalmente, si se generaliza la impunidad de los infractores y otras formas de despilfarro de recursos. Esto conduce a un deterioro liso y llano, o a un crecimiento con ritmo inferior al posible. Con el paso del tiempo la acumulación diferente del capital social se revela claramente por los caracteres conducentes y efectivos que ha adquirido, o no, toda la estructura social para un rápido avance.
     El cambio perfectivo constante, valioso en todas las épocas, se establece como una necesidad perentoria del mundo moderno y, por lo tanto, desde los pequeños grupos, hasta las nacionalidades, que no están dispuestas o son incapaces de entrar en ese ritmo, con frecuencia frenético de cambios, sufren el castigo ineludible de perder posiciones en la escala de los países.
     La elección de la metodología para construir los limitantes de conducta eficaces entra dentro del manejo político de las naciones. A las pugnas de partidos y facciones para ganar y ejercer el poder necesario para hacerlo, en uno u otro sentido, obedecerá que con frecuencia se pretenda justificar algunas disposiciones contrarias al tecnotropismo general, como las que se enumeran antes, justificándolas como formas de debilitar a las oposiciones internas que, quienes están en el poder, acusan de algún pecado perjudicial para el bien común. La tolerancia del disenso, componente fundamental de la democracia, resulta muy difícil en comunidades en las cuales las luchas políticas y doctrinarias asumen caracteres maniqueos y violentos.
     Sólo en algunos pueblos se dan espontáneamente las condiciones de plasticidad política y social que permiten acelerar la incorporación de comportamientos realizadores modernos, sin desdeñar, ni abjurar de su tradición y de su pasado usable y sin provocar reacciones adversas en su propio seno. Más bien lo enriquecen en elementos de capital social que el pueblo aprecia.
Dicha flexibilidad puede llegar inclusive a superar los traumas derivados de haberse visto sometidos, vencidos y frecuentemente esclavizados en el pasado, por pueblos más poderosos. Algunos países, grandes y pequeños, fueron capaces de absorber las enseñanzas occidentales, readaptarlas a sus propias formas y valores tradicionales, para llegar a competir y hasta superar a pueblos del Primer Mundo que inicialmente les eran superiores en vigor institucional y riqueza.
     Otros pueblos, por el contrario, se muestran rígidos y contumaces en sus rasgos culturales arcaicos, aferrados a instituciones obsoletas e ineficaces. Un ejemplo típico lo constituyó el Irán imperial de Reza Pahlevi, cuando sus políticas fuertemente modernizantes provocaron la santa indignación de los ayatollahs que lograron derribar su dinastía reemplazándola por un estado fundamentalista, con expreso repudio del Gran Satán del modernismo.
     En el caso de Latinoamérica la aceleración del proceso modernizante o modernización todavía es escasa. Aún son evidentes los esfuerzos de los aborigenistas y de los ideólogos antioccidentales por rechazar la modernidad, a la que acusan de todos los vicios, responsabilizándola por un atraso que, bien mirado, traían las culturas autóctonas desde antes del contacto con Occidente y que la dominación colonial sólo congeló. A la estructura estamental debe atribuirse una inconsciente contumacia, no en el cultivo de la tradición propia que no debe olvidarse, sino en el rechazo de los estímulos progresivos. En ella rige crónicamente una selección negativa. El competente, al no poder triunfar por el trabajo honesto cae en el desaliento o recurre a coartadas ilegales o inmorales. Así prosperan la viveza, las trenzas, la coima y otras formas deshonestas. El horizonte de planeamiento vital y del trabajo pierde su sentido de futuridad estimulando los proyectos efímeros y oportunistas. Surge la pasividad, la irresponsabilidad.
     Lo real es que la civilización no es un hecho estático, sino un proceso que continúa avanzando en muchos frentes distintos, sin que nadie pueda vanagloriarse de haber alcanzado un desarrollo óptimo final. Las complejas realidades de las sociedades atrasadas en la desbarbarización llenan de indignación a los moralistas de hoy, en la misma forma que ya ocurría en tiempos de la sociedad hispano-colonial. Es de todo punto favorable que exista, aún minoritaria y poco escuchada, una porción de la población insatisfecha, constituyéndose en fermento propulsor del avance. Recordemos que, en pueblos muy atrasados, no existen o tienen relevancia insignificante los grupos motores de avances en el control de la naturaleza, preocupados por el futuro y buscando la consolidación institucional que permita ir superando objetivamente los problemas sociales. En este tipo de comunidades los sistemas de dominación son de tipo patrón-clientela y en ellas no existe un respeto generalizado de la ley. Tienen típicamente una concepción más bien plástica de la verdad y una desestima de la relación causa-a-efecto de los actos, lo que se traduce en una general permisividad y