Cualquier intento de diagnóstico, pronóstico o
tratamiento de una cultura tendrá que referirse a la misma como es visualizada
por sus propios miembros.
Las diversas definiciones de la identidad de un grupo
humano resultan aplicaciones del concepto general de paideuma, en forma de
valores concientes o subconcientes de la personalidad de dicho grupo, su
diferenciación de otros y el establecimiento de fronteras psicológicas dentro
de las cuales sus fuerzas morales pueden avanzar hacia sus objetivos y
desarrollar su potencial y su capital social. En su acepción vulgar; la
identidad de un grupo humano coincide con el viejo concepto de esprit de corps.
Éste puede aplicarse desde la comunión espiritual de dos amigos, que los ayuda
a sobrellevar juntos las contingencias de la vida, pasando por las solidaridades
de partidarios de un mismo club deportivo, de los miembros de un centro de
residentes regionales o la camaradería de una legión de veteranos de guerra,
hasta las identidades multitudinarias de todos los nacidos bajo una misma
bandera o de los creyentes en la misma religión. Estas solidaridades son en su
mayoría de tipo notoriamente emocional, originadas en el denominado cerebro
límbico. Muchas son de carácter subconsciente.
El carácter unitivo de la identidad compartida le
asigna gran popularidad en el vulgo. Cada ser se siente fortalecido al dejar de
estar solo. Por lo mismo, la identidad será agitada como bandera de combate por
los individuos extremos dentro de cada grupo, interesados en todo lo que pueda
reforzarlos en las pugnas contra otros grupos.
La solidaridad hacia adentro del grupo resultante de
los valores, vivencias y creencias compartidas, se manifiesta frecuentemente
como prevención y hasta agresividad hacia afuera o sea hacia quienes no
participan de la misma identidad. Es parte del proceso instintivo de formación
y consolidación de la identidad definida por los otros. En general, es más
fácil para un grupo decidir lo que no quiere ser, sentir o hacer, que lo
opuesto. Cualquier identidad de un grupo numeroso debe compatibilizar las
identidades propias de los subgrupos culturales que lo integran. Como es
lógico, esto se verá favorecido si las divergencias entre ellos son poco
significativas.
Las crisis de todo tipo y las amenazas exteriores
constituyen verdaderos catalizadores de las identidades. El instinto de defensa
con raíces en la prehistoria, al ser despertado por una amenaza real o
imaginada, hace olvidar las diferencias menores, para resurgir éstas al
terminar la emergencia. Nada puede haber consolidado más la identidad de los
diversos grupos judíos de Israel que la amenaza estentórea de los árabes que
los rodean. Lo mismo puede decirse del alma rusa que nunca cohesionó tanto a
los cientos de nacionalidades que comprende, como bajo las invasiones sueca,
napoleónica o hitleriana.
Existen diferencias muy grandes en el tipo de identidad
de diferentes grupos, y esto permite clasificaciones diversas. Según su firmeza
y el consenso con que son vistas por el grupo mismo, tendremos identidades positivas, congruentes con sus raíces tradicionales y su accionar presente, en
tanto que otras identidades serán negativas, cuando, por renegar de sus propios
elementos, procuran entronizar paradigmas ajenos. Un tercer tipo de identidad
puede definirse como difuso, en el cual sus epígonos siguen en búsqueda
afanosa de variantes en los valores y actitudes tipo. Puede existir una cuarta
variedad de identidad escéptica, en la cual todos los caminos posibles son
tomados sin convicción, con beneficio de inventario, y, por último, existen
identidades conflictivas, rasgos culturales que sugieren consciente o
inconscientemente graves duelos interiores dividiendo, más que unificando,
tradición, presente y visión del futuro. Estos conflictos se tornan
particularmente graves en las sociedades de tipo estamental, en las cuales las
capas sociales netamente diferenciadas y a la defensiva de sus respectivos
privilegios, tienden a configurar subidentidades fortaleciendo dichas
diferencias y subrayando los aspectos que las enfrentan.
La vision particularista
... "Nuestra reacción natural es la de dividir la
humanidad en amigos y enemigos; entre los que pertenecen a nuestra tribu
o a nuestra colectividad emocional y los que permanecen fuera de éstas;
entre los creyentes y los descreídos; entre los compatriotas y los
extranjeros; entre los camaradas de clase y los enemigos de clase; entre
los conductores y los conducidos."
(Popper, P-36, T 2)
"No puede haber amigos verdaderos sin enemigos
reales. Si no odiamos lo que no somos, no podemos amar lo que somos.
Estas son las viejas verdades que redescubrimos dolorosamente después
de más de un siglo de discurso sentimental. Quienes las denienguen,
deniegan su familia, su tradición, su cultura, su nacimiento, su propio
ser... Para pueblos era busca de su identidad y reinventando su
etnicidad, los enemigos son esenciales y las enemistades potencialmente
más peligrosas ocurren en los intersticios entre las principales
civilizaciones."
(Didbin, Michael, Dead Lagoon)
Existen respecto a las identidades grupales dos concepciones valorativas,
francamente opuestas, que responden a diferentes cosmovisiones y a herencias
intelectuales enfrentadas. La trascendencia del tema y su obvia importancia para
la determinación del comportamiento de los grupos humanos obligan a un
análisis criterioso de ambas posiciones.
Para la actitud intelectual particularista resulta fundamental que un grupo
humano comparta sin retaceos un sistema de creencias, actitudes y valores -lo
que nosotros venimos designando como paideuma-. Subraya los componentes de la
inteligencia emocional, con sus respuestas rápidas y no-racionales, ligadas a
la memoria arcaica, a los reflejos intuitivos e instintivos del ser.
Alrededor de ese sistema compartido, hombres y mujeres de dicha comunidad
adquirirán personalidad grupal y podrán actuar en proyectos, tanto conjuntos
como individuales, desplegando la plenitud de su potencial de energías. Esto
hace que la autoconciencia grupal juegue por sí misma una función importante
en el comportamiento humano. La trascendencia de la sensación y emoción de la
identidad se refleja en conceptos como el que sigue:
"La movilización espiritual en tiempo de conflicto es algo más que
hablar desde el púlpito o la tribuna: es una necesidad humana.
Al son de los tambores y los clarines se saca a relucir a santos, antepasados,
héroes, profetas y dioses; se invocan los mitos nacionales, las filosofías y
las religiones, de modo que el más sencillo ciudadano pueda entenderlos, se
tensa lo metafísico para dar un buen golpe. Si los adversarios son más o menos
de igual poder, se va a la batalla confiadamente, orando cada bando a su dios, y
una derrota limitada se refleja no en el dios, sino en la devoción y energía
de sus adoradores. Cuando ambos oran al mismo dios, uno de los dos perderá,
pero el dios no. Pero cuando una de las culturas es visiblemente inferior y lo
conoce, la fe está en peligro. El hombre ha hecho a los dioses no a su imagen y
semejanza, sino según sus necesidades; y cuando las necesidades cambian o no
se satisfacen, tienen que cambiar los dioses también. El hecho nuevo de la
superioridad y la dominación de los extraños ha de hallar un lugar, ha de
naturalizarse y explicarse, en términos locales, en un nivel espiritual."
(Reed, R-24, p. 136)
La fortaleza de la identidad, sea autoconsciente o intuitiva, ha actuado
históricamente como aglutinante imprescindible para las acciones humanas. El
que ha sido denominado por los antropólogos mono desnudo o bípedo implume
tiene franca preferencia por actuar en banda. Sólo por excepción preferirá
actuar solitario. Permanentemente, pero en especial en momentos de crisis, la
identidad de cualquier grupo es la argamasa que crea las alianzas más
entrañables y brinda las posibilidades de sobreponerse en conjunto a enemigos
que individualmente serían insuperables.
La perennidad ínsita en las sobrevivencias tradicionales las pone a cubierto de
los cuestionamientos, les provee un consenso colectivo, más allá de las
divisiones entre grupos, clases, etnias o culturas que suelen fracturar la
sociedad. La preservación del patrimonio histórico físico (monumentos,
museos) y espiritual (romancero, folklore, hábitos y valores profundos) se
convierte en testimonio de vigor y supervivencia de la trayectoria histórica y
fundante de cada pueblo. Es una manifestación accesible al vulgo del paideuma,
frecuentemente amenazado y puesto en entredicho por las catástrofes y sacudones
violentos, como también se constata a causa de la aceleración de la historia.
"La tradición popular, trasmitida de unas generaciones a otras,
revela la existencia de un culto (por) la memoria de los tiempos pasados y de
los hombres que fueron su alma; revela que hay una preocupación permanente por
mantener la unidad del drama social, sin la que el espíritu colectivo se
expondría a perder su punto de apoyo."
(González, G-43, p. 18)
El contrato narcisista de la tradición involucrado en los cimientos de la
identidad de una comunidad cumple la tarea fundamental de colocar a cada mortal
como eslabón de una cadena generacional. Es la manera de que cada uno tenga
acceso a la historicidad de sus propios valores y comportamientos integrándose
al imaginario social del grupo. Cada hombre y cada mujer necesita sentir y
convencerse de que su propio ser fisico y espiritual, y las intituciones que le
son familiares, son los prototipos aceptados por todo el grupo, a partir de los
cuales juzga a los de afuera.
Es un hecho de frecuente constatación que la identidad se empobrece o deja de
existir porque predomina en la comunidad un pacto denegatorio de sus raíces.
Cuando así sucede, ésta solamente es capaz de actuar como si, en una imitación
pobre de las culturas realizadoras ajenas, pero que han sido tomadas como
ejemplos dignos de imitación. El grupo se convierte en un montón de seres
humanos agitándose incoherentes, sin llegar a constituir una verdadera
comunidad dinámica, hasta que, eventualmente, consiga incorporarse netamente a
los nuevos paradigmas, o sea, edificar una nueva identidad.
La existencia de un mito grupal histórico, compartido, con figuras y hechos
ejemplares, es un pasado usable imprescindible para cohesionar una identidad
presente y afirma las bases para proyectarse enérgicamente hacia el futuro .
..."Si el sujeto pierde toda certeza del origen pierde el punto de apoyo que le garantice su inclusión en el conjunto. Cada sujeto diferirá
permanentemente el encuentro entre el yo y el ideal."
(Castoriades Aulangier, fide Montevechio, M-70, p. 973)
El serbio Ivan Colovic, citado por Goytisolo (G-50), se refiere al escenario
iconográfico y el discurso político del nacionalismo étnico diciendo:
"...evoca y recrea un conjunto de personajes, sucesos y lugares míticos
con miras a crear un espacio-tienapo, igualmente mítico, en el que los
ascendientes y los contemporáneos, los muertos y los vivos, dirigidos por los
jefes y los héroes, participen en un acontecimiento primordial y fundador: la
muerte y resurrección de la patria."
La suma de escenas del pasado usable consolidadas componen la cosmovisión
propia del grupo, que pasa a integrar su imaginario colectivo y le brinda un
marco acogedor de pertenencia y una seguridad de aceptación social. Es esta la
función edificante de la tradición como cimiento para la consolidación de una
identidad presente y una inspiración futura. Adquieren toda su capacidad
edificante las ficciones orientadoras (Shumway, S-42) o los mitos fundacionales
y el pasado usable (Finley, F-14; Commager, S-59; Ras, R-8)
"Cualquiera que pueda ser el juicio de la historia sobre los hechos
generales de la conquista, era su relación con la moral y la justicia humanas,
la poesía exaltará los nombres de esos soldados que conquistaron su gloria con
su sacrificio, y la tradición americana perpetuará sus triunfos y sus
desgracias rodeados con todo el encanto de lo extraordinario y de lo sublime;
porque ellas se levantan de la esfera analítica para vibrar como música de la
naturaleza sobre el nivel de los acontecimientos, retratando y exaltando lo que
haya era ellos de maravilloso y de patético, de tierno y de dramático, y
susceptible de despertar la fantasía y perpetuarse por el sentimiento y la
admiración."
(González, G-43, p. 60)
Como se ve una apelación a lo más profundo del hombre, hasta lo fantasioso,
mucho más allá de lo que puede captar su razón.