falta de rigor con que se encaran los temas más variados. Eso lleva al más-o-menismo, a la preferencia del discurso frente a la acción, a la subestimación del mérito y de la excelencia; surge así la simulación del talento, el amiguismo y el chantapufismo(2). En estas comunidades predomina el egoísmo individualista, favoreciendo los maniqueísmos, las facciosidades irreductibles y dificultando los compromisos y la aceptación de otras opiniones. El estilo impuesto a la vida instalará relaciones caprichosas, y se observarán a diario ejemplos de deserción de responsabilidades y de valores éticos de convivencia, se generalizará la tendencia a usurpar títulos y honores, a avanzar sobre la propiedad pública y privada, y a trasladar sin escrúpulos las externalidades onerosas de la acción propia sobre otros. Se constatará a diario la destemplanza en prever las consecuencias de los hechos y de las palabras.
Miguens subraya que expresiones como no te metás, quedate piola, el que habla pierde, hacete amigo del juez y otras del mismo jaez responden a esa estructura psico-social básica (M59).
     Los escasos individuos de moralidad exigente que habitan en este tipo de comunidades, heridos cotidianamente en su sentido ético innato por lo que ven suceder a su alrededor, terminan por caer en reiterados desencantos, hasta imponerles una actitud escéptica y cautelosa. Los continuos sobresaltos producidos por la convivencia dentro del sistema institucional tradicional citado colocan al hombre permanentemente a la defensiva y provocan un permanente y elevado costo de transacción, capaz, por sí sólo, de elevar el costo nacional(3) descolocándolo frente a la competencia exterior. Estas comunidades viven enfermas de escasez de capital social, una suerte de desnutrición axiológica que determina una subconvivencia. La sociedad estamental según José E. Miguens, la sociedad desmoralizada de Gertrude Himmelfarb, la sociedad transgresora, de Pedro J. Frías, la sociedad de opositores de Ernesto Sábato, son definiciones de este tipo de comunidades con rasgos culturales de larga historia
     En el mundo actual, caracterizado por el predominio de la tecnociencia y sus efectos (globalización de comunicación y comercio, pérdida de trascendencia de las soberanías nacionales, énfasis en eficiencia y competitividad y, por el contrario, desazón de grupos numerosos, surgimiento del llamado Cuarto mundo, y de la era del vacío, las comunidades con caracteres marcados de atraso en el disciplinamiento civilizatorio se caracterizan por estar integradas por personalidades psicológicas egoístas y particularistas orientadas a sobrevivir en un equilibrio de suma final cero. Esta no es la actitud tecnotrópica o realizadora, traducida en un capital social copioso para determinar la ubicación de los pueblos por su desarrollo relativo. La idea del progreso que, con altibajos, ha estado presente desde mucho antes, pero con particular presencia desde la irrupción en la historia de los avances científicos, aparece así condicionada. Algunas comunidades son capaces de protagonizar un avance rápido, en tanto que otras, la mayoría, avanzan poco o nada, a pesar de tener a su alcance los mismos recursos del conocimiento. Aunque la medición directa del capital social sería muy ilustrativa, se trata de un problema complejo. Recién ha comenzado a reconocerse en la teoría el valor de las instituciones y la necesidad de prestar atención a aspectos de desarrollo político, psicológico y social, y de la conservación del ambiente, además de los más abordables de la economía (North, N-8 y N-9; Myrdal, M-86).
     Un aspecto complementario importante en el escalonamiento de los pueblos es que el tecnotropismo tiene la propiedad de potenciarse por su propia dinámica. Es evidente que la riqueza y el poderío crecidos por el uso excelente de los recursos científicos posibilitan por sí mismos instituciones grandes y sólidas e incrementan los recursos, lo que aumenta naturalmente la posibilidad de encarar proyectos cada vez más ambiciosos y sofisticados. No puede extrañar que los continuos avances de ciencias y técnicas tengan raramente origen en la pobreza del África subsahariana o en el Oriente Medio, brotando en cambio a raudales de las universidades y laboratorios bien provistos y excelentemente manejados y ricamente financiados del Primer Mundo, con sus siglos de ventaja en la preservación e integración del stock de capital social.
     Cuando el avance se hace demasiado lento para las aspiraciones de los progresistas y los rasgos bárbaros perduran porfiados, se multiplican los casos de cansancio moral, o de pecado de tristeza, precisamente en los que han sido los más ardientes sostenedores de los comportamientos civilizados. Se repetirán las renuncias y hasta los suicidios de personalidades políticas e intelectuales en puntos elevados de sus carreras. Son reveladoras frases como las de Sarmiento en carta a un amigo, escritas sin duda en algún período de desesperanza entre sus arduas luchas:

"...tengo una enfermedad de desencanto, desencanto de nuestro país y de nuestra capacidad gubernativa que, de explicarla y fundada, te haría caer las alas del corazón... uno se siente ser algo por comparación y sólo así se puede vivir en este mundo estrecho, en este país secundario, en este cuerpo caduco."
(fide Pasquini, P-9)

     La realidad cotidiana en los países latinoamericanos, salvo durante los históricamente fugaces períodos de auge, da abundantes motivos para el escepticismo y desencanto de quienes elevan la mirada y desearían ver a sus patrias a la par de los pueblos del Primer Mundo. Otros, por el contrario, se reconcentran buscando enorgullecerse de su semibarbarie, conviviendo sin tensiones con la dotación de instituciones, sentimientos y emociones arcaicas.
     La evolución transgeneracional desde los rasgos bárbaros hacia formas crecientemente civilizadas puede producirse con ritmo y velocidad diversa. Será siempre con incorporaciones de capital social en forma de personalidad realizadora, en sistemas de dominación y relación horizontales y democráticos e instituciones eficaces que elevan el tecnotropismo. De no ser así, no hay verdadero avance en la civilización.
     No es que el avance requiera ser unidireccional. Cada grupo seguirá su propio derrotero. Inclusive el objetivo final puede revestir formas diversas. Popper (P-36, T. II, Notas a la introducción) define la sociedad abierta, por oposición a la sociedad cerrada de Bergson, cuando ésta recién salida de manos de la naturaleza, deja de creer en los tabúes mágicos y sus miembros pasan a preferir la autoridad de su propia inteligencia, algo similar a la gran sociedad de Graham Wallace, que se maneja según la conciencia personal interior, propuesta por Miguens o la buena sociedad postulada por Walter Lippmann. Otros, la identifican con el predominio del pensamiento científico (Sebreli, S-28), con el modernismo (Vargas Llosa, V 6) u otros parámetros, pero cualquiera sea la tipología elegida, la desbarbarización progresiva deberá ir incorporando libertades y garantías individuales y confianza en las instituciones que redundan en el incremento del capital social. A la luz de las sistematizaciones científicas recientes (Goleman, G-37 y G-37b; López Pasquali, L-37) son todos avances del pensamiento racional en el control de las pulsiones de la inteligencia emocional.
     No es que ésta última forma de pensamiento desaparezca definitivamente del hombre civilizado, ya que está arraigada en una sedimentación milenaria. Volverá a presentarse en casos aislados en que un individuo o grupo actúan fuera de sí y cometen actos de los que se arrepienten luego amargamente. Goleman aporta nutrida casuística psiquiátrica y criminalógica. Puede también por momentos predominar sobre toda la comunidad durante períodos relativamente prolongados, paralelamente a caracteres fuertemente tecnotrópicos. Tal situación se vio, por ejemplo, en el siglo XX, cuando prédicas hipernacionalistas de fuerte exaltación emocional llevaron a países enteros de elevado nivel cultural, como Alemania, Italia, la Unión Soviética y el Japón a aventuras imperiales de dominación mundial y a crímenes de los que hoy, pasada esa furia emocional y de nuevo en control la racionalidad, abjuran avergonzados. Ya hemos visto que todos los casos de arrogance of power evidenciados en el imperialismo de los países industriales tienen asimismo un fuerte contenido de inteligencia emocional.
     La historia exhibe infinitos ejemplos de pueblos que han avanzado velozmente en la desbarbarización, en tanto que otros han sido superados y, algunos, hasta han retrocedido en parámetros claros de civilización.
     Casos típicos de modernización rápida son, por ejemplo, los escandinavos. Desde los orígenes feroces de vikingos o northmen que en los siglos X al XII, saliendo de los fiordos boreales habían desolado; desde las islas británicas y Francia, hasta Sicilia y Constantinopla, en los ocho siglos siguientes se colocaron en la vanguardia de la civilización.
     Un caso inverso son los otrora civilizados de la antes luminosa Magna Grecia, hoy Mezzogiorno, de Italia, que viven subsidiados por los ex barbarísimos longobardos de la Lombardía, que revelaron una mucho mayor y más veloz capacidad para acumular capital social (Floria, F-17).
     Contemplando estos ejemplos de rápidos avances, uno puede preguntarse:

"¿Por qué extraña razón Oriente eligió (alrededor de los siglos XII al XIV) la irracionalidad, el despotismo, la magia, la emoción, la inmovilidad, la pasividad, la intolerancia, la contemplación, el ensimismamiento, la autoridad, la tradición? El atraso teórico y científico, el nulo desarrollo económico, no pueden explicarse por razones étnicas o raciales, ya que los orientales demostraron en otros tiempos un espíritu creador superior al occidental; fueron las primeras civilizaciones de la historia. Los chinos inventaron el papel, la brújula, la pólvora, la astronomía, la imprenta. ¿Por qué entonces no supieron qué hacer con esos inventos y sólo fueron capaces de usarlos como juguetes, en tanto que en manos de los occidentales, transformaron el mundo?"
(Sebreli, S-33)

     Según la interpretación cultural postulada, habría faltado en estos pueblos un segmento fundamental del tecnotropismo, el que aprovecha los inventos y descubrimientos en la práctica cotidiana. El ejemplo opuesto sería, dentro de la misma región geográfica, el de los japoneses, que han demostrado en el último siglo y medio un excepcional talento para aplicar y perfeccionar en sus instituciones y en la producción inventos que han sido en su mayoría, copiados, robados o comprados a otros pueblos.
     Hoy, despiertan admiración otros muchos millones de pobladores de los Tigres Asiáticos que han superado las limitaciones del pasado y recorren raudos la carrera del modernismo.
     Por el contrario, pueden señalarse también en el Oriente actual, momentos desgraciados de retroceso evidente, de destrucción masiva del capital social acumulado lentamente por una sociedad. Es un ejemplo trágico la tiranía paranoica de Pol Pot en Camboya, que particularizó el genocidio de su pueblo, no solamente sobre cuantos sabían leer, sino también sobre cuantos eran denunciados por usar anteojos, grave presunción de haber en algún momento leído.
     Oleadas de furia antieducación formaron parte de las manifestaciones de la Revolución Cultural en la China de Mao y similares raptos destemplados de signo tecnófobo y arcaizante, frecuentemente llevados hasta las persecuciones y el crimen, se observan hoy también en algunos regímenes fundamentalistas.
Acercándonos a la América Latina, las montoneras de la Guerra Federal de Venezuela, entre 1859 y 1863, combatían tras el lema ¡mueran los blancos y los que sepan leer y escribir!!!
     En la Argentina populista de 1945 las modernas montoneras pregonaban ¡alpargatas sí, libros no! y hasta algunos exaltados se enardecían a los gritos de ¡haga patria, mate a un estudiante! Por fortuna estos lemas fueron fugaces y no alcanzaron a superar los controles de la inteligencia racional de sus manifestantes.
     Todo esto para subrayar que los mecanismos psicosociales que alteran el ritmo del progreso están disponibles. Sólo debe acertarse en su manejo, y esa es la responsabilidad de quienes se arrogan la función de liderazgo en los complejos procesos evolutivos que bullen en las sociedades.

Notas al pie

(1) Esta situación ha sido muy perceptible con las minorías levantinas, judías o libanesas y con los grupos de comerciantes chinos e hindúes que prosperaron en los países de África o el Asia en los que se radicaron, hasta ser expulsados por el despecho de las mayorías autóctonas que los rodeaban, incapaces de reproducir su productividad.

(2) Chantapufi y su apócope chanta son argentinismos derivados del genovés ciantapuffi, el clavador de clavos, para designar al individuo indigno de confianza.

(3Expresión que se ha generalizado para definir los riesgos y costos implícitos en la realidad del paideuma argentino, usada, creemos, por primera vez , por Alcides López Aufranc, en La Nación.