Y se verá también actuar a la identidad como un mecanismo de defensa frente al
ataque de los cambios impuestos por la adecuación a los tiempos. La resistencia
a la modernización suele recurrir a la invocación hacia atrás de valores y
actitudes preciados, al resurgimiento de lealtades culturales y religiosas, al
rechazo de novedades institucionales, a la reentronización de ideales,
próceres o usos políticos que parecían olvidados, al retorno a formas
productivas artesanales (hippies), todas formas de resistencia al cambio que se
hacen más notables con la aceleración de los procesos sociales.
La visión universalista
Hasta aquí la visión particularista de los fenómenos sociales y su
importancia. Sin embargo, este enfoque puede ser y ha sido atacado como
parroquialismo intelectual y por su desvinculación con los grandes principios
de la humanidad:
"La falacia lógica del relativismo cultural consiste en deducir la
validez moral de toda costumbre o tradición por el mero hecho de ser aprobada
por determinada cultura, es decir por el mero hecho de existir. Se subordina, de
este modo, la ética al poder constituido, o por lo menos, al éxito."
(Sebreli, S-33, p.63)
Hemos definido el narcisismo trófico o unitivo subyacente en las identidades
grupales como etnocentrismo cohesionante. Su misma esencia hace que cuando se
exacerba llegue a crear los destinos manifiestos, los hipernacionalismos y los
chauvinismos, formas de arrogancia colectiva y beligerante, capaces de violentar
a otros pueblos o culturas. Es la exasperación del castellano "al de casa, con
la razón o sin ella" que se traduce ampliado al inglés como "my country, right
or wrong". Es manifestación de un encierro mental opuesto a la apertura general,
a la humanidad sobre el grupo, a la ciudadanía del mundo.
"Sabemos por amarga experiencia que el miedo a la diferencia,
especialmente cuando se expresa mediante un reductivo y excluyente nacionalismo
que niega cualquier derecho al otro, puede conducir a una verdadera pesadilla de
violencia y de terror"
(Juan Pablo II, octubre de 1995)
El concepto de la identidad cultural es una forma de particularismo que no
debe significar una férula para impedir todo cuestionamiento al carácter o los
comportamientos de los hermanos de identidad. Se ha visto condonar los mayores
crímenes cuando sus autores son de los nuestros. Puede convertirse en la
apología del prejuicio.
Con el avance de los tiempos, la complejización de las culturas y la
globalización de las comunicaciones, los elementos propios de cada identidad
grupal son ahogados y diluidos por las diversidades importadas, pero, por lo
mismo, son frecuentes las reacciones tribalistas y arcaístas para reinstalar
los paideumas tradicionales atacados y que se siente la urgencia por proteger
(Popper, P-36, 12, p.415).
Muchos pensadores han llegado a aceptar la utilidad operativa de los prejuicios
compartidos, aún en los casos que, objetivamente analizados, suenan falsos.
Schelling, De Maistre, Gandhi, Barrés, Sorel, y hasta Lévi-Strauss y Herder
elevaron a los mitos como fuentes de energías ocultas de los pueblos. Y, por
supuesto, son numerosísimos los ejemplos de políticos sagaces que agitaron los
mitos nacionales y los odios hacia afuera para reforzarse en el poder.
Un ejemplo típico fue la exaltación de la identidad germánico-aria por los
nazis.
Segun Alfred Rosenberg:
"El valor que a un dios o a un héroe se le infunde es lo eterno, tanto
para bien como para mal. Puede morir una forma de Odín, pero Odín, es decir el
arquetipo eterno de las anímicas fuerzas primigenias del hombre nórdico, vive
hoy lo mismo que hace cinco mil años... el último saber posible de una raza se
contiene ya en su primer mito."
Y según Sebreli (S-33, p. 101):
"El retorno a los orígenes fue la huida de una sociedad corno la
alemana de interguerras, que tenía serios problemas para integrarse al nivel
histórico contemporáneo. La falta de un consenso entre los grupos antagónicos
que impidieron la estabilización de la democracia en la República de Weimar,
llevó a la búsqueda, en el nazismo, de la solidaridad emocional e irracional
de los grupos primitivos, las tribus o las familias numerosas de los tiempos
arcaicos. La `sopa del pueblo' tomada de una misma fuente por los nazis, es la
reconstrucción de la antigua costumbre espartana. Aún los cultos dionisíacos
intentaron ser revividos por las orgías de Rohem y los efebos de las S.A.
"
Hitler mismo postularía:
"...ningún ser humano puede tener relaciones íntimas con una
realización cultural si no emana de los elementos de su propio origen."
La utilización de un ejemplo de identidad tan ampliamente rechazado como el
nazi, que conduciría a un conflicto mundial de magnitud nunca vista, debe
complementarse con la mención de otros innumerables casos de identidades
grupales aunque no tuvieran resultados tan catastróficos a mediano plazo. Nos
hemos referido ya a las identidades nacionales de los países occidentales en
sus épocas.de expansión imperial. También resulta un ejemplo muy ilustrativo
el caso de la identidad nacional WASP en los Estados Unidos determinante del
fuerte carácter del American way of life y su correlativo destino manifiesto,
hasta servir de fundamento a políticas como la del speak slowly and carry a big
stick, de Theodore Roosevelt.
No hace falta recordar los sádicos genocidios y las purgas étnicas que han
sacudido la última década del siglo XX, como un resurgimiento magnificado mil
veces de lo que ocurría hace diez mil años, cuando la horda de una caverna se
lapidaba contra la de la vecina.
Entre los latinoamericanos mismos algunos subgrupos culturales como los
americanistas prohispanos nostálgicos del equilibrio patricio llegarán a
cuestionar la república y el orden jurídico constitucional inspirados en el
modelo republicano estadounidense, por considerarlo ajeno al ser nacional. Entre
los hispanófilos habrá quienes aún hoy repudian la influencia liberalizadora
dieciochesca de los Borbones y propician seriamente un retorno al ideario de los
grandes Habsburgo.
En resumen, el debate sobre la identidad cultural parece destacar la eficacia
social del esprit de corps, pero, paralelamente, la posibilidad siempre presente
de que ese sentimiento cohesionante se exagere hasta adquirir caracteres
francamente indeseables, hasta criminales, y que pueden resultar suicidas por
invitar reacciones opuestas, de similar o mayor violencia. Como en muchos
fenómenos sociales, el desafio consiste en hallar el equilibrio en un justo
medio, una aurea mediocritas, que garantice solidez colectiva a una comunidad,
sin caer en un cierre mental pernicioso. En esencia es un proceso más que exige
el predominio y control del sector de la inteligencia racional sobre la
emocional.
Ya para Weber y para muchos autores posteriores la civilización es una
tendencia de racionalización que conduce al desencantamiento del mundo por vía
de un creciente conocimiento de las ciencias y las técnicas post galileicas. Es
en esto que se cifra el largo periodo de supremacía occidental por haber
permitido reflejar la racionalidad científica sobre todos los actos sociales, a
despecho de recaídas circunscriptas y fugaces en fases de verdadera barbarie.
El avance continuo del objetivismo racionalista consolidador de instituciones
eficaces debe constituirse en el parámetro de comparación universal para
analizar cerebralmente cada caso, aunque en cada uno será inevitable tener en
cuenta residuos trascendentes surgidos del corazón.
También conviene recordar que la causación secundaria de los fenómenos
sociales, expuesta inicialmente por Gunnar Myrdal, está haciendo que la
generalización del pensamiento científico racional, con su desdén por los
símbolos y los ritos de profundo valor subjetivo, se convierta en uno de los
principales causantes del malestar tan notorio en la civilización moderna en la
que el hombre queda como un barco a la deriva.
No es un problema fácil, puesto que la función clave
de la identidad cultural
para la eficacia social de los pueblos a corto plazo, la convierte en un factor
político-táctico-estratégico de primera categoría que muchos se sienten
tentados de esgrimir a su favor egoístamente, con franco olvido del viejo
concepto tomista del bien común que conserva incólume su prestigio moral.
Serán habituales las apologías o los denuestos contra álguna identidad,
procedentes de los grupos que se benefician o se sienten amenazados por ella,
aunque sea en términos de competencia legítima y, más aún, cuando se
originan circunstancias extremas, como ocurre con desoladora frecuencia.
El hecho de ser el grado y la calidad de la identidad, más que la identidad
misma, sus aspectos fundamentales, crea frecuentes dualismos. Citemos como
ejemplo las declaraciones de Elie Wiesel, ganador del Premio Nobel de la Paz por
su denuncia del Holocausto. Después de criticar duramente al fundamentalismo, o
sea una de las formas de identidad militante definiéndolo como uno de los
problemas más acuciantes del mundo actual (Wiesel, W11), termina confesando que
conserva en su estudio neoyorkino una fotografía de su humilde casa natal en
Europa, porque para él es esencial recordar siempre nuestro origen. Una
reivindicación emocional de sus propias raíces tradicionales. La identidad que
él rechaza para otros, le parece fundamental para la supervivencia de su propia
estirpe.
En términos éticos todas las identidades, y más cuanto más fuertes sean, se
constituyen en limitantes estrechos para una visión ecuánime del mundo. Sin
embargo, en términos de conflicto humano -y el conflicto parece ser una forma
inseparable de la humanidad- la identidad es un arma muy fuerte, que por ser una
manifestación difícilmente gobernable del alma humana debe ser morigerada por
la razón.
A esta altura conviene recordar que el universalismo que acompañó a la
difusión planetaria de la civilización occidental está siendo cada vez más
fuertemente resistido. Numerosas identidades religiosas, culturales, étnicas y
regionales, largamente encubiertas por el concepto del Estado Nacional, también
demandan el reconocimiento de sus particularidades. No solamente los pueblos
musulmanes, los confucianos, los sucesores de las ex URSS, Yugoeslavia,
Checoeslovaquia, sino también infinidad de minorías, tribus y hasta sectas
religiosas en todos los puntos del globo remarcan sus diferencias
combativamente. La amenaza implícita por la experiencia histórica, es que toda
segregación cultural de este tipo tiende a limpiar al mundo y a sí misma de
quienes no comparten su cosmovisión. Es inevitable que quienes se abrazan
ardientemente a una identidad cultural militante caigan bajo gobiernos
autocráticos autoerigidos en campeones del grupo y capaces de los mayores
crímenes para entronizar la ideología considerada como la única merecedora de
supervivencia (Huntington, H-48; Touraine, T 15; Miguens, M-59).
Esta situación crea desafíos adicionales para quienes, como los
latinoamericanos deben buscar su alineamiento dentro de los grandes grupos
civilizatorios, además de insertarse dentro de la economía irreversiblemente
globalizada.
Las identidades latinoamericanas
"Todas las doctrinas que tratan de explicar realidades
tan dramáticas,
como la pobreza, los desequilibrios sociales, la explotación, la ineptitud para
producir riqueza y crear empleo, y los fracasos de las instituciones civiles y
la democracia en la América Latina se explican, en gran parte, como resultado
de la pertinaz y generalizada actitud irresponsable de jugar al avestruz en lo
que respecta a las propias miserias y defectos, negándose a admitirlos -y por
lo tanto a corregirlos- y buscándose coartadas y chivos expiatorios (el
imperialismo, el neocolonialismo, las transnacionales, los injustos términos
del intercambio, el Pentágono, la CIA, el FMI, el Banco Mundial, etcétera)
para sentirse siempre en la cómoda situación de víctimas y, con toda buena
conciencia, eternizarse en el error."
(Vargas Llosa, V 6)
Las comunidades y naciones integrantes del gran grupo de culturas criollas y
sus componentes adolecen en general de identidades débiles, fragmentarias, por
estar plagadas de conflictos profundos cuya etiología y patogenia interesa
analizar. Es evidente que los pueblos criollos no tienen una identidad nacional
única, compartida por todos o por una mayoría abrumadora de sus miembros, sino
que coexisten en ellos dos o más identidades, propias de los grupos sociales
étnica y culturalmente diferenciados presentes en su seno. La dificultad se
agrava cuando las identidades referidas, no solamente son diferentes, sino
francamente hostiles entre sí, con lo cual la identidad híbrida que
supuestamente se encontraría en formación en estos países nuevos, viene
marcada por desencuentros y conflictos profundos, ancestrales, cuya superación
supone serios obstáculos para avanzar progresivamente. Las sociedades del tipo
estamental, o sea las divididas en capas o castas sociales muy diferenciadas,
gastan la mayor parte de su energía protegiendo celosamente los intereses de
cada grupo contra la permanente amenaza de los demás. Así surge una
autodefensa del orden formal por la violencia, que es vista por el vulgo como
ilegítima e invita a la violencia para cambiarlo.
Esto explica la necesidad de la fuerza en estas sociedades para mantener el
orden y su caída reiterada en el cambio político violento. Así surge una
actitud de evitación instrumental (instrumental avoidance) que previene y elude
posibles complicaciones coartando permanentemente la iniciativa. Se reduce, de
este modo la sinergia, y se impide la individualización creativa y la
asociación cooperatoria.
"La principal habilidad que cuenta en estos países estamentales, que por
eso son subdesarrollados, es la de defender los nichos sociales que se ocupan en
la escala jerárquica y las posesiones económicas, contra las depredaciones de
los otros grupos de la sociedad, a través del Estado, y no la de crear,
producir o realizarse como persona."
(Miguens, M-59, p. 35)
Los cambios históricos en América Latina al lograrse la independencia de
España, las muchas asonadas y revoluciones voceando altisonantes propuestas,
así como las normas que abolieron nominalmente fueros y privilegios y
pregonaron enfáticamente la igualdad de todos ante la ley, no han modificado
más que superficial y parcialmente el sistema estamental de privilegios
grupales heredados de la colonia. La imitación de las clases elitistas, que
prima en las clases medias en ascenso social, las hace copiar y fundirse en la
estructura estamental, resistiendo así atrincheradas, las presiones de las
masas integradas por individuos de personalidad pasiva y escaso armamento
psíquico y social para reclamar con posibilidades un tratamiento ecuánime.
Aún los dirigentes más populares que se supone encarnan los intereses de las
clases humildes, cuando acceden a cargos elevados (legisladores, dirigentes
sindicales, directores de empresas estatales, etc.) se amoldan a la imagen del
nuevo estamento que ahora ocupan y actúan en consecuencia. Ello se debe en
parte, al hecho que los nichos estamentales están fuertemente instalados y, en
parte, porque no existe una presión coherente de los sumergidos para sustentar
sus reclamos.
Esta actitud se extiende a los movimientos y partidos políticos que surgen por
métodos revolucionarios como representantes de las masas desposeídas y arrasan
con la dirigencia preexistente. Adoptan nombres llamativos y exhiben actitudes
doctrinarias y demagógicas para, tras poco andar, sustituir a los derrocados
con idénticas actitudes estamentales. Lo que no se ha creado es una verdadera
democracia sobre bases de racionalidad e imparcialidad.
"Estos movimientos revolucionarios modernos son continuadores de la
tradición colonial hispana de desprecio a la ley y al orden jurídico
universalista, racional e igualitario sin acepción de personas, o sea aquel
donde la imparcialidad impersonal es preferida a la simpatía parcial."
(Miguens, M-59, p. 41)
A esta realidad innegable obedece que las sociedades criollas deban catalogarse
como lentas en su evolución civilizatoria, perdiendo posiciones inclusive
frente a sus madres-patria europeas. Estos conflictos van mucho más allá de
las manifestaciones externas de la vida social, económica y política, ya que
se encarnan en la intelligentzia, y en los liderazgos político-partidarios que
aportan munición ideológica-científica en la disputa. De eso resulta que
ninguno de los grupos es capaz de adoptar formas psicológicas creativas que le
permitan liderar una identidad única, ni convertirse en minorías dinámicas
que sobresalgan netamente sobre la infraestructura demográfica de nivel general
inferior(1). Resulta evidente que al efecto amilanante derivado de la derrota
frente a los representantes de culturas hegemónicas, se suma que los miembros
de las culturas dominadas encuentran serias dificultades dentro de su propia
disposición psicosocial para absorber los rasgos tecnotrópicos y los
componentes de alto capital social ofrecidos por el contacto con las culturas
adelantadas. La posibilidad que llegó inicialmente encarnada en los grupos
dominantes odiados y las instituciones que ellos prohijaban, es hoy difundida
ampliamente por las comunicaciones modernas. Libre del estigma de la dominación
política extranjera, sigue siendo repudiada por su esencia cultural diferente
derivada de su evolución histórica.
Repitamos que el proceso de avance en la civilización, identificado actualmente
con la modernización, implica básicamente salir de las formas culturales
arcaicas en la que predominan actitudes de confianza en lo mágico, que aceptan
la arbitrariedad y la dependencia de las personas, que toleran la excepción a
la regla, el beneficio del interés inmediato y la remuneración al servicio
personal, sin consideraciones éticas, sustituyéndolas crecientemente por
conceptos de autonomía de la persona sujeta a la universalidad de la ley, la
remuneración objetiva del mérito sin favoritismos y la ética del trabajo. En
la acumulación de estos valores, esencia del tecnotropismo, consiste la
capitalización social y ésta no es un fenómeno instantáneo. Tiene siempre
una variable tiempo, dependiente de muchos factores.
Para que una comunidad ejerza su tecnotropismo hacia una acumulación intensa de
capital social en instituciones instrumentales debe generalizarse en sus
miembros la convicción de que su ambiente es abierto y flexible para todos y
que el esfuerzo legítimo en cantidad y calidad siempre es retribuible con
justicia.
Todos los pueblos del mundo han acumulado en sus culturas e instituciones un
juego de limitantes formales e informales que constituyen un clima adecuado para
la acumulación de capital social en equilibrio dinámico. Este crece gracias al
aumento de conocimientos y destrezas de la población, a la
institucionalización y fortalecimiento de funciones y servicios, al prestigio
en aumento de la excelencia, y la disciplina orgánica. No hace falta decir que
esta es la realidad en comunidades cuyo paideuma contiene limitantes orientados
hacia un fuerte tecnotropismo y con caracteres realizadores firmes.
Por el contrario, la acumulación de capital social
se hace más lenta, o hasta
retrocede, cuando las personas más capaces son perseguidas o expulsadas, cuando
se cierran o vegetan sin esperanzas las instituciones, cuando virajes súbitos
en las políticas dejan inconclusas lineas de trabajo y formaciones individuales
o institucionales costosas, si se encumbra a mediocres dóciles o comprometidos
personalmente, si se generaliza la impunidad de los infractores y otras formas
de despilfarro de recursos. Esto conduce a un deterioro liso y llano, o a un
crecimiento con ritmo inferior al posible. Con el paso del tiempo la
acumulación diferente del capital social se revela claramente por los
caracteres conducentes y efectivos que ha adquirido, o no, toda la estructura
social para un rápido avance.
El cambio perfectivo constante, valioso en todas las épocas, se establece como
una necesidad perentoria del mundo moderno y, por lo tanto, desde los pequeños
grupos, hasta las nacionalidades, que no están dispuestas o son incapaces de
entrar en ese ritmo, con frecuencia frenético de cambios, sufren el castigo
ineludible de perder posiciones en la escala de los países.
La elección de la metodología para construir los limitantes de conducta
eficaces entra dentro del manejo político de las naciones. A las pugnas de
partidos y facciones para ganar y ejercer el poder necesario para hacerlo, en
uno u otro sentido, obedecerá que con frecuencia se pretenda justificar algunas
disposiciones contrarias al tecnotropismo general, como las que se enumeran
antes, justificándolas como formas de debilitar a las oposiciones internas que,
quienes están en el poder, acusan de algún pecado perjudicial para el bien
común. La tolerancia del disenso, componente fundamental de la democracia,
resulta muy difícil en comunidades en las cuales las luchas políticas y
doctrinarias asumen caracteres maniqueos y violentos.
Sólo en algunos pueblos se dan espontáneamente las condiciones de plasticidad
política y social que permiten acelerar la incorporación de comportamientos
realizadores modernos, sin desdeñar, ni abjurar de su tradición y de su pasado
usable y sin provocar reacciones adversas en su propio seno. Más bien lo
enriquecen en elementos de capital social que el pueblo aprecia.
Dicha flexibilidad puede llegar inclusive a superar los traumas derivados de
haberse visto sometidos, vencidos y frecuentemente esclavizados en el pasado,
por pueblos más poderosos. Algunos países, grandes y pequeños, fueron capaces
de absorber las enseñanzas occidentales, readaptarlas a sus propias formas y
valores tradicionales, para llegar a competir y hasta superar a pueblos del
Primer Mundo que inicialmente les eran superiores en vigor institucional y
riqueza.
Otros pueblos, por el contrario, se muestran rígidos y contumaces en sus rasgos
culturales arcaicos, aferrados a instituciones obsoletas e ineficaces. Un
ejemplo típico lo constituyó el Irán imperial de Reza Pahlevi, cuando sus
políticas fuertemente modernizantes provocaron la santa indignación de los
ayatollahs que lograron derribar su dinastía reemplazándola por un estado
fundamentalista, con expreso repudio del Gran Satán del modernismo.
En el caso de Latinoamérica la aceleración del proceso modernizante o
modernización todavía es escasa. Aún son evidentes los esfuerzos de los
aborigenistas y de los ideólogos antioccidentales por rechazar la modernidad, a
la que acusan de todos los vicios, responsabilizándola por un atraso que, bien
mirado, traían las culturas autóctonas desde antes del contacto con Occidente
y que la dominación colonial sólo congeló. A la estructura estamental debe
atribuirse una inconsciente contumacia, no en el cultivo de la tradición propia
que no debe olvidarse, sino en el rechazo de los estímulos progresivos. En ella
rige crónicamente una selección negativa. El competente, al no poder triunfar
por el trabajo honesto cae en el desaliento o recurre a coartadas ilegales o
inmorales. Así prosperan la viveza, las trenzas, la coima y otras formas
deshonestas. El horizonte de planeamiento vital y del trabajo pierde su sentido
de futuridad estimulando los proyectos efímeros y oportunistas. Surge la
pasividad, la irresponsabilidad.
Lo real es que la civilización no es un hecho estático, sino un proceso que
continúa avanzando en muchos frentes distintos, sin que nadie pueda
vanagloriarse de haber alcanzado un desarrollo óptimo final. Las complejas
realidades de las sociedades atrasadas en la desbarbarización llenan de
indignación a los moralistas de hoy, en la misma forma que ya ocurría en
tiempos de la sociedad hispano-colonial. Es de todo punto favorable que exista,
aún minoritaria y poco escuchada, una porción de la población insatisfecha,
constituyéndose en fermento propulsor del avance. Recordemos que, en pueblos
muy atrasados, no existen o tienen relevancia insignificante los grupos motores
de avances en el control de la naturaleza, preocupados por el futuro y buscando
la consolidación institucional que permita ir superando objetivamente los
problemas sociales. En este tipo de comunidades los sistemas de dominación son
de tipo patrón-clientela y en ellas no existe un respeto generalizado de la
ley. Tienen típicamente una concepción más bien plástica de la verdad y una
desestima de la relación causa-a-efecto de los actos, lo que se traduce en una
general permisividad y falta de rigor con que se encaran los temas más
variados. Eso lleva al más-o-menismo, a la preferencia del discurso frente a la
acción, a la subestimación del mérito y de la excelencia; surge así la
simulación del talento, el amiguismo y el chantapufismo(2). En estas
comunidades predomina el egoísmo individualista, favoreciendo los
maniqueísmos, las facciosidades irreductibles y dificultando los compromisos y
la aceptación de otras opiniones. El estilo impuesto a la vida instalará
relaciones caprichosas, y se observarán a diario ejemplos de deserción de
responsabilidades y de valores éticos de convivencia, se generalizará la
tendencia a usurpar títulos y honores, a avanzar sobre la propiedad pública y
privada, y a trasladar sin escrúpulos las externalidades onerosas de la acción
propia sobre otros. Se constatará a diario la destemplanza en prever las
consecuencias de los hechos y de las palabras.
Miguens subraya que expresiones como no te metás, quedate piola, el que habla
pierde, hacete amigo del juez y otras del mismo jaez responden a esa estructura
psico-social básica (M59).
Los escasos individuos de moralidad exigente que habitan en este tipo de
comunidades, heridos cotidianamente en su sentido ético innato por lo que ven
suceder a su alrededor, terminan por caer en reiterados desencantos, hasta
imponerles una actitud escéptica y cautelosa. Los continuos sobresaltos
producidos por la convivencia dentro del sistema institucional tradicional
citado colocan al hombre permanentemente a la defensiva y provocan un permanente
y elevado costo de transacción, capaz, por sí sólo, de elevar el costo
nacional(3) descolocándolo frente a la competencia exterior. Estas comunidades
viven enfermas de escasez de capital social, una suerte de desnutrición
axiológica que determina una subconvivencia. La sociedad estamental según
José E. Miguens, la sociedad desmoralizada de Gertrude Himmelfarb, la sociedad
transgresora, de Pedro J. Frías, la sociedad de opositores de Ernesto Sábato,
son definiciones de este tipo de comunidades con rasgos culturales de larga
historia
En el mundo actual, caracterizado por el predominio de la
tecnociencia y sus
efectos (globalización de comunicación y comercio, pérdida de trascendencia
de las soberanías nacionales, énfasis en eficiencia y competitividad y, por el
contrario, desazón de grupos numerosos, surgimiento del llamado Cuarto mundo, y
de la era del vacío, las comunidades con caracteres marcados de atraso en el
disciplinamiento civilizatorio se caracterizan por estar integradas por
personalidades psicológicas egoístas y particularistas orientadas a sobrevivir
en un equilibrio de suma final cero. Esta no es la actitud tecnotrópica o
realizadora, traducida en un capital social copioso para determinar la
ubicación de los pueblos por su desarrollo relativo. La idea del progreso que,
con altibajos, ha estado presente desde mucho antes, pero con particular
presencia desde la irrupción en la historia de los avances científicos,
aparece así condicionada. Algunas comunidades son capaces de protagonizar un
avance rápido, en tanto que otras, la mayoría, avanzan poco o nada, a pesar de
tener a su alcance los mismos recursos del conocimiento. Aunque la medición
directa del capital social sería muy ilustrativa, se trata de un problema
complejo. Recién ha comenzado a reconocerse en la teoría el valor de las
instituciones y la necesidad de prestar atención a aspectos de desarrollo
político, psicológico y social, y de la conservación del ambiente, además de
los más abordables de la economía (North, N-8 y N-9; Myrdal, M-86).
Un aspecto complementario importante en el escalonamiento de los pueblos es que
el tecnotropismo tiene la propiedad de potenciarse por su propia dinámica. Es
evidente que la riqueza y el poderío crecidos por el uso excelente de los
recursos científicos posibilitan por sí mismos instituciones grandes y
sólidas e incrementan los recursos, lo que aumenta naturalmente la posibilidad
de encarar proyectos cada vez más ambiciosos y sofisticados. No puede extrañar
que los continuos avances de ciencias y técnicas tengan raramente origen en la
pobreza del África subsahariana o en el Oriente Medio, brotando en cambio a
raudales de las universidades y laboratorios bien provistos y excelentemente
manejados y ricamente financiados del Primer Mundo, con sus siglos de ventaja
en la preservación e integración del stock de capital social.
Cuando el avance se hace demasiado lento para las aspiraciones de los
progresistas y los rasgos bárbaros perduran porfiados, se multiplican los casos
de cansancio moral, o de pecado de tristeza, precisamente en los que han sido
los más ardientes sostenedores de los comportamientos civilizados. Se
repetirán las renuncias y hasta los suicidios de personalidades políticas e
intelectuales en puntos elevados de sus carreras. Son reveladoras frases como
las de Sarmiento en carta a un amigo, escritas sin duda en algún período de
desesperanza entre sus arduas luchas:
"...tengo una enfermedad de desencanto, desencanto de nuestro país y de nuestra
capacidad gubernativa que, de explicarla y fundada, te haría
caer las alas del corazón... uno se siente ser algo por comparación y sólo
así se puede vivir en este mundo estrecho, en este país secundario, en este
cuerpo caduco."
(fide Pasquini, P-9)
La realidad cotidiana en los países latinoamericanos, salvo durante los
históricamente fugaces períodos de auge, da abundantes motivos para el
escepticismo y desencanto de quienes elevan la mirada y desearían ver a sus
patrias a la par de los pueblos del Primer Mundo. Otros, por el contrario, se
reconcentran buscando enorgullecerse de su semibarbarie, conviviendo sin
tensiones con la dotación de instituciones, sentimientos y emociones arcaicas.
La evolución transgeneracional desde los rasgos bárbaros hacia formas
crecientemente civilizadas puede producirse con ritmo y velocidad diversa. Será
siempre con incorporaciones de capital social en forma de personalidad
realizadora, en sistemas de dominación y relación horizontales y democráticos
e instituciones eficaces que elevan el tecnotropismo. De no ser así, no hay
verdadero avance en la civilización.
No es que el avance requiera ser unidireccional. Cada grupo seguirá su propio
derrotero. Inclusive el objetivo final puede revestir formas diversas. Popper (P-36, T. II, Notas a la introducción) define la
sociedad abierta, por
oposición a la sociedad cerrada de Bergson, cuando ésta recién salida de
manos de la naturaleza, deja de creer en los tabúes mágicos y sus miembros
pasan a preferir la autoridad de su propia inteligencia, algo similar a la gran
sociedad de Graham Wallace, que se maneja según la conciencia personal
interior, propuesta por Miguens o la buena sociedad postulada por Walter
Lippmann. Otros, la identifican con el predominio del pensamiento científico
(Sebreli, S-28), con el modernismo (Vargas Llosa, V 6) u otros parámetros, pero
cualquiera sea la tipología elegida, la desbarbarización progresiva deberá ir
incorporando libertades y garantías individuales y confianza en las
instituciones que redundan en el incremento del capital social. A la luz de las
sistematizaciones científicas recientes (Goleman, G-37 y G-37b; López
Pasquali, L-37) son todos avances del pensamiento racional en el control de las
pulsiones de la inteligencia emocional.
No es que ésta última forma de pensamiento desaparezca definitivamente del
hombre civilizado, ya que está arraigada en una sedimentación milenaria.
Volverá a presentarse en casos aislados en que un individuo o grupo actúan
fuera de sí y cometen actos de los que se arrepienten luego amargamente.
Goleman aporta nutrida casuística psiquiátrica y criminalógica. Puede
también por momentos predominar sobre toda la comunidad durante períodos
relativamente prolongados, paralelamente a caracteres fuertemente
tecnotrópicos. Tal situación se vio, por ejemplo, en el siglo XX, cuando
prédicas hipernacionalistas de fuerte exaltación emocional llevaron a países
enteros de elevado nivel cultural, como Alemania, Italia, la Unión Soviética y
el Japón a aventuras imperiales de dominación mundial y a crímenes de los que
hoy, pasada esa furia emocional y de nuevo en control la racionalidad, abjuran
avergonzados. Ya hemos visto que todos los casos de arrogance of power
evidenciados en el imperialismo de los países industriales tienen asimismo un
fuerte contenido de inteligencia emocional.
La historia exhibe infinitos ejemplos de pueblos que han avanzado velozmente en
la desbarbarización, en tanto que otros han sido superados y, algunos, hasta
han retrocedido en parámetros claros de civilización.
Casos típicos de modernización rápida son, por ejemplo, los escandinavos.
Desde los orígenes feroces de vikingos o northmen que en los siglos X al XII,
saliendo de los fiordos boreales habían desolado; desde las islas británicas y
Francia, hasta Sicilia y Constantinopla, en los ocho siglos siguientes se
colocaron en la vanguardia de la civilización.
Un caso inverso son los otrora civilizados de la antes luminosa
Magna Grecia,
hoy Mezzogiorno, de Italia, que viven subsidiados por los ex barbarísimos
longobardos de la Lombardía, que revelaron una mucho mayor y más veloz
capacidad para acumular capital social (Floria, F-17).
Contemplando estos ejemplos de rápidos avances, uno puede preguntarse:
"¿Por qué extraña razón Oriente eligió (alrededor de los siglos
XII al XIV) la irracionalidad, el despotismo, la magia, la emoción,
la inmovilidad, la pasividad, la intolerancia, la contemplación, el
ensimismamiento, la autoridad, la tradición? El atraso teórico y científico, el nulo desarrollo económico, no pueden explicarse por
razones étnicas o raciales, ya que los orientales demostraron en otros tiempos un espíritu creador superior al occidental; fueron las
primeras civilizaciones de la historia. Los chinos inventaron el papel, la brújula, la pólvora, la astronomía, la imprenta. ¿Por qué
entonces no supieron qué hacer con esos inventos y sólo fueron capaces de usarlos
como juguetes, en tanto que en manos de los occidentales, transformaron el mundo?"
(Sebreli, S-33)
Según la interpretación cultural postulada, habría faltado en estos
pueblos un segmento fundamental del tecnotropismo, el que aprovecha los inventos
y descubrimientos en la práctica cotidiana. El ejemplo opuesto sería, dentro
de la misma región geográfica, el de los japoneses, que han demostrado en el
último siglo y medio un excepcional talento para aplicar y perfeccionar en sus
instituciones y en la producción inventos que han sido en su mayoría,
copiados, robados o comprados a otros pueblos.
Hoy, despiertan admiración otros muchos millones de pobladores de los
Tigres
Asiáticos que han superado las limitaciones del pasado y recorren raudos la
carrera del modernismo.
Por el contrario, pueden señalarse también en el Oriente actual, momentos
desgraciados de retroceso evidente, de destrucción masiva del capital social
acumulado lentamente por una sociedad. Es un ejemplo trágico la tiranía
paranoica de Pol Pot en Camboya, que particularizó el genocidio de su pueblo,
no solamente sobre cuantos sabían leer, sino también sobre cuantos eran
denunciados por usar anteojos, grave presunción de haber en algún momento
leído.
Oleadas de furia antieducación formaron parte de las manifestaciones de la
Revolución Cultural en la China de Mao y similares raptos destemplados de signo
tecnófobo y arcaizante, frecuentemente llevados hasta las persecuciones y el
crimen, se observan hoy también en algunos regímenes fundamentalistas.
Acercándonos a la América Latina, las montoneras de la Guerra Federal de
Venezuela, entre 1859 y 1863, combatían tras el lema ¡mueran los blancos y los
que sepan leer y escribir!!!
En la Argentina populista de 1945 las modernas montoneras pregonaban
¡alpargatas sí, libros no! y hasta algunos exaltados se enardecían a los
gritos de ¡haga patria, mate a un estudiante! Por fortuna estos lemas fueron
fugaces y no alcanzaron a superar los controles de la inteligencia racional de
sus manifestantes.
Todo esto para subrayar que los mecanismos psicosociales que alteran el ritmo
del progreso están disponibles. Sólo debe acertarse en su manejo, y esa es la
responsabilidad de quienes se arrogan la función de liderazgo en los complejos
procesos evolutivos que bullen en las sociedades.
Notas al pie
(1) Esta situación ha sido muy
perceptible con las minorías levantinas, judías o libanesas y con los grupos
de comerciantes chinos e hindúes que prosperaron en los países de África o el
Asia en los que se radicaron, hasta ser expulsados por el despecho de las
mayorías autóctonas que los rodeaban, incapaces de reproducir su
productividad.
(2) Chantapufi y su apócope
chanta son argentinismos derivados del genovés ciantapuffi, el clavador de
clavos, para designar al individuo indigno de confianza.
(3) Expresión que se ha
generalizado para definir los riesgos y costos implícitos en la realidad del
paideuma argentino, usada, creemos, por primera vez , por Alcides López
Aufranc, en La Nación.
